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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Historias posibles: Futuro

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El licenciado en arquitectura Agustín Díaz asistía a la entrevista convencido de la remota posibilidad de ser admitido en un trabajo del que desconocía prácticamente todo. En su currículo figuraba, además del título de licenciatura, un máster sobre materiales inteligentes en viviendas confortables, avalado por una prestigiosa universidad alemana, varios cursos sobre decoración de interiores y exteriores de edificaciones, buen nivel de alemán e inglés y un expediente académico envidiable. Sin embargo, esta era la entrevista número cuarenta y tres en dos años, sin que hasta el momento hubiese podido plasmar su saber en el diseño de una obra.

Estaba convencido de que la construcción tenía mucho que ver con el estado de crisis que actualmente padecía el país. Allá en la Isla, veía con asombro cómo amplios espacios en la costa, prácticamente vírgenes, habían sido ocupados por urbanizaciones en apenas pocos años. Seguramente, ese dinamismo de la construcción influyó en su elección de los estudios universitarios, que de inmediato recibió el apoyo entusiasta de su familia.

“Aquí, en la capital, seguramente hay más oportunidades”, pensó, y convenció a sus padres, que contemplaban cómo en la Isla se cerraban estudios de arquitectura, para prolongar su estancia allí, con el convencimiento de que su currículo, pronto, le abriría las puertas de un trabajo.

?No te preocupes si te pagan poco. Al principio, eso es normal, pues tienes que adquirir práctica. Y, aunque el apartamento que tenemos en la playa lleva tiempo sin alquilarse, seguiremos ayudándote durante algún tiempo más ?le habían dicho sus padres, con la certeza de que en breve tiempo podría mantenerse por sí mismo.

“Necesitamos personas con experiencia y vehículo propio” había sido el motivo más aducido para rechazar sus solicitudes de trabajo.

La ministra de Educación, en una entrevista en Tele 5, afirmaba que era un auténtico despilfarro que el treinta por ciento de los alumnos universitarios abandonara sus estudios antes de finalizar el segundo curso, porque suponía truncar una formación en la que el Estado y las familias habían invertido grandes cantidades de recursos y puesto expectativas en preparar ciudadanos para mejorar el futuro de este país.

?Pues invertir durante cinco o seis años constituye un mayor despilfarro, si luego no se puede trabajar y generar riqueza ?comentó Agustín, dirigiéndose, con gesto sombrío, a su compañera Ana Arribas.

?Mis padres ya no pueden más ?dijo Ana sombríamente ?. Esta será mi última entrevista para un banco. A partir de mañana, me ofreceré para trabajar en cualquier cosa. Bueno, en cualquier cosa decente ?remató, al tiempo que acariciaba el pelo de Agustín.

?Lo único que yo sé de vinos es que mi padre tiene allá en la Isla un par de celemines de viña, y que las parras las poda en el primer menguante del mes de enero. Esta tarde me lo pasaré divertido ?sonrió Agustín?. ¿Quién me iba a decir que acabaría presentándome hasta para un puesto de sumiller de un restaurante?

Ana Arribas comenzó a llevar la gestión contable de la finca de cultivo de olivos de sus padres, con apenas catorce años. El elogio de sus progenitores, y la pequeña paga mensual que recibía por su tarea, despertó su interés por la Economía.

Sus padres solicitaron un crédito bancario, que unido a sus ahorros, posibilitaron que Ana se matriculara en una universidad privada, donde finalizó sus estudios con un brillante expediente académico. Un año en una universidad parisina le permitió mejorar sus conocimientos de francés y realizar un máster sobre optimización de productos financieros.

Durante el año que llevaba en la capital, la de esta tarde sería su entrevista veinticinco para empresas y entidades financieras. Muchas veces, le asaltaba la desazón al ver transcurrir el tiempo esperando el futuro que nunca llegaba. No quería ni pensar que tuviera que regresar a su pueblo y dejar de compartir sueños y frustraciones con Agustín. La vida en la casa familiar, envuelta en el silencio contenido de sus padres y en la sensación de tiempo perdido, se la imaginaba como la corroboración del fracaso de su vida.

Fue puntual. No quería perder su tiempo esperando el no al que ya estaba habituado. La portada que daba acceso al lugar estaba abierta, así que se adentró por un pequeño paseo que limitaba un amplio y muy bien cuidado jardín, que ponía una nota de melancolía otoñal.

Junto a una mesa cubierta con un mantel blanco, estaban dispuestas dos sillas, que servían de asientos para los aspirantes que habían sido citados de dos en dos. Delante de cada uno, seis copas, una botella de agua y un vaso y un recipiente para depositar el sobrante. Botellas de vinos espumosos, blancos, rosados y tintos, reposaban en una cava situada enfrente de la mesa, y ocultaban sus etiquetas bandas sobrepuestas de papel platina.

“Espero aprender algo y beber gratis”, pensaba Agustín, completamente relajado y aun sorprendido de que le hubieran llamado por una solicitud que él presentó como una broma, pues ningún renglón de su currículo indicaba que él tuviera algún conocimiento sobre el vino.

?Cada uno comentará la cata del vino que le corresponda por azar, y no sólo lo tangible, sino también lo sugerente será valorado ?dijo una mujer de edad mediana, con vestimenta y gestos sofisticados.

?Color amarillo pajizo, límpido y brillante es lo que podemos observar a primera vista ?dijo con aplomo el hombre que se sentaba a la izquierda de Agustín?. Su graduación alcohólica no parece excesiva, como lo prueba la escasa lágrima que desciende por las paredes de la copa al batirlo, lo que nos anticipa un vino ligero, de cuerpo medio.

La mujer parece satisfecha con la primera evaluación del aspirante, y le anima a que continúe con sus impresiones sobre la fase olfativa.

Consciente del poco tiempo que resta para su turno, Agustín no siente el menor pudor por el seguro ridículo. Por una vez, no se irá de vacío de una entrevista: está aprendiendo y bebiendo gratis, y la mujer que los califica no está nada mal. No obstante, se le antoja el lenguaje un tanto petulante, y el hombre situado a su izquierda es un dandy a todas luces. “Lo que parece claro es que el lenguaje cotidiano no vale, así que me las tendré que apañar como sea”, pensó.

?Un sutil perfume a frutas blancas, sobre un fondo de hinojo y hierba fresca es la primera impresión que este caldo nos deja ?dijo el dandy, después de oler la copa?. Luego, apenas transcurridos unos breves instantes, nos sorprende la frescura cítrica de la lima, lo que nos anticipa todo un placer si el vino está a la temperatura adecuada, que, en este caso, podría ser de unos nueve o diez grados.

La mujer, con un ligero movimiento de cabeza, parecía sentirse satisfecha con sus palabras, y lo invita a que prosiga con su valoración en boca.

Agustín observa cómo su aspirante vecino aproxima la copa a los labios y apenas deja que el líquido contacte con la punta de la lengua. Después, toma un trago más largo y mantiene el líquido en la boca unos instantes. Parece captar las sensaciones que va dejando en las papilas al bañar la lengua. El movimiento de la yugular evidencia el paso por la garganta. Luego, concentrado, toma aire por la nariz y lo deja escapar por la boca, lentamente, como deseando hallar una última evocación.

?Ligero, con un punto alto de acidez, que no llega a romper el equilibrio. Todo ello nos da como resultado un vino fresco ?prosiguió el dandy? con un toque abocado, proveniente más de la fuerte presencia de la fruta que de un elevado nivel de azúcar. Persistencia media y retrogusto que evoca al hinojo y a la lima en un fondo de hierba fresca.

?Un pescado blanco, unas gambas de Huelva o unas almejas a la marinera pueden hacer un buen maridaje con este notable caldo ?concluyó ufano el dandy.

Agustín observa cómo su copa comienza a recibir el vino tinto que la sofisticada mujer deja caer parsimoniosamente.

?Rojo ?dijo lacónicamente.

?¿Sólo rojo? ?preguntó la mujer viendo que Agustín callaba?. ¿No te parece rojo picota?

?Rojo, rojo como los pétalos de la única rosa que aún florece en su jardín.

?¡Magnifico! Eres un gran observador.

?La capa es profunda como un mar, pero apenas nada comparada con su mirada.

La mujer no pudo menos que ruborizarse, pero se sentía femeninamente halagada.

?Gracias. ¿Qué más te sugiere?

Agustín le imprime a la copa un torpe movimiento circular. Luego, dirige su mirada a la mujer, pone gesto de compungido y guarda silencio. Ella mantiene su mirada, y con un ligero movimiento en su rostro, no exento de coquetería, le suplica que diga algo.

?Tiene una lágrima abundante, como en un llanto de despedida ?dijo Agustín, casi en un susurro.

?Sigue, por favor ?musitó ella, dejando escapar un suspiro.

Agustín recordó que el dandy dijo que el vino blanco desprendía aromas de frutas blancas. Arriesgó:

?La fruta roja manifiesta su presencia como la presencia de unos labios rojos que incitan al deseo.

?Muy gráfico, sin duda muy gráfico e insinuante ?dijo la mujer, a la vez que con un sugerente movimiento de su lengua acrecentó el brillo de los labios.

?Este vino invita a pensar que, su paso por boca, es lo más parecido al deseo de unos labios por besar ?dijo Agustín, bajando la cabeza y levantando la mirada a lo Antonio Banderas.

El pecho de la mujer se acrecentó. No pudo evitar que el latido de su corazón se acelerara. Temiendo que su voz sonara trémula, se instaló en el silencio dibujando en sus labios una bella sonrisa.

Aproximó la copa a la boca y? dudó. Mantuvo la postura unos breves instantes. Luego, depositó la copa sobre la mesa y se levantó.

?No, no quiero sentir el clímax en soledad ?dijo, mirando fijamente a los ojos profundos de la mujer, y dirigió sus pasos hacia la puerta de salida.

La mujer, sorprendida, se precipitó hacia la salida. Finalmente, tomándolo del brazo, le dijo:

?Esta noche, a las diez, en el jardín. Espero que puedas mostrarme tus artes en la fase práctica.

Agustín tomó la cara de la mujer entre sus manos y la besó en los labios con pasión disimulada. A continuación, la miró fijamente a los ojos y, con gran aplomo, le dijo:

?No, yo no quiero sentir el clímax en soledad. Pero no es usted con quien deseo compartirlo.

* * *

?¿Cómo te fue? ?preguntó Agustín lacónicamente, cuando Ana se acercó a la marquesina en la que la esperaba.

?Un seboso alcohólico me dijo que estoy bien preparada, pero que no es el perfil de persona que buscan. ¿Y a ti?

Agustín puso su brazo derecho por detrás del hombro de Ana. Besó brevemente su boca y le regaló una rosa roja recién cortada.

?Te invito a un bocata de calamares. Aún me quedan veinte euros ?dijo el muchacho.

Una fina lluvia comenzó a cubrir la tarde de melancolía otoñal.

El licenciado en arquitectura Agustín Díaz asistía a la entrevista convencido de la remota posibilidad de ser admitido en un trabajo del que desconocía prácticamente todo. En su currículo figuraba, además del título de licenciatura, un máster sobre materiales inteligentes en viviendas confortables, avalado por una prestigiosa universidad alemana, varios cursos sobre decoración de interiores y exteriores de edificaciones, buen nivel de alemán e inglés y un expediente académico envidiable. Sin embargo, esta era la entrevista número cuarenta y tres en dos años, sin que hasta el momento hubiese podido plasmar su saber en el diseño de una obra.

Estaba convencido de que la construcción tenía mucho que ver con el estado de crisis que actualmente padecía el país. Allá en la Isla, veía con asombro cómo amplios espacios en la costa, prácticamente vírgenes, habían sido ocupados por urbanizaciones en apenas pocos años. Seguramente, ese dinamismo de la construcción influyó en su elección de los estudios universitarios, que de inmediato recibió el apoyo entusiasta de su familia.