La línea

3 de enero de 2025 10:30 h

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No puedo vivir sin mi madre, creo que todavía el cordón umbilical nos sigue uniendo, aunque físicamente no esté, la telepatía sirve como lazo invisible pero poderoso. Siendo así, un mamítico como he sido, soy y seré, me recorre un escalofrío al imaginar cómo se despide una madre de su hijo, un niño de la edad que sea -siempre seremos el niño de nuestras madres- que se embarca en una patera para perseguir una vida mejor, un futuro libre de miseria, horror y violencia. Me estremece más aún si pienso en que el viaje se complica, siempre he conservado cierto temor infante al mar, y el niño fallece. Es un niño, con lo sagrados que son los niños en todas las culturas, entendamos o no su idioma, porque el lenguaje de la niñez, de la infancia, es universal.  

Por eso me duele el uso del acrónimo MENA. A pesar de lo extremadamente traumático que tiene que ser, cuando el niño consigue llegar a las costas desde las cuales agradecemos la vida, -ellos y nosotros-, recibe un calificativo que le retira su individualidad, la esencia que le pertenece. No quiero sonar tampoco del todo pesimista ante esta humanidad, pues debe reconocerse la labor de las organizaciones voluntarias que asisten a los menores, a los niños y niñas con nombre propio que llegan al remanso de paz que es El Hierro, a Lanzarote, o al minicontinente que es Gran Canaria.  

La empatía que siento hacia cada niño es tal que me enerva que la clase política (que parece que nunca fueron niños y niñas) no consiga lograr un acuerdo para proporcionarle la mejor seguridad, atención y trato a estas almas a las que la vida les ha obligado a alejarse de su lugar natal. Ningún niño merece vivir hacinado. Nuestros gobernantes deben entender que Canarias llega a su límite de capacidad de asistencia y que las restantes comunidades autónomas, tienen una responsabilidad, si no legal, moral de acoger y darle un hogar a los niños.  

Los canarios nos hemos despedido del 2024 con la dolorosa cifra que contabiliza el colectivo Caminando Fronteras. 9.757 personas fallecieron en la ruta canaria, considerada, y no es para menos, la ruta más mortífera. Al 2025 le pido que cese el odio sobre los migrantes, -ojalá todos nos acordemos que la historia de la humanidad es la historia de un continuo traslado y que precisamente nuestra especie proviene de África-. Le pido a los Reyes Magos que se acaben los bulos y la rastrera utilización política de los migrantes, de quienes solo nos separa, como dice Rozalén, una línea: ¿Quién dibujó esa línea que separa a tu alma de la mía? ¿Quién decidió darle solo a una valor?

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