Todo el mundo llora hoy en La Palma. Sobran desgracias, razones y motivos para hacerlo. Yo también. Lloro compulsivamente, gastando unas energías que deberían ser para ayudar. Lloro fatal, lloro tan mal que algunas personas que me han visto llorar me han sacado la palabra. Lo siento. Admiro esas personas que saben llorar, un estilazo, como esa amiga que desliza una lágrima por su mejilla de alabastro, extrae un pañuelo del corpiño y se seca la lágrima con una elegancia suprema. He intentado hacerlo, pero con un kleenex no es lo mismo, además el kleenex me hace estornudar. Siendo estudiante de Derecho me eché a llorar en un examen oral, fue tan horrible que desde entonces nuestro sistema legal está en franca decadencia, de lo que se aprovechan el Puigdemont y otros. Así y todo, seguiré llorando, al menos hasta que lleguen los tropecientos millones prometidos y el volcán afloje y deje respirar a pleno pulmón a los sufridos habitantes del Valle. Entonces lloraré, pero de alegría, y de alegría sí sé llorar. En fin.