Espacio de opinión de La Palma Ahora
No nos merecemos a José Manuel Soria
Creo que no, francamente, no, no nos merecemos a José Manuel Soria. Lo he tenido claro hoy súbitamente, a miles de kilómetros de su turbadora presencia, al enterarme del incremento que sufrirá la factura de la luz a partir del próximo mes. Pero no ha sido por esta razón que yo ahora piense que no nos merecemos a Soria, sino que al ver su nombre una vez más junto a una decisión política cruel, he recordado su persona, su argumentario vacuo y su connatural soberbia. Yo tengo bien claro que tenemos lo que nos merecemos, sabemos cómo se eligen los representantes políticos, la realidad de nuestras leyes electorales, que desde el gobierno estatal se decide sobre nuestra realidad archipelágica y, lo que es más importante, lo que ocurre cuando la derecha gobierna con mayoría absoluta. Todo esto lo sabemos bien, conocemos las reglas del juego y hemos permitido desde la apatía colectiva que nos encontremos en la actual coyuntura político-social. Entonces, ¿por qué considero que no nos merecemos a José Manuel Soria? Aunque no fuese él el ministro garante de las prospecciones petroleras en Canarias, de la fractura hidráulica en Cantabria o de cualquier otra decisión conflictiva, habría otro u otra del partido, de corte similar, que habría actuado de modo análogo. Por eso, más allá de sus sentencias políticas, nada, poco o muy criticables, y de su posicionamiento ideológico, bastante predecible, hay algo más, algo que nos hace daño. Yo no quiero que Soria me ponga de mal humor, ni él ni nadie de su naturaleza, pero él lo consigue sin esfuerzo. Está claro que su asiento está legitimado por este aceptado (y por supuesto criticable) sistema de democracia representativa, por eso debemos transar en ciertas cosas, o tal vez no, pero lo que no procede en el debate político, en el mensaje institucional o en el análisis de la respuesta social es la altivez, la petulancia. Hay muchas cosas censurables en la vida política, cosas que nos encienden la sangre con razón, pero no olvidemos que todo esto ocurre bajo nuestra responsabilidad ciudadana. Lo que no se puede consentir de ningún modo es la total falta de respeto a las personas, y José Manuel Soria falta muy a menudo al respeto. Lo hace cuando se burla, cuando desdeña, cuando miente con malicia, cuando tergiversa datos y reinterpreta la realidad. No son tolerables algunos números circenses como el del Meridiano de Greenwich, ni la perversa estimación de futuribles puestos de trabajo a partir de la industria petrolera por venir, ni el desprecio a la movilización social y a las voces opositoras en cualquier lugar del Estado. Soria hiere socialmente, ataca desde la altura de su cargo y niega el debate. No nos lo merecemos, no podemos haber hecho algo tan malo en otra vida para que ahora se nos castigue tan duramente, nadie tiene el karma tan sucio como para tener que soportar la presencia de Soria en la prensa y en los noticieros. Quisiera algún día reconciliarme con él, sinceramente, poder verle como a un político más, discrepar de sus ideas desde la lógica y la razón. Pero por ahora no quiero leerle ni escucharle, no me merezco a este hombre, ustedes tampoco.
Creo que no, francamente, no, no nos merecemos a José Manuel Soria. Lo he tenido claro hoy súbitamente, a miles de kilómetros de su turbadora presencia, al enterarme del incremento que sufrirá la factura de la luz a partir del próximo mes. Pero no ha sido por esta razón que yo ahora piense que no nos merecemos a Soria, sino que al ver su nombre una vez más junto a una decisión política cruel, he recordado su persona, su argumentario vacuo y su connatural soberbia. Yo tengo bien claro que tenemos lo que nos merecemos, sabemos cómo se eligen los representantes políticos, la realidad de nuestras leyes electorales, que desde el gobierno estatal se decide sobre nuestra realidad archipelágica y, lo que es más importante, lo que ocurre cuando la derecha gobierna con mayoría absoluta. Todo esto lo sabemos bien, conocemos las reglas del juego y hemos permitido desde la apatía colectiva que nos encontremos en la actual coyuntura político-social. Entonces, ¿por qué considero que no nos merecemos a José Manuel Soria? Aunque no fuese él el ministro garante de las prospecciones petroleras en Canarias, de la fractura hidráulica en Cantabria o de cualquier otra decisión conflictiva, habría otro u otra del partido, de corte similar, que habría actuado de modo análogo. Por eso, más allá de sus sentencias políticas, nada, poco o muy criticables, y de su posicionamiento ideológico, bastante predecible, hay algo más, algo que nos hace daño. Yo no quiero que Soria me ponga de mal humor, ni él ni nadie de su naturaleza, pero él lo consigue sin esfuerzo. Está claro que su asiento está legitimado por este aceptado (y por supuesto criticable) sistema de democracia representativa, por eso debemos transar en ciertas cosas, o tal vez no, pero lo que no procede en el debate político, en el mensaje institucional o en el análisis de la respuesta social es la altivez, la petulancia. Hay muchas cosas censurables en la vida política, cosas que nos encienden la sangre con razón, pero no olvidemos que todo esto ocurre bajo nuestra responsabilidad ciudadana. Lo que no se puede consentir de ningún modo es la total falta de respeto a las personas, y José Manuel Soria falta muy a menudo al respeto. Lo hace cuando se burla, cuando desdeña, cuando miente con malicia, cuando tergiversa datos y reinterpreta la realidad. No son tolerables algunos números circenses como el del Meridiano de Greenwich, ni la perversa estimación de futuribles puestos de trabajo a partir de la industria petrolera por venir, ni el desprecio a la movilización social y a las voces opositoras en cualquier lugar del Estado. Soria hiere socialmente, ataca desde la altura de su cargo y niega el debate. No nos lo merecemos, no podemos haber hecho algo tan malo en otra vida para que ahora se nos castigue tan duramente, nadie tiene el karma tan sucio como para tener que soportar la presencia de Soria en la prensa y en los noticieros. Quisiera algún día reconciliarme con él, sinceramente, poder verle como a un político más, discrepar de sus ideas desde la lógica y la razón. Pero por ahora no quiero leerle ni escucharle, no me merezco a este hombre, ustedes tampoco.