Espacio de opinión de La Palma Ahora
Ni matrimonios ni hijos, una sociedad de ancianos
Los sociólogos dicen que estamos en camino de ser una sociedad de pura ancianidad, y ello es un problema grave en este modelo económico en el que se elogia a los jóvenes porque son los que consumen. Nos recuerda aquella dura película No es país para viejos, en la que Bardem hacía un papelón protagonista. Aquí los inmigrantes aportaban hijos, mantenían las cifras con cierto decoro. Pero ya se han ido, y no solo ellos sino también la mejor generación joven de nuestra historia está haciendo las maletas con mucha prisa. Hasta hace veinte años el problema era justamente el contrario: Franco creó los premios de natalidad y con frecuencia tanto en Andalucía como en Canarias había familias que superaban los 20 hijos. Décadas más tarde, en las islas la natalidad seguía siendo excesiva y con el deseo de muchos jubilados europeos de establecerse aquí hasta el gobierno regional reclamaba una ley de residencia, similar a la que existe en Hawaii. Con unas islas superpobladas, casi dos millones y medio de residentes —aunque en lugares como en Tenerife los censos suelen estar inflados– algunos se acordaban de las teorías de Malthus, para reclamar un mayor control de la población.
Thomas Malthus fue un clérigo anglicano interesado por la economía y en su libro Ensayo sobre el principio de la población (1798) propone el principio de que las poblaciones humanas crecen exponencialmente (es decir, se duplican con cada ciclo) mientras que la producción de alimentos crece a una razón aritmética (mediante la adición repetida de un incremento uniforme en cada intervalo de tiempo uniforme). De este modo, mientras era probable que la producción de alimentos aumentara en la progresión aritmética 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, etc., la población podía aumentar en la progresión geométrica 1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, 128, 256, etc. Este argumento del aumento aritmético de los alimentos con un crecimiento geométrico simultáneo de la población predecía un futuro en el que las personas no tendrían recursos para sobrevivir. Para evitar tal catástrofe, Malthus sugirió con ahínco que se implementaran controles en el crecimiento demográfico.
Pues bien: la economía no es una ciencia exacta y la sociedad nunca actúa con la predeterminación de un reloj. Cierto es que continentes como África y Asia incrementan su población de manera continua, son países emergentes que están avanzando en sus procesos de desarrollo, y registran unos buenos crecimientos anuales de su economía. El exceso viene sobre todo de las áreas asiáticas, africanas y latinoamericanas, allí la población crece sin cesar y a veces se manifiestan alarmas malthusianas que tienen como contrapeso el elevado crecimiento de estos países: China, India, Brasil, Nigeria, etcétera. Ahora, en este siglo XXI de adelantos tecnológicos y grandes crisis prefabricadas por el neoliberalismo, con Alemania ganando ya la tercera guerra mundial, el problema en el llamado Primer Mundo es justamente el contrario. Buena parte del grupo de países desarrollados, y los de Europa más en concreto, se sostienen malamente en una población envejecida. En España las estadísticas señalan que el número de bodas disminuye de año en año, la edad media de los contrayentes aumenta y se sitúa entre las más altas del continente. La natalidad sigue disminuyendo, con lo que dentro de un par de décadas seremos una sociedad de ancianos, con todos los problemas de sostenibilidad que ello podría comportar en cuanto a productividad, asistencia sanitaria, cotizaciones sociales para mantener el sistema de pensiones, etcétera. Según la ONU, España será en 2050 el tercer país más viejo del mundo, por detrás de Japón y Corea. Y la tasa de nacimientos está a la cola de Europa, solo por delante de Polonia y Portugal. De los 2,01 hijos de Irlanda y Francia por cada mujer en edad fértil a los 1,30 de nuestro país hay una diferencia notable.
Si Malthus se equivocó en su profecía apocalíptica, es probable que este análisis de los sociólogos y los economistas de este momento también sea fallido. Podría serlo siempre que en nuestro país se recupere la economía y vuelvan los inmigrantes, los latinoamericanos, los magrebíes y los de las naciones del Este podrían volver a rejuvenecer la población haciendo sostenible el Estado de Bienestar, incrementando de nuevo los cotizantes a la Seguridad Social. Dentro de España hay regiones que ya son un desierto, los pueblos de buena parte del interior de la Península tienen escuelas cerradas, parques sin pequeños, pueblos que parecen cementerios, con solo unos pocos ancianos deambulando por las calles. Dentro de Canarias hay islas como Fuerteventura que, dado su auge turístico, registran una gran vitalidad poblacional pero hay otras como La Palma, El Hierro y La Gomera donde la población está muy envejecida, se cierran escuelas, se vacían los caseríos. Los jóvenes se marchan a estudiar y no regresan por falta de oportunidades para integrarse en sus islas.
Ya sabemos que uno de los principales problemas del envejecimiento de la población es el gasto sanitario, ya que los mayores acarrean la mayor parte de las altas hospitalarias y sus estancias son más largas. A los 80 años, más de la mitad de los ancianos tiene problemas para manejarse por sí mismos. Y el problema mayor es que no hay población activa suficiente para mantener a los pensionistas. Procurar el retorno de los jóvenes a las áreas rurales y fomentar la emprendiduría podría ayudar.
En el sur de Europa toda esta problemática de la tercera edad en cierto modo se ve paliada por el tradicional papel protector de la familia en los países latinos, pues la familia suele acoger un número importante de ancianos dependientes. Junto a España, Portugal, Italia y Grecia serán los países más envejecidos dentro de cuarenta años, mientras que en las naciones nórdicas se supera el problema merced a las importantes ayudas al núcleo familiar, tanto económicas como laborales: flexibilidad en los horarios, permisos de paternidad para el padre y la madre, etc. De cualquier modo, todo está en revisión. Pero una sociedad con pocos niños y muchos viejos se vuelve insostenible.
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Los sociólogos dicen que estamos en camino de ser una sociedad de pura ancianidad, y ello es un problema grave en este modelo económico en el que se elogia a los jóvenes porque son los que consumen. Nos recuerda aquella dura película No es país para viejos, en la que Bardem hacía un papelón protagonista. Aquí los inmigrantes aportaban hijos, mantenían las cifras con cierto decoro. Pero ya se han ido, y no solo ellos sino también la mejor generación joven de nuestra historia está haciendo las maletas con mucha prisa. Hasta hace veinte años el problema era justamente el contrario: Franco creó los premios de natalidad y con frecuencia tanto en Andalucía como en Canarias había familias que superaban los 20 hijos. Décadas más tarde, en las islas la natalidad seguía siendo excesiva y con el deseo de muchos jubilados europeos de establecerse aquí hasta el gobierno regional reclamaba una ley de residencia, similar a la que existe en Hawaii. Con unas islas superpobladas, casi dos millones y medio de residentes —aunque en lugares como en Tenerife los censos suelen estar inflados– algunos se acordaban de las teorías de Malthus, para reclamar un mayor control de la población.
Thomas Malthus fue un clérigo anglicano interesado por la economía y en su libro Ensayo sobre el principio de la población (1798) propone el principio de que las poblaciones humanas crecen exponencialmente (es decir, se duplican con cada ciclo) mientras que la producción de alimentos crece a una razón aritmética (mediante la adición repetida de un incremento uniforme en cada intervalo de tiempo uniforme). De este modo, mientras era probable que la producción de alimentos aumentara en la progresión aritmética 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, etc., la población podía aumentar en la progresión geométrica 1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, 128, 256, etc. Este argumento del aumento aritmético de los alimentos con un crecimiento geométrico simultáneo de la población predecía un futuro en el que las personas no tendrían recursos para sobrevivir. Para evitar tal catástrofe, Malthus sugirió con ahínco que se implementaran controles en el crecimiento demográfico.