De la sostenibilidad (y los cigarrillos light)
Carmen estaba aliviada. Fumar sin humo, lo nunca visto. Después de décadas padeciendo su falta de voluntad para dejar el vicio, el dispositivo de tabaco calentado parecía cumplir lo prometido. Las molestias que sentía en el pecho cada mañana se habían atenuado, su tos ya no era tan persistente, la ropa ya no olía tan mal. Su risa rota y ahogada, por el contrario, se mantenía. No se puede tener todo.
Antes de pasarse al tabaco calentado, estuvo muchos años fumando cigarrillos light, la primera gran promesa de la industria tabaquera de fumar con menos perjuicio para la salud. Tenía su lógica: menos nicotina y alquitrán igual a menos daño. Desde pronto se supo que no era así, que era falso. La UE prohibió en 2001 el uso de términos como light, ‘suave’ o ‘bajo en alquitrán’ para productos de tabaco porque transmite un mensaje fraudulento. Las tabaqueras lo sabían, como sabían anteriormente la relación entre tabaquismo y el cáncer, algo que negaron durante años. Business oblige.
Las palabras son maleables, manipulables. Sucede algo parecido con el uso desmedido que se hace últimamente del término ‘sostenibilidad’. El principio es el mismo: modificar levemente un producto y añadir un adjetivo (light, sostenible) a su nombre para presentarlo como algo mucho menos nocivo que el original, casi inocuo. Pequeños cambios cosméticos, superficiales y mucha mercadotecnia para seguir vendiendo algo sin cambiar los hábitos. La magia del mercado. Cruceros sostenibles, moda sostenible, construcción sostenible, conciertos sostenibles, joyería sostenible, embalajes sostenibles…
De este truco publicitario son conscientes los científicos y los miembros del movimiento ecologista. Algunos llevan años diciendo que hay que abandonar este concepto. El ambientólogo Andreu Escrivà publicó un libro llamado Contra la sostenibilidad (Arpa, 2022) donde afirma que se ha banalizado, que no significa nada porque no cuestiona nada. No se persigue la sostenibilidad real, sino que se busca emularla. Se pinta todo de verde para que todo siga igual.
El término sostenibilidad (Nachhaltigkeit) nació en Alemania a principios del siglo XVIII y se empezó a usar para hacer referencia a la práctica de replantar árboles en los bosques donde se extraía madera y así asegurar la reposición. Un cálculo matemático sin más complejidades. En adelante, el concepto se desarrolló y se hizo mucho más abarcador. Se habla de sostenibilidad en sus vertientes medioambiental, económica y social. La idea ha sido operativa hasta que fue secuestrada y devaluada por empresas que querían dar respuesta a una clientela cada vez más preocupada por la protección del medioambiente.
Aquí no escapamos de esa tendencia. Llevamos un tiempo oyendo a responsables políticos de los principales partidos usarlo profusa y unánimemente en su defensa de una serie de proyectos reunidos bajo la cautivadora etiqueta de “desarrollo turístico sostenible”. Teniendo en cuenta lo que venimos diciendo, no es de extrañar que haya algo que no termine de encajar en todo esto. Decir que instalaciones con campo de golf o decenas de villas privadas con piscina es desarrollo turístico sostenible es como defender que el boxeo no es violento porque se usan guantes. Para ese tipo de desarrollo hay que roturar miles de metros cuadrados, remover toneladas de tierra, verter toneladas de cemento y bloques. Eso, en esencia, no se diferencia de lo que se ha hecho hasta ahora. Son acciones que no pasarían una prueba nivel básico de respeto por la naturaleza, sobre todo si se trata de lugares de gran valor en un territorio pequeño, limitado, escaso.
Si se busca un desarrollo turístico realmente sostenible hace falta más, muchísimo más que eso. Más audacia, más ideas, más innovación. Si lo que se quiere hacer es sacar adelante esos proyectos, que lo llamen “desarrollo turístico” sin más. No se apartan demasiado del modelo desarrollista habitual, la receta de siempre, lo que conocemos bien. La sostenibilidad real, sin postureo, requiere cambios de calado. No basta con poner unas placas solares, arreglar unos senderos, rellenar las piscinas con menos frecuencia y poner jardines y miradores de pájaros.
Dicho esto, la analogía entre las trapacerías verbales de la industria del tabaco y el mal uso del concepto de sostenibilidad tiene sus límites. Por mucho que le cueste, Carmen tiene la opción de seguir las indicaciones de la OMS, no creerse las promesas de las tabaqueras, dejar de fumar y terminar con sus problemas de salud (y de conciencia). Para Canarias es prácticamente imposible prescindir de su sector turístico. Representó un 35% de su pib en 2023 (frente al 12,8% del conjunto de España). En La Palma puede estar entre 15 y un 20%. Que ese turismo sea realmente sostenible es, de momento, un sueño muy lejano.
Quizás no demos para más y no seamos capaces crecer económicamente mediante un desarrollo turístico equilibrado y respetuoso con la riqueza natural de las islas. Si asumimos eso, adelante. Que las palas, grúas, camiones, cementeras invadan el monte. Lo que no se debe hacer es camuflar la realidad con apelativos atrayentes para vender lo que no es sino una versión remozada de lo de siempre. Llamemos las cosas por su nombre.
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