¡Vacaciones así, no!
Quizá lo más clarificador y menos engañoso a la hora de abordar un tema sería indagar sobre la etimología de la palabra objeto de investigación, pues son los orígenes de las palabras los que pueden de alguna manera devolvernos el sentido o uso más auténtico o menos contaminado de las mismas.
Es probable que el lector de estas páginas no se haya parado a pensar en que el vocablo «vacación» deriva del latín «vacare», «vaciar». En contraste con el tiempo de trabajo, las vacaciones se presentan al ciudadano de a pie como un tiempo libre o vacío que complementa al tiempo lleno o de trabajo, pero, que, en ese sentido, y como veremos ahora, se vuelve igual que él, es decir, igual de trabajoso.
Pues lo primero que hay que hacer con ese tiempo vacío es llenarlo con toda serie de sustitutos de felicidad y placer, toda una serie de diversiones que disimulen ya no solo el vacío y el aburrimiento del periodo vacacional, sino lo que es peor, el vacio de la vida toda que nos han cambiado por mero «tiempo», por «futuro».
¡Imagínese todo lo que hay que hacer para irse de vacaciones! Preparación con o sin agencias, puesta en ruta si se decide arrastrar el coche personal con la familia cargada en él, lucha con los inconvenientes de la carretera y demás, viaje de retorno no menos fatigoso que el de ida… ¿Dónde está el descanso prometido como compensación a todo un año de esfuerzo?
Y todo ello por no mencionar el espectáculo horrendo y tristísimo que ofrecen las playas por todas partes con las señoras practicando la devoción al astro-rey tendidas sobre la arena destilando sufrimiento por todos sus poros pero cumpliendo de una manera heroica con lo que les está mandado por el Estado y el capital; o los miles de jóvenes consumiendo alcohol y ruido en las discotecas y bares nocturnos, destrozando sus pobres cuerpos en obediencia a la orden del «carpe diem»: disfruta del momento.
Lo que desgraciadamente se oculta bajo ese mandato horaciano tan de moda es que ese disfrute se está haciendo en nombre de un fin, que no es otro que el de la muerte, la muerte siempre futura: «puesto que la vida es breve aprovecha el instante». Pero un gozo parcial, limitado, computado es un insulto y una mentira para el corazón cuya felicidad aspiraba al hallazgo interminable de lo no sabido, a lo que no cupiera en las cárceles del ser lo que se es. ¿Acaso no era eso el paraíso, un olvido de sí, un perderse en los mares sin orillas de lo verdaderamente desconocido, de lo ajeno al tiempo, al trabajo, al dinero?
Pero junto al carácter «trabajoso» de las vacaciones, está el carácter ideal de las mismas: idea de los sitios, idea del placer, idea del pasárselo bien. Basta con recordar las ideas cromadas de los más diferentes lugares del mundo (Tailandia, Menorca, La Palma) que aparecen retratados en los prospectos de propaganda de las agencias de viaje y que explican detalladamente qué es lo que vas a disfrutar, las formas de disfrute, incluido el paisaje, la visualidad misma de la cosa. Cualquiera corazón medianamente sano se da cuenta del cambiazo, de la substitución de cosas concretas y vivas (como podrían ser las delicias del aire, del agua, de la arena, del olor a hierba o a mar) por imágenes de las mismas hasta tal punto en que se llega a perder la sensualidad misma, el sentir directo de lo placentero.
¿Qué es entonces lo que aquí se está recomendando? ¿Que nos quedemos en casa, sin vacaciones? ¿Qué hasta un miserable piso en medio de un conglomerado metropolitano pueda llegar a parecer un refugio deleitoso para el verano?
No, ciertamente no. Aquí no podemos aconsejar ninguna forma de celebrar las vacaciones. Lo único a lo que sí podemos invitar es a despreciar las ideas que nos dan a cambio de las cosas palpables. Intentar dejar que se resucite el amor a las cosas mismas: el amor del fresco cuando hace calor, del calorcito cuando hace frío; el amor de aquellas cosas que apenas uno se atreve a llamar «cuerpos» pues está ya esa palabra especialmente denigrada por la propaganda. En definitiva, dejarse llevar por el gusto, y no perder el sentido de lo verdaderamente festivo y útil para la gente.
Y en todo caso, si alguna sugerencia más pudiese lanzarse al respecto, esta sería más bien negativa: negarse a viajar por motivos turísticos, oponerse a pasar fatigas para llegar a un destino prefijado donde uno «se lo va a pasar bien». Porque ir a donde quiera que sea a pasarlo bien es contranatural. Ir a los sitios se va a cumplir con obligaciones, con negocios, porque hay que ir… Y entonces puede suceder que, por eso mismo, de paso, por distracción, algunas veces, y sin que se pueda prever, a lo mejor te lo pasas bien en el camino. La felicidad, si se da, nunca es por procura, siempre es por descuido.
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