A veces, simplemente, llegamos tarde

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Tarde. Una palabra polisémica que conlleva, en muchos casos, un sentimiento de pérdida o abandono, un sentimiento de culpa y rechazo que busca colocarnos cercanos a su antónimo, al pronto o temprano. Este concepto no solo nos sitúa en un momento concreto del día, sino que también, nos expone su cualidad de estar fuera de tiempo, de haberse escabullido entre los segundos y haber jugado con la ilusión de la posibilidad de lograr eso que pretendíamos. Tarde, cinco letras que para muchas mujeres ha causado la muerte o el daño irreparable. Tarde, una definición que culpabiliza a aquellos que la pronuncian y responsabiliza a aquellos que la escuchan. Una expresión que nos lleva a preguntarnos cómo saber cuándo es tarde, cómo saber actuar a tiempo, cómo saber escuchar los silencios.

A veces, el grito más fuerte llega en forma de silencio, pero el problema en estos casos es que nadie llega a escucharlo, al menos, a tiempo. A veces, aunque se denuncie, aunque el grito sea sonoro, el reloj nos la sigue jugando y, simplemente, llegamos tarde. A veces, si no siempre, aunque en cuestión de tiempo sea pronto, el peso del dolor ha roto las manecillas del reloj y para esa persona, nuevamente, ya es tarde.

Hoy, 25 de noviembre, se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, esa violencia que se ha visto enraizada a través de una estructura sociocultural que nos ha ido colocando a cada uno de nosotros, a cada persona, en un lugar concreto y con un rol determinado dentro de nuestra sociedad. Podemos hablar de múltiples tipos de violencia sobre la mujer, ya sean de origen sexual o económico, por parte de un compañero sentimental o, incluso, familiar, o aquella que busca causar dolor a través de los hijos. Pero cualquiera de estas variantes comparte el nexo común del género y de la respuesta que hemos estigmatizado en torno a este, de cómo debe ser un hombre y cómo debe ser una mujer.

Debemos ser conscientes de que no existe una única respuesta a nuestra manera de ser y actuar, no existe una única forma de ser mujer de la misma manera que no existe una única forma de ser hombre. Como decía Simone de Beavoir: “no nacemos como mujer, sino que nos convertimos en una” e, incluso, nos convierten en una. Y en este proceso de construcción terminamos aprendiendo una serie de comportamientos machistas que no nos permiten realizar una transformación real de nuestra propia cultura. Citando a otra gran autora, Chimamanda Ngozi Adichie, “la cultura no hace a la gente, la gente hace la cultura”, por lo que, sin duda, tenemos el enorme deber de cambiar nuestra cultura para que estas respuestas instantáneas y normalizadas dejen de serlo y seamos capaces de plantear otras nuevas, de ver nuevas formas de ser y estar dentro de nuestra sociedad. La socialización debería estar basada en una educación que enseñe todas esas maneras de ser nosotros mismos, a expensas de nuestro género. Una educación que busque la igualdad y que nos permita cambiar nuestra estructura sociocultural. Para que el día de mañana no volvamos a llegar tarde.

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