“El caso de la enfermera asesinada por su marido me ha minado como abogado”
Lleva 38 años ejerciendo la abogacía y sigue “en pleno ejercicio y sin limitaciones”. El letrado palmero Acenk Galván, que tiene fama de orador brillante en sus exposiciones, defiende a la familia de la enfermera granadina supuestamente envenenada por talio por su marido en un proceso judicial que ha tenido trascendencia nacional. Se declara “republicano conceptual” aunque entiende que “la monarquía, cuando fue instaurada, estratégica, histórica, política y socialmente, convenía porque era un encuentro de las dos Españas”, pero, subraya, “para mí, el ideal es una república”. Le gusta el cine y escribir narrativa de viajes y poesía “para mí y para mis amigos”, según ha manifestado en una entrevista concedida a LA PALMA AHORA. “Mi hobby es viajar, me encanta, y escribo sobre las experiencias de viaje”, asegura.
-¿Cómo ha evolucionado la profesión desde que se inició como abogado?
-La profesión es esencia sigue siendo la misma, que en definitiva es defender los intereses de los ciudadanos, unas veces para acusarlos -cuando tienes que hacer de acusador particular- y generalmente, para defenderlos. Lo que sí ha cambiado es la justicia gratuita, aquí es donde ha habido modificaciones sustanciales. Cuando yo empecé a ejercer en los años 70, la justicia era del todo gratuita, para los ciudadanos y también para el abogado, que no cobraba absolutamente nada por defender a un pobre, lo que pasa es que, previo a su actuación profesional, había que hacer un procedimiento que muchas veces se derivaba en un juicio contencioso para acreditar si esa persona eral realmente pobre. Si se confirmaba este extremo, se le asistía por un abogado de turno y ese letrado no cobraba absolutamente nada. En el siguiente paso subsistió la obligación de acreditar la pobreza manifiesta de la persona, pero ya sí se le daba al abogado una pequeña retribución en modo alguno equiparable a un honorario de un procedimiento normal y corriente, pero había una remuneración por su actuación en defensa del pobre. La modificación sustancial se hizo después de la Constitución y de la entrada en vigor de las nuevas leyes procesales y de la constitución de los colegios profesionales, donde ya se establece un sistema objetivo para determinar si una persona es pobre o no, que está en un listón bastante alto, entiendo yo. Se considera que una persona es pobre cuando tiene unos ingresos iguales o superiores al doble del jornal base; aunque que tenga su propia vivienda o un vehículo, a esa persona se le puede considerar con derecho suficiente para ser asistida gratuitamente por la abogacía, a la que también se le va a remunerar, no en igualdad de condiciones a un caso normal privado, pero ya no es aquella remuneración originaria primaria más simbólica que otra cosa.
-¿Considera que el ciudadano tiene restringido en la actualidad el derecho a una justicia gratuita?
-Se están poniendo algunas limitaciones, pero entiendo que no es una restricción genérica. La restricción no es concreta a la justicia gratuita, se ha hecho al conjunto de la población por la imposición de unas tasas judiciales que todo ciudadano -el que accede a la justicia gratuita no tiene esa obligación- tiene que pagar antes de pleitear o de recurrir. El nuevo ministro de Justicia dice que las va a modificar, incluso suprimir, pero supongo que todavía no ha tenido tiempo de actuar con las fiestas navideñas. Esperamos que sean reducidas sensiblemente o suprimidas, que es lo que debe ocurrir, porque eso sí que está dificultando el acceso a la justicia al ciudadano normal y corriente.
-¿Cree que la Ley está pensada para el ‘robagallinas’ y no para el gran defraudador, como ha dicho Carlos Lesmes, presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial?
-No comparto su criterio. Lo que ocurre es que a los delitos hay que ponerles un límite de pena, y, claro, un delito pequeño tiene una pena que, en principio, puede parecer fuerte, pero en la escala de graduación, una condena de privación de libertad es de 20 años como máximo, y en determinadas circunstancias, 25 o 30, en los casos de parricidio o muerte; en terrorismo se puede llegar hasta 35. Tenemos una escala de 1 a 20 años para una cantidad inmensa de delitos, que hay que repartir en ese escala, de lo contrario, o no castigas a algunos o habría que subir el techo de penas, que sería excesivo, porque condenas de 40 o 50 años es volver a la cadena perpetua. Entiendo que el ciudadano tenga esa visión, puede parecer que por un delito nimio se está castigando mucho y por uno alto, poco, pero insisto en que la escala temporal no da para más.
-¿Qué cualidades debe tener un buen abogado?
-Ser estudioso y honrado. Fui decano durante 20 años y tomé juramento a todos los nuevos jurandos, y siempre les decía que el buen abogado es aquel que estudia, estudia y estudia, y solamente cuando está totalmente seguro de que ya lo sabe todo, entonces sigue estudiando.
-Usted tiene fama de ser un orador brillante en sus exposiciones.
-Eso es lo que dice la gente, pero que yo lo diga… Parece ser que es así, yo siempre me expresado toda mi vida de la misma manera, y he tenido suerte de que la naturaleza me haya dado ese don, bienvenido sea. Dicen que soy un buen orador, pero la verdad es que yo no sé hacerlo de otra manera.
-¿Qué siente cuando pierde un juicio?
-Duele mucho. Otra cosa que yo le decía a los nuevos abogados, para que se lo tomaran a pecho, es que los asuntos hay que llevarlos como propios, de familiares o del amigo más querido, pero hay que terminarlos sin euforia inmensa por ganar y sin pena profunda por perder. Lo que se debe tener al final de un juicio, se gane o se pierda, es la consciencia tranquila de que se estudió y se trabajó todo lo que debió, pero somos humanos y perder un juicio duele, pero hay que hacer un esfuerzo, terminar y pensar que ese juicio no era mío, que he hecho todo lo que he podido y que tengo mi consciencia tranquila. Ahora, si te digo que no me duele, te engaño.
-¿Y qué sentimientos le embargan cuando gana?
-Te llena de satisfacción, porque somos humanos, pero siempre daba el mismo consejo a los nuevos abogados: ni demasiada fiesta por ganar ni pena profunda por perder.
-¿Tiene algún caso en su trayectoria profesional que le haya marcado particularmente?
-Sí, uno que todavía tengo encima y ha sido un triste episodio de asesinato entre cónyuges, dos enfermeros; el marido envenenó a la mujer y la mató en Gran Canaria, un caso que ha tenido trascendencia nacional. Yo defiendo a la familia de la difunta. Es un asunto muy complejo, de muchos testigos, de mucha técnica, de muchos folios escritos. En primera instancia ya han condenado al marido, al asesino, y le han impuesto 23 años de cárcel (hemos sobrepasado ese límite de 20 años que habíamos dicho) porque se han dado unas determinadas circunstancias. Se ha apelado al Tribunal Superior de Justicia de Canarias (TSJC), que ha confirmado la sentencia. Yo también la apelé, a pesar de haberse accedido a lo que solicitaba, porque pedía que le privaran al padre de la comunicación con el hijo –entonces tenía dos años y ahora seis- porque consideraba que no era humano que ese niño inocente, que seguía en comunicación telefónica con su progenitor -le decía que estaba trabajando y vendría enseguida- más pronto que tarde se iba a enterar de que su padre mató a su madre; qué concepto va a tener ese niño del bien y el mal, de la vida y la muerte, de la constitución familiar; se le romperían los esquemas para toda su vida. El recurso del acusado no prosperó y el mío sí, así que además de los 23 años de cárcel, se le impuso una orden de alejamiento de prohibición de cualquier contacto y comunicación durante 33 años, diez años más de la condena. Fueron varios meses de sesiones de juicios todos los días, oyendo infinidad de testigos y peritos, unos escritos interminables y profundísimos, y humanamente, me ha minado mucho, porque yo no sé hacer nada si no me lo tomo a pecho.
-¿Cuáles son los litigios más frecuentes en La Palma?
-Los jueces que vienen aquí de primer destino, cuando se van y hablas con ellos, siempre llegamos al convencimiento de que La Palma, como sociedad plural, es un crisol donde se da de todo lo bueno y lo malo. Por desgracia, hay momentos en los que priman los delitos contra la salud pública, por cuestiones de drogas, en determinados momentos del año, en fiestas… y delitos contra la propiedad, pero, en general, hay de todas las clases y variedades de infracciones.