La isla de La Palma es un puro contraste que la colma de rincones espectaculares, muchos de los cuales son tan sutiles que pasan desapercibidos para la mayoría de los residentes. Uno de ellos es un pequeño espacio que está en proceso de transformación que se localiza en la zona litoral del término municipal de la Villa de Mazo. En él existe un cono de cínder: La Montaña del Azufre que se distingue por su belleza paisajística y peculiar geología. Fue declarado por el Gobierno de Canarias en 1987 como Monumento Natural (P-5), también es considerado Lugar de Importancia Comunitaria (LIC) y desde 1990 se reconoce como Área de Sensibilidad Ecológica; está encajado entre los pagos de Malpaíses de Abajo al suroeste y La Salemera al norte, abarcando una superficie de unas 75,2 hectáreas, que se abren al este en un acantilado costero estratificado, de desigual resistencia y textura, formado por restos volcánicos de diversas erupciones.
En la zona sureste de este cono de lapilli se localiza un acantilado costero de unos 20.000 años de antigüedad con caídas verticales de casi 200 metros, donde se aprecian estructuras erosivas por efecto de la lluvia y la acción mecánico-química del espray marino. Asimismo, la poca resistencia de los materiales que conforman el terreno y la elevada pendiente favorecen la acción erosiva de cabras cimarronas que deambulan por los escarpes, en cuya base se asienta un paraje marítimo, llano y en forma de arco de unos 150 metros de radio que engloba tres dominios: una playa de fina arena negra (Playa del Azufre), un fragmento de isla baja (forjada por las lavas de la histórica erupción del San Juan en 1949) y un cono de deyección sedimentaria de gravas grises, configurado por el desagüe de los barrancos de La Lava y Salto del Pino que desembocan en este territorio. Es en el tramo ribereño de este enclave excepcional de aproximadamente 7.000 m2 donde vamos a centrar nuestra atención.
Allí, gracias a la acción erosiva y sedimentaria (marina e hídrica), así como por los aportes gravitatorios que se desprenden por las pendientes -que oscilan entre el 60% y el 100% de desnivel- del acantilado, se está creando un ecosistema hasta ahora inédito para la isla de La Palma: un grupo de negras dunas de casi un metro de alto y varios de largo que hace algo más de una veintena de años no existían y que ahora prosperan al norte de este delta sedimentario y al abrigo del volcán de la Montaña del Azufre.
Este lugar presenta un clima seco con precipitaciones anuales que apenas llegan a los 350 mm y con largos periodos de sequía que pueden prolongarse por más de 10 meses. Su temperatura puede variar entre 13 y 30 ºC, mostrando una media que ronda los 18 ºC, con vientos alisios dominantes -que exhiben una intensidad media de unos 30 hm/h- que garantizan el aporte continuo de la arena y la construcción de las dunas.
Todos estos factores favorecen la presencia de una árida vegetación parcelada. Así en la zona supralitoral de la playa destaca la presencia de numerosos plantones de salado que fijan la arena; por el contrario, en la zona del cono de deyección enraíza una vegetación costera escasa y achaparrada integrada principalmente por acelga de mar, bejeque, perejil de mar, siempreviva de mar, tomillo de mar, etc. Conforme nos acercamos a los taludes la formación halófila va siendo sustituida por otra más xerófila representada por arreboles, inciensos, tabaibas dulce, tomillos, verodes, vinagreras, etc. para finalmente ser reemplazada en los andenes por una vegetación más rupícola como lechuguillas de risco, pampillos, pataconejo de risco, yerba risco, etc.
La fauna vertebrada presente está constituida por reptiles (lagartos y rañosas), pequeños mamíferos (como conejos, murciélagos, ratas y ratones) y numerosas aves entre las que sobresale el cuervo, el tagorote y nuestro símbolo faunístico, la graja. Posiblemente todos ellos nidifican en las grietas y oquedades de esta comarca. Pero lo más relevante es la específica fauna invertebrada psamófila y en muchos casos zapadora, compuesta por varias especies que se ocultan bajo la arena de las dunas y que hasta ahora solo eran conocidas de la Playa de Nogales por un estudio que se realizó en la década de los noventa (García, 1998). Lamentablemente cuando esta playa se habilitó para el ocio y esparcimiento de los ciudadanos, la llegada masiva de bañistas hizo que en pocos años muchas larvas y adultos de estos insectos no resistieran tan tremenda agresión desapareciendo. Así, muchos murieron pisoteados al vivir entre los sedimentos del suelo; a otros les perjudicó la utilización para hacer fuegos de los abundantes detritos que el mar arroja a la playa en forma de troncos, ramas y cadáveres, ya que sirven como refugio y base alimenticia para muchas de estas especies; finalmente, la acumulación de basuras controladas e incontroladas acarrearon la aparición de otras especies de invertebrados más competitivos que desplazaron o eliminaron a los ya existentes en la playa, todo esto fue llevando al ecosistema a una situación insostenible hasta su destrucción.
Ahora de nuevo se está organizando un ambiente de este tipo en La Palma y deberíamos ser conscientes de su importancia ecológica y fragilidad. No podemos cometer otra vez el mismo error de ser nosotros los que arruinemos este hábitat. Dejemos que la naturaleza siga su curso, nosotros hagamos nuestro trabajo de estudio, observación y seguimiento.
Bibliografía: García, R., (1998). Contribución al conocimiento de los coleópteros de Playa de Nogales (Puntallana). Ed. UNED de La Palma (Zoras), 5: 40-48.
Artículo publicado en la Revista Atlántica del Derecho, la Historia y la Cultura.