Buscar a familiares en Arguineguín: “Su madre no sabe que se subió a una patera y yo no sé si está vivo o muerto”
Encontrar a un familiar en medio de 600 personas y a más de doscientos metros de distancia no es fácil. A primera hora de la mañana del sábado 21 de noviembre, Tarek aterrizó en el aeropuerto de Gran Canaria desde Dinamarca. Fue directamente al muelle de Arguineguín, donde pasó más de cuatro horas. Sentado en un muro, el joven repartidor miraba con preocupación su teléfono móvil y solo levantaba la vista para observar a lo lejos el campamento para migrantes, que en ese momento albergaba a 592 hombres. Tenía la esperanza de reconocer entre la multitud a su hermano Yassine, que partió desde Marruecos el 7 de noviembre sin que su madre lo supiera. “Si ella lo llega a saber, no le habría dejado irse, pero ahora yo no sé si él está vivo o está muerto”, explica en italiano. Por la tarde, recibió una buena noticia. Yassine estaba vivo y estaba en Arguineguín.
Las condiciones “deplorables” en las que el muelle ha llegado a albergar a 2.600 migrantes y su repercusión en la prensa internacional ha dado a las familias una pista para comenzar a buscar a sus parientes perdidos. Sin embargo, España no ha proporcionado desde que se reactivó la ruta canaria un punto de información o un teléfono al que puedan acudir los familiares y amigos de quienes llegan a las Islas. Así, se producen situaciones diarias de desesperanza y desesperación entre quienes desde el muelle no pueden contactar con sus familias y quienes desde fuera no saben cómo conocer el estado de salud de sus allegados.
En la misma tarde en la que Tarek y Yassine se reencontraron, una llamada sorprendió a Mohamed, un joven residente en el municipio de Mogán. Su tío, que vive en la Península, le pedía por favor que se acercara al muelle en busca de un hombre de 28 años que llevaba al menos ocho días allí. “Yo no lo conozco, pero solo quiero sacarlo de aquí y saber si está bien. Quiero preguntarle si ha podido dormir, si ha comido y si ha bebido agua”. Los vecinos de su tío son familiares del chico que llegó a Arguineguín hacía más de una semana y estaban “desesperados”. Dicen que su madre, que está en Marruecos, no para de llorar desde que descubrió que había arriesgado su vida en el mar.
Mohamed se aproximó a la valla amarilla que separa el campamento de los periodistas y fotógrafos y habló con la Policía Nacional. A través de su teléfono móvil le mostró a un agente una foto del hombre marroquí y su nombre. Esa misma noche pudo llevárselo a su casa y ofrecerle una ducha y una cama en la que dormir. “Vamos a descansar, que él está agotado”, cuenta el joven grancanario mientras abandona el muelle de la vergüenza.
Al día siguiente, Abdel andaba con paso firme hacia el campamento. “Vengo a buscar a mi sobrino”. Su familiar tenía 27 años y decidió embarcarse en una patera para salir de la crisis económica que atraviesa Marrakech después de la pandemia provocada por la COVID-19. “Si el virus ha afectado a los países grandes –refiriéndose a los estados de la Unión Europea–, imagínate a los países de África”, aseveró Abdel. “No se puede salir tanto a la calle y allí la economía la sostenían los mercadillos. Si no puedes vender, no puedes trabajar, y si no puedes trabajar, no puedes comer. Es así”. También atribuye la recesión económica a la caída del turismo.
Abdel pasó dos horas esperando la respuesta de la Policía. Mientras tanto, no apartaba los ojos del campamento. Analizaba los rostros de los migrantes, que se volvían difusos en la distancia. El hombre también fijó su mirada en los pies descalzos de los hombres que estaban en la carpa más cercana. Se alzaba sobre las puntas de los pies para intentar que su vista llegara más allá, pero no se veía nada. Durante su paso por el muelle, Abdel presenció el traslado de cuatro guaguas hacia Barranco Seco. También la llegada de otro vehículo que traía a 21 personas que acababan de ser rescatadas de una patera en Pozo Izquierdo. Aún llevaban la ropa mojada. Escuchó los gritos de otro hombre, que intentaba hacer entender a la prensa que tenía su pasaporte y que no tenía por qué estar allí. Por último, el desembarco de 40 personas rescatadas de un cayuco al sur de Gran Canaria.
Después de tantos movimientos, una mano saludando desde la distancia captó toda su atención. Era su sobrino, que poco a poco se fue acercando en compañía de dos agentes. Se acercó al policía que estaba sentado bajo una carpa y que se encargaba del registro. Les dio su nombre y salió del muelle. Apretó la mano de Abdel, el primer gesto cálido después de ocho días al raso. “Ahora estoy bien”, dijo.
Dos magistrados han establecido que los migrantes del muelle de Arguineguín no pueden ser retenidos más de 72 horas en contra de su voluntad. Yassine, el hermano de Tarek, solicitó ante el Juzgado de Instrucción número 1 de San Bartolomé de Tirajana el habeas corpus, al haber pasado al menos ocho días en el puerto. La petición fue desestimada por el magistrado, que consideró que “no es ilógico pensar que el sujeto prefiera quedarse en un campamento a la espera de ser derivado a un recurso asistencial a vagar por la calle”. “No consta que hubiera pedido salir o hubiera intentado salir y se le prohibiera”, apuntó el juez. Pero Yassine asegura que no sabía que estaba en libertad.
La jueza que archivó la denuncia del Ayuntamiento de Mogán por las condiciones en las que permanecen los migrantes del muelle explicó que la crisis sanitaria que atraviesa España por la COVID-19 es una de las causas que ha provocado la permanencia en el muelle de migrantes durante más de 72 horas. Todos deben esperar al resultado de la prueba PCR que se les practica para ser realojados en otros espacios.
Según ha publicado Efe, entre los policías está circulando “una pauta de recomendaciones no oficiales” de qué hacer en Arguineguín y en Barranco Seco si un inmigrante quiere marcharse o si un familiar acude a buscarlo. El consejo que han recibido los policías es “consultar a la Sala si procede o no permitirle salir si en ese momento no están presentes los funcionarios de la Brigada de Extranjería”.
Al otro lado de los reencuentros en Arguineguín que dejan atrás semanas de infierno están otras familias que viven en distintos puntos de la Península o del continente africano. No saben a quién dirigirse ni a qué teléfono llamar para saber si sus hijos, padres o sobrinos están entre las 19.000 personas que han sobrevivido a la ruta canaria. A veces recurren a ONG o incluso a medios de comunicación. “Mi marido está perdido. Las Palmas”, lamenta al otro lado del teléfono una mujer que vive en Marruecos y entremezcla algunas palabras en árabe con otras en español. En otros casos, las redes sociales se convierten en una herramienta de búsqueda. “Je cherche un ami (busco a un amigo). Mohamed Hassnaoui. Dakhla a Las Palmas. 7/10/2020”, insiste Youssef a través de Facebook. Entre las familias sin respuesta sigue la de Sidy Magassa, que no sabe nada de él desde el 27 de julio de este año. “Están asustados porque han visto las informaciones de Canarias. Ven que hay gente que muere y se queda dentro del mar”.
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