El palmeral más emblemático de Gran Canaria supera la prueba de fuego

Palmera canaria (Phoenix canariensis).

Gara Santana

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Los canarios aún tienen el susto en el cuerpo después del primer incendio serio del año, que amenazó el palmeral más emblemático de la isla de Gran Canaria, el palmeral del espacio protegido de Fataga.

Ubicado en el municipio de San Bartolomé de Tirajana y en el transcurso del cauce del barranco, ya que esta planta gusta de vivir cerca de las aguas subterráneas, discurre el Valle de las mil palmeras, topónimo que nos da una idea aproximada de quienes son las protagonistas de esta historia.

El fuego quedó en un gran susto, que se llevó por delante unas veinte hectáreas de este ejemplar endémico que está indivisiblemente ligado a la historia de los habitantes de Canarias, y muy concretamente a la historia, de los grancanarios; presentes en sus paisajes, en su vocabulario, en sus oficios tradicionales, en su artesanía y hasta en la miel de guarapo de postres gomeros que aún se sirven en la mesa. 

La palma o palmera canaria (Phoenix canariensis) suele medir normalmente entre 10 y 15 metros, pero puede alcanzar los treinta. De tronco robusto, cuenta con más de cien hojas arqueadas, que forman una copa densa, esférica de color verde oscuro que, de lejos, crean la ilusión de ser los grandes fuegos artificiales de la naturaleza. Estas hojas pueden alcanzar hasta siete metros con 150 pares de folíolos.

La palmera canaria está presente sobre todo en las islas de Gran Canaria y La Gomera, puede vivir hasta 300 años y su forma de estar en el mundo es lo que en el campo de la psicología se ha dado a conocer como resiliencia; raíces fuertes y firmes y ramas flexibles, como ha quedado retratado  en los versos populares: “Sé firme como la palma/ como el palmito de adentro/ porque la palma de afuera/ se la bambolea el viento”.

Hoy no existe ninguna duda de su singularidad y clasificación taxonómica diferenciada dentro del género Phoenix, siendo internacionalmente conocida y reconocida entre las 2350 especies de palmeras que hay en todo el mundo.

En la literatura clásica, las primeras referencias escritas de que en Canarias existían numerosas y abundantes palmeras proceden de los textos de Plinio El Viejo, que vivió en el Siglo I de nuestra era, y que parece ser se basó en un testimonio de una expedición de marineros enviada al Atlántico, en concreto a la isla de Gran Canaria, por Juba II, rey de Mauritania (actual norte de Marruecos y parte de Argelia). Y esto es lo que los navegantes le cuentan:

“Muy cerca a esta está Canaria, así llamada por la muchedumbre de perros de gran tamaño, de los que se llevaron dos a Juba; y en la que hay muestras de edificios. Abundando todas las islas en muchos árboles frutales y aves de toda clase, esta produce muchas palmas datilíferas, y piñones, y tiene abundancia de mieles. En los arroyos se crían el papiro y los siluros, y se hallan infestadas por los animales en putrefacción, que continuamente son arrojados a ella”.

Casi dos mil años más tarde el botánico francés Benjamin Chabaud, reconoce e identifica la palmera canaria con el nombre de Phoenix canariensis, curiosamente a partir de un espécimen cultivado y obtenido de semillas originarias de Canarias. Hoy no existe ninguna duda de su singularidad y clasificación taxonómica diferenciada dentro del género Phoenix, siendo internacionalmente conocida y reconocida entre las 2350 especies de palmeras que hay en todo el mundo.

“Adfatagad”

Siguiendo el camino de las primeras crónicas de los conquistadores castellanos encontramos el protagonismo de Fataga y ese palmeral, seguramente más exuberante que como hoy lo conocemos, una suerte de oasis a los ojos de los invasores.

“E a veynte e ocho días del mes de otubre del dicho año llegó en aquella ysla Miguel de Moxica con trezientos vallesteros que el rey e reyna enviaron para la conquista. E dende en çinco días del mes de novienbre cavalgaron el governador e Miguel de Moxica, e fueron a un lugar que es dentro en las sierras que se llama Fataga, donde los canarios dezían que ningund christiano podía llegar; y el lugar se entró por fuerça, e la gente no se pudo tomar por una muy grand sierra que estava junto con el lugar, donde se acogieron. E allí murieron tres canarios e una muger que por su voluntad se despeñó, e allí se quemó mucho trigo e çevada”. Esto cuenta Diego de Valera, en su Crónica de los Reyes Católicos en 1482.

Por su parte, el cronista Andrés Bernáldez (1450-1513) situó el espacio hoy protegido de Fataga como uno de los primeros pueblos canarios, que entonces recibía el nombre de Adfatagad. Cómo no imaginarse en ese paisaje de película toda suerte de leyendas de aborígenes que resisten en los últimos enclaves la conquista de la isla, o mujeres que se quitan la vida en las sierras que rodean a Fataga antes que someterse al extranjero.  Por todo ello, no es extraño que se trate de un espacio protegido, ni tampoco que la palma sea el símbolo vegetal que representa oficialmente al Archipiélago.

“Buena para comer, buena para trabajar”

En un artículo publicado por Jacob Morales, arqueobotánico y Doctor en Historia; y por Amelia Rodríguez, profesora de Prehistoria de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), se trata el uso de la palmera canaria por parte de los primeros pobladores de las islas, destacando principalmente el consumo de sus frutos, las támaras o dátiles. Los autores desglosan en el texto El aprovechamiento de la palma (Phoenix , canariensis) por los primeros habitantes del archipiélago canario: bueno para comer, bueno para trabajar,  los hallazgos arqueológicos que nos acercan más a la relación de la palma con las primeras poblaciones canarias.

“A pesar de la actual abundancia de palmeras en las islas son muy pocas las personas que aún siguen consumiendo sus frutos. Hoy en día constituye principalmente un alimento del ganado doméstico, en especial de las cabras y de los cochinos. No obstante, hasta hace unos pocos años estos frutos constituían un alimento habitual entre los habitantes del Archipiélago”, señalan.

“Los dátiles o támaras, nombres que indistintamente y de forma popular se aplican a dichos frutos, se consumían de diferentes maneras. La costumbre más habitual, según hemos constatado a través de la realización de varias entrevistas en distintas islas, era en crudo, cuando los dátiles habían alcanzado la perfecta madurez. Durante esta etapa los frutos cambian su coloración y presentan una tonalidad amarilla-anaranjada. En este momento las támaras son dulces , si bien no desarrollan tanta pulpa como los verdaderos dátiles (Phoenix dactylifera)” . 

Gracias a la arqueobotánica, que es esa búsqueda por descifrar los secretos milenarios que esconden las semillas, los autores tras estudiar yacimientos de La Palma, Tenerife, El Hierro, Gran Canaria y La Gomera, concluyen que sólo en estas dos últimas islas se han recuperado evidencias arqueológicas del consumo de las támaras.

“La distribución de los yacimientos indica que esta especie estaba presente en gran parte de la isla y que pudo constituir un recurso al que podían acceder la mayor parte de los individuos. La palmera canaria se desarrolla preferentemente en las partes bajas, muy cerca de los cauces de los barrancos, donde hay suficiente humedad edáfica. Este hábitat coincide a grandes rasgos con los establecimientos humanos y la localización de los campos de cultivo, por lo que pudo ser habitual la convivencia entre las palmeras y las personas”, explican los autores. “Además, es muy probable que los palmerales se extendieran durante la ocupación prehispánica, favorecidos por las modificaciones efectuadas en el medio por los primeros pobladores”. 

Aunque no podamos concluir tajantemente, según la Academia, que se hayan heredado sin interferencias de otras culturas los oficios de los aborígenes canarios, sí es interesante ver cómo esos oficios perviven y se van adaptando al entorno insular y como su desaparición supone también la desaparición de los saberes a ellos asociados. Según los trabajos publicados por divulgadora en el campo de la etnografía Macarena Murcia Suárez, y atendiendo a las crónicas de Torriani, Sedeño, o Abreu Galindo, los aborígenes emplearon la palma para la elaboración de múltiples objetos como sogas, redes, velas, embarcaciones, exvotos, etc.

Las ramas fueron usadas a modo de escobas con las que los populares barrenderos acicalaban las calles y aceras de las ciudades, que es una herramienta absolutamente contemporánea para los trabajadores de la limpieza en las islas

La historiadora explica que durante el Antiguo Régimen la planta continuó siendo usada como material de construcción y como fibra para elaborar esteras, sogas y cestos, y detalla el proceso: “Con el tronco o estípite de la palmera los campesinos isleños preparaban colmenas para las abejas melíferas. En las herrerías tradicionales ubicadas en poblaciones cercanas a palmerales, muchos herreros hacían descansar el yunque sobre un tronco de palmera seccionado y abatido para afianzarlo.Comúnmente, las ramas eran utilizadas para adornar las casas y los ventorrillos que se instalaban durante las fiestas patronales”- escena que aún puede verse en algunos pueblos-. “Las hojas y ramas secas”, continúa Murcia Suárez, sirvieron de cama al ganado y formaban parte del estiércol que abonaba los cultivos, y se usaron también como combustible para los hogares“.

Las ramas fueron usadas a modo de escobas con las que los populares barrenderos acicalaban las calles y aceras de las ciudades, que es una herramienta de limpieza absolutamente contemporánea en los municipios canarios aún hoy.

“También se empleó el jarropón; la fibra vegetal sobre la que descansa la base de las hojas en la parte superior del estípite, antes de que arranque la copa. Usado normalmente como recubrimiento interior de jardineras y helecheras con el fin de conservar la humedad del tiesto, y también se usó en el empaquetado de racimos de plátanos para la exportación. ”El palmito blanco entrelazado, tejido a través de una fina filigrana, ha sido empleado no sólo para la confección de múltiples objetos de cestería sino también para la elaboración del “ramo” que portan los feligreses en las procesiones del Domingo de Ramos. Con las hojas, los “escoberos” se especializaron en la confección de diferentes modelos y tamaños de escobas.

“De la palmera se obtenía (y se sigue obteniendo en algunas islas como La Gomera) el guarapo o la miel de palma. Este aprovechamiento, que se remonta a los antiguos pobladores canarios, permite extraer la savia de la palmera sin destruirla. En Gran Canaria, hasta la década de los cuarenta del siglo XX, esta miel fue empleada como edulcorante ante la escasez de azúcar”.

La artesanía de la palma lleva nombre de mujer

Una labor que ha llegado sin apenas cambios y realizada exclusivamente por mujeres es la de las estereras. Conocimientos heredados de madres a hijas y que compaginaban con las tareas que se ejercían dentro de la casa, en el campo o en la aparcería. Nuevamente, Murcia Suárez, que acumula sus conocimientos también para desempeñar su trabajo en la imprescindible FEDAC, explica que la confección de la palma “como la de todos los tejidos siempre estaban en manos de mujeres”.

“Las estereras requieren pocas herramientas para ejecutar su trabajo. Usan diferentes modelos de agujas, tanto de metal como de madera (de tea o leñabuena), que son empleadas para coser las empleitas (molde cilíndrico) y que tradicionalmente eran elaboradas por herreros y carpinteros siguiendo precisas indicaciones de las propias artesanas. Las estereras llevaron a cabo una producción muy amplia y variada cuya comercialización se realizaba directamente en el taller, de forma ambulante o a través de intermediarios comerciales”. 

Pervivencia en las palabras

Ya en el siglo XV las crónicas de los conquistadores castellanos también dieron cuenta de la cantidad de ejemplares de palmeras que existían en la isla de Gran Canaria. Tanto era así que decidieron dar el nombre de Las Palmas a la nueva ciudad, hoy capital de la Isla, Las Palmas de Gran Canaria, lugar que hasta el momento era conocido como Guiniguada. 

La denominación de lugares en honor a la palmera es un quebradero de cabeza para los no oriundos del archipiélago, debido a la numerosa toponimia que alude a su presencia dando origen a La Palma (isla), Las Palmas (provincia oriental), Las Palmas de Gran Canaria (capital de Gran Canaria), y por no hablar de los palmares, los palmitales, etc. Es como un rompecabezas que parece que los canarios cambian cada año para desquiciar al resto del mundo. 

Las hojas de la palmera también están escondidas en expresiones como “arranca la penca”, que se le dice a una persona cuando se la manda a marcharse de manera no muy amistosa, o ese refrán tan sabio de “la penca que está para uno, no hay vaca que se la coma”, que habla de rasgos del carácter y mentalidad isleños.

El fuego, la falta de agua y las plagas

"Aconteció hauer mucha falta de alimentos en toda la isla de que perecíamos de hambre, i assí no se procuraba por otra cosa que el marisco i palmitos que se dextruieron infinitas palmas, porque cada semana iban trecientos hombres con hachas a derribarlas, i otros a cargar en costales i seis de a cavallo para custodia a el pago de Tamarasaite". Pedro Gómez Escudero, sobre lo que hicieron los castellanos del Real de Las Palmas en 1479

La palmera resiste a los múltiples enemigos, propios y extraños, con los que se encuentra que se encuentra a lo largo de su centenaria vida. Si bien es cierto que puede sobrevivir en condiciones climáticas adversas y secas, necesita tener cerca la previsión de reservas de agua en una isla por donde ya no pasa la lluvia. Por su parte, el fuego, que las deja como esqueletos fantasmagóricos, es otra amenaza que el palmeral ubicado en Fataga ha superado con creces tras un incendio de una gran potencialidad. Para que quedara solo en un susto ha sido clave el trabajo de la administración insular durante todo el año.

Desde este periódico nos hemos puesto en contacto con Raúl García Brink, consejero Medio Ambiente, Clima, Energía y Conocimiento del Cabildo de Gran Canaria para que nos explique las bondades del paisaje Mosaico en materia de prevención y cómo los trabajos de limpieza del palmeral de Fataga, realizados desde 2022, permiten seguir hablando a día de hoy de la riqueza del palmeral más emblemático de la Isla.

“Disponemos de una unidad que va trabajando por los diferentes palmerales, que los hay que requieren de una actuación muy intensiva”. explica el consejero. “En el mes de octubre tenemos una actuación en Casas Blancas en Santa Lucía, que es un palmeral en el que antiguamente vivía gente que cultivaba y las palmeras se alimentaban en parte de ese agua de las parcelas que había y ahora ya nadie cultiva esos campos”, afirma. “Por eso es tan importante que el Cabildo, en la medida de sus posibilidades, actúe en los palmerales. El último en el que actuamos es en el de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria en el campus de Tafira”.

García Brink explica que, tal como lo hace el pino canario, la palmera también tiene una fuerte capacidad de recuperación.

El incendio del palmeral de Fataga tenía un potencial de 600 hectáreas, pero se quedó en veinte. “Si hubiese cogido el Pinar de Pilancones, que era uno de los peligros, hubiésemos estado hablando hasta de 2000 hectáreas”. El consejero destaca que un incendio nunca es una buena noticia, pero señala la rapidez y contundencia con la que se trabajó para que “quedara en un susto”.

La isla de Gran Canaria es un modelo de gestión de incendios en el trabajo que se realiza durante todo el año, practicando la división del Paisaje Mosaico y valiéndose de todos los agentes que puedan ser “bomberos” en tareas y prevención del fuego, como los pastores y pastoras trashumantes, los agricultores o las propias cabras y ovejas.

Otro de los enemigos de la palma es la hibridación con otras especies del género Phoenix ya que la palmera canaria puede cruzarse con cualquiera de las otras especies del género Phoenix y con ninguna otra palmera de otros géneros. Las semillas resultantes de los cruces dan lugar a plantas híbridas que presentan caracteres variables, más o menos intermedios entre el padre y la madre. Muchas palmeras canarias se encuentran contaminadas genéticamente por alguna de las especies exóticas.

En un artículo de divulgación, el botánico Carlo Morici explica el daño que otras especies del género causan a la palmera canaria. “Se importaron miles de plantas adultas para decorar las nuevas urbanizaciones hambrientas de verde rápido. Infinitos centros turísticos de Canarias se decoraron con las palmeras que durante las décadas anteriores habían sido plantadas y regadas en el Sureste de Iberia y en el Norte de África para cosechar sus frutos y hojas. Además de las importaciones de palmeras adultas, en los viveros canarios se cultivaron palmeras canarias, datileras e híbridas. A veces se prefería la datilera por ser fructífera, pero más a menudo por ser una palmera ”diferente“, en una época en la que todavía existían pocas especies de palmeras exóticas a la venta. A veces los lotes de las distintas Phoenix eran mezclados y así acabaron mezclándose en las plantaciones”, explica.

Por último, y es uno de los enemigos más temidos de la palmera canaria, el picudo rojo, un tipo de escarabajo que llegó a Canarias por el transporte y comercio de otras palmeras, se alimenta vorazmente del interior de las palmeras canarias, datileras y aceitera. Se comen el corazón y los tejidos blandos de la planta, creando galerías en su interior que la convierten en una especie de planta zombi.

El 26 de mayo de 2006 figura en el Boletín Oficial de Canarias (BOC) la norma por la que se protege la identidad genética de la palmera canaria donde queda claro la obligación de todas las instituciones públicas para evitar la plantación y cultivo de especies foráneas de palmeras.

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