No es normal ver a Antonio Castro Cordobez vociferando como un poseso, por eso fue noticia que lo hiciera este jueves en el pleno del Parlamento, y que provocara lo que nunca pretendió: que acabara en ese instante el debate del estado de la nacionalidad y saliera de su castillo encantado el fantasma de la chapuza democrática que preside esta legislatura tan accidentada. Castro no pudo soportar que le recordaran que comunicó a La Zarzuela la investidura de Paulino Rivero antes de que se votara.
Juan Fernando López Aguilar estaba cumpliendo con el guión establecido. Pronunciaba un discurso duro, muy crítico con el Gobierno de Canarias, y cuando se refería a las chapuzas con las que acabó la anterior legislatura (choteo en las comisiones de investigación eólica y del caso Amorós), enlazó con la actual comentando cómo se comunicó al Rey antes de tiempo la investidura del actual presidente autonómico.
Nombrarle eso a Castro Cordobez es lo peor. Dicen los que comparten mesa (de la Cámara) con él que lo recuerda a menudo apesadumbrado, arrepentido por el bochorno institucional que tuvo que padecer aquel funesto día.
Castro se dejó llevar por las prisas y firmó una certificación antes de que lo que se iba a certificar se hubiera producido. El documento, dirigido al Rey de España, daba por hecha la investidura de Rivero, llevaba la firma de Antonio Castro y el correspondiente sello del Registro de Salida del Parlamento.
Con el papel en la mano, el entonces secretario de la Cámara, José Ignacio Navarro, fue llevado en un coche oficial al aeropuerto de Los Rodeos para coger un avión hacia Madrid. Había que darse prisa porque si la comunicación no llegaba a primeras horas de la mañana a la capital del Estado, no podría publicarse aquel viernes 6 de julio en el BOE, y el nuevo presidente no podría cumplir con una agenda de actos que ya había comprometido en su nueva condición institucional.
Mientras Navarro se apeaba del coche en Los Rodeos, alguien en la Cámara descubría que había sido registrada de modo oficial esa comunicación al Rey. Una fotocopia fue rápidamente entregada a Francisco Hernández Spínola, y el portavoz socialista no perdió un solo segundo. Cuando el debate había terminado y se preparaba la votación, Spínola pidió la palabra e hizo pasar a Castro Cordobez el peor momento político de su vida.
El Diario de Sesiones de ese día refleja claramente cómo Castro Cordobez reconoce que el documento estaba firmado y sellado, pero“por muy firmado que esté y por muy registrado que esté, no tiene validez sin que el presidente del Parlamento dé instrucciones de que se entregue”. Falso. Todos los expertos en procedimiento administrativo coinciden en que cuando un documento es sellado, se le otorga un número de Registro y se asienta en el libro correspondiente, pasa a ser documento oficial.
Castro quiso agarrarse este jueves a un matiz: “no se le llegó a comunicar al Rey”, que fue la acusación que hizo el presidente del Grupo Socialista. Pero técnicamente la comunicación había salido del Parlamento a todos sus efectos, y en eso no tiene la razón el presidente de la Cámara.
El incidente amenaza con regresar a Teobaldo Power de modo recurrente. Aquel secretario terminó marchándose tras la escaramuza de Los Rodeos, y de modo sutil a él ha remitido Castro Codobez todas las culpas. Lo repitió este jueves varias veces cuando enfatizaba que él actúa siempre con el respaldo de los servicios jurídicos de la Cámara.