Cristina Tavío en Tenerife y Carolina Darias, en Gran Canaria son las únicas mujeres que aspiran con posibilidades a presidir alguna de las grandes instituciones en Canarias, si miramos solo a las islas capitalinas y dejamos fuera el ámbito municipal. Darias insiste en su discurso en una “nueva política”, con un conjunto de valores más “femeninos”. ¿Cuáles serían?
Vivimos el momento de la historia en el que más mujeres ocupan cargos electos con la máxima responsabilidad política como presidentas o primeras ministras de sus países o regiones. El que las mujeres asuman cada vez mayores responsabilidades en el espacio público no tiene vuelta atrás. Pensar en el liderazgo político en clave femenina es ya imprescindible en el siglo XXI. Esto va en serio.
Las percepciones de los votantes en relación con el género de los candidatos: los hombres son puntuados altos en energía, competitividad, liderazgo, independencia, preparación, ambición; Las mujeres puntúan en esfuerzo, diálogo, sensibilidad, proximidad, prudencia, discreción y tenacidad. Esos son los estereotipos de partida.
Según la especialista chilena en liderazgo político femenino Magda Hinojosa, “amabilidad, cercanía, cierta vulnerabilidad y transparencia son algunas de las cualidades más nombradas por la ciudadanía a la hora de valorar sus lideres políticos. Dado lo anterior, no es extraño que cada vez más mujeres obtengan altos puntajes en las encuestas y se encaramen en los primeros lugares, desplazando a lideres históricos o políticos de larga tradición que responden a los cánones más antiguos del liderazgo”.
Las mujeres que hacen política pueden, y ejemplos no nos faltan, comportarse con los roles y estereotipos culturales del machismo político. Pero también pueden incorporar otras escalas de valores, otra agenda y otras prioridades.
El verdadero poder de las mujeres reside en que pueda sustituir el de los hombres con otros valores, aunque a veces pase por sustituirlos a ellos. Feminizar la política no sólo debe basarse en un aumento de presencia y en la ocupación de lugares de toma de decisión.
Como señala Gutiérrez-Rubí, “debe significar una reflexión profunda sobre las formas y los temas que adopta la práctica política de patrón masculino: obsesión por el ejercicio del poder, los debates retóricos y vacíos muy alejados de temas de la vida cotidiana...”.
Esa feminización implicaría actitudes menos autoritarias, dinámicas más participativas y en equipo, “relaciones menos jerárquicas y una mirada hacia el poder menos obsesiva y finalista, más funcional e instrumental”.