No sé como empezar a escribir estas líneas, no entiendo aún por qué tengo que escribirlas, pero siento que tengo que hacerlo en honor a ti, Fabio.
Te conocí cuando yo trabajaba en tu sector pero desde el lado de la distribución. Te vendí cerveza pero me permitiste conocer primero al cocinero y después a la persona. Eras especial, tenías tanto talento como ilusión y ganas de crear algo diferente a lo que hace 15 años se hacía y veía en la gastronomía de Gran Canaria. Te adelantaste a tu tiempo, viste las cosas antes que muchos y eso te hizo a veces sentirte un incomprendido y luchar contra los regímenes instalados.
Siempre fuiste cocinero, no chef, eso me lo dijiste muchas veces. Y eso es lo que te hizo emprender y cerrar negocios donde ponías el alma pero no siempre supiste recoger lo sembrado. Recuerdo una vez que me dijiste “soy mejor cocinero que empresario, me apasiona la cocina y crear, me aburre todo lo demás”. Eso sucedió, como tantas veces entre nosotros, cuando nos encontrábamos en algún restaurante de nuestra isla, porque esa es otra de las cosas que te hacía diferente, amigo, amabas ir a comer a las casas de otros cocineros para ver lo que se hacía, disfrutar de la buena mesa y vivir, siempre vivir.
Hace poco me llamaste por teléfono para charlar sobre cómo te iban las cosas; te encontré contento y feliz con tu rol en el hotel donde también soñabas con crear conceptos más apegados a ti en un corto espacio de tiempo. Bromeé contigo diciéndote que “te iría a ver cuando aprendieras a cocinar” a lo que tú me contestaste a carcajadas, “vale, yo te leeré cuando aprendas a comer”. Y con risas entre ambos nos emplazamos a vernos pronto.
Hoy me duele en el alma pensar que ese encuentro no tendrá lugar, pero déjame decirte algo soñando en que quizás lo leerás desde donde estés. Por méritos propios estarás siempre en el corazón y en el recuerdo de todos los que te conocimos. Eras un gran cocinero y seguro que desde arriba estarás diciendo “¡oído cocina!”