Feoflip: “El graffiti representa a la sociedad. Donde no hay libertad, la gente no pinta en la calle”
Artista o activista no son palabras con las que se definiría Fran Feo a sí mismo, mejor conocido como Feoflip. “Antes que nada me considero persona”, cuenta. Sus graffitis y murales adornan desde hace años las calles de Canarias, pero su trabajo ha llegado a muchos lugares de España y distintos países del mundo. Lo que inicialmente fue una “travesura” cuando encontró sprays en el garaje de su padre, acabó por convertirse en su trabajo en la actualidad. Una mezcla entre arte urbano, reivindicación social y rebeldía.
Se inició en el mundo del graffiti dibujando letras junto a un grupo de amigos. Poco a poco, fue combinándolo con otros intereses y probando distintas técnicas como carboncillo, ceras, tizas o rotuladores. Pero lo que realmente desató “la obsesión por dibujar” fue el cómic.
El peculiar estilo del lanzaroteño destaca por sí mismo. Se basa en la combinación de polos opuestos que busca incitar a quienes lo ven a que utilicen su imaginación y se cuestionen las realidades y lo que piensan. Su objetivo, además, es dejar los espacios mejor de lo que estaban antes y armonizar cada pieza en el lugar donde se encuentra, haciendo que pase a formar parte de él.
Al estar en la calle, a menudo en zonas muy transitadas, “los murales pueden llegar a mucha gente”. Por esa razón, considera que “hay que tener una responsabilidad sobre lo que se pinta”. El activismo ha formado parte de su vida en distintas etapas, así que decidió que sus obras podían ser un apoyo para distintas luchas sociales.
La denuncia del capitalismo, la degradación ambiental, el sistema migratorio, la masificación turística o la reivindicación de la identidad canaria son algunos de los temas que impregnan sus graffitis. A menudo, utiliza reflexiones previas o juegos de palabras para elaborar bocetos que después traduce en imágenes. También realiza trabajos donde se acerca más al mundo de las emociones. Con pintura y después de horas de trabajo, el resultado son unos murales que transmiten mensajes.
La mayor parte de sus piezas están en “convivencia con niños, mayores, gente que respeta, gente que no respeta…”. Eso, unido a las condiciones ambientales, hace que cada obra sea “una condenada desde que la creas. Se descascarilla y envejecen los colores”, pero eso es parte del arte urbano. “Haces algo, te desapegas, le haces una foto, te quedas con la foto y a ver qué pasa”, relata.
Sus inspiraciones, además del cómic, provienen de sectores muy diversos, y es que concibe su proceso creativo como una búsqueda y experimentación constantes. La arquitectura de César Manrique, el paisajismo y las formas orgánicas que empleaba son parte de su influencia artística. De ese aspecto, destaca especialmente las esculturas que tienen utilidad práctica y, al mismo tiempo, son arte público.
Asimismo, menciona el muralismo mexicano, un movimiento que comenzó a principios del siglo XX basado en contar “la historia de un pueblo que no está escrita en los libros para una población que no la conocía”. Este trasfondo ideológico le sirvió de inspiración hace años, en el contexto de un festival, para crear un mural sobre la identidad canaria situado en la Avenida de La Trinidad, en la ciudad tinerfeña de La Laguna.
Además de movimientos y artistas, extrae parte de su inspiración de espacios que, convencionalmente, no se relacionan con el arte. A veces va a lugares abandonados con su cámara a hacer fotografías para “coger energía” y capturar formas, figuras o colores con un estilo surrealista o apocalíptico.
Es por eso que no concibe fronteras entre qué lugares pueden o no destinarse al arte, y también por ello apunta que es habitual para los artistas urbanos encontrarse con las puertas cerradas para exponer en galerías. “Mientras al mundo artístico convencional les cueste aceptarnos, la calle siempre estará ahí”, señala.
No por ello deja de tener proyectos destinados a exposiciones. En varias ocasiones se ha autogestionado exhibiciones de sus piezas en centros sociales o cafeterías y ha formado parte de la iniciativa Aperitivos visuales organizada por el graffitero y muralista Sabotaje al montaje. También ha participado en exposiciones colectivas en Alemania o Grecia, pero “aquí o en España falta que llover”.
Todavía tiene “obra reservada” pendiente por exhibir en público: “No ha podido verla mucha gente y me encantaría mostrarla en exposición”. Opina que eso no va a ser posible a menos que el mundo artístico se desligue del “clasismo” y el “arraigo a los nombres clichés del arte contemporáneo”. En ese sentido, apunta que el hecho de ser arte urbano no implica que no pueda estar en otros espacios además de en la calle.
Al igual que él y otros artistas entran en galerías y se empapan de otro tipo de obras, considera que también debería hacerse a la inversa. Eso sí, cuidando la esencia inicial. Feoflip recuerda los años 80, cuando “el graffiti ya pasó por las puertas de las galerías de arte… y se convirtió en contra cosa”. Tal y como explica, durante ese periodo se desvirtuó su base contestataria y pasó por un “filtro que suaviza y edulcora el discurso del arte urbano, llegando a infantilizar y repetir los cánones de la publicidad. Cuando la moda pasa, siguen las personas que siempre estuvieron”.
En cuanto a modas tiene mucho más que decir. Feoflip estuvo años formándose a través de distintos cursos y, después, en la carrera de Bellas Artes. Rememora “la de alas que se cortaron” en la facultad debido a un “pensamiento muy capitalista” que se rige “en función de lo que está de moda”. En definitiva, lo considera como “un recinto cerrado con unos supuestos guardianes del conocimiento”.
Durante su paso por la universidad, trató de sacar adelante su proyecto de pintar en la calle pero se lo “tiraron atrás” varias veces. De hecho, aún conserva los dossiers suspendidos.
“La academia vive en un submundo, en un refugio paralelo a lo que está pasando realmente, y cada universidad corresponde a unas corrientes artísticas y de mercado”, asevera. A su modo de ver, en general, el mundo del arte convencional no es crítico, pero se alegra de encontrarse con artistas actuales que sí lo son y transmiten un mensaje con sus creaciones, sin disponer de demasiados recursos.
Sigue viendo que el enfoque principal es la mercantilización, pero detecta cierta apertura en las instituciones que relaciona con aquellas personas que reivindicaron el arte urbano durante mucho tiempo. En ese aspecto, “la puerta se está abriendo y vamos por buen camino”. Gracias al apoyo de ciertas entidades y subvenciones, muchos artistas urbanos de su entorno tienen trabajo este año. Canarias Crea, por ejemplo, dio apoyo a Feoflip por primera vez en 2018 después de algunos años llamando a la puerta. Gracias a ello, pudo pintar en México, Paraguay y Francia.
También ha realizado murales en distintos festivales de Italia, Grecia, Hungría, Alemania, Brasil, Bélgica o Inglaterra, entre otros. A través de esos viajes y colaboraciones, es capaz de detectar ciertos patrones y características del arte urbano de cada lugar.
“El graffiti representa a la sociedad que vive en la ciudad, habla de ella y su carácter”, reflexiona. Las paredes grises son para él un reflejo de un lugar triste y considera que incluso las personas a las que no les gusta pueden percibir esa tristeza. Cuando no se ven carteles o pinturas, “parece una ciudad un poco represiva. Si hay graffitis, significa que la juventud es rebelde, está viva, usa la calle, convive. Donde no hay libertad, la gente no pinta en la calle”.
Por eso mismo, el graffitero no piensa en objetivos a largo plazo, sino que concibe el camino como el verdadero propósito. Estar activo y creando en distintos proyectos es lo que de verdad le resulta satisfactorio: “Cuando no tengas nada que hacer, ahí ya moriste”.
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