Flores y un mar de lágrimas por los cuatro caídos del SAR

Una placa descubierta junto a una pequeña puerta en un muro de hormigón, ante una veintena de sillas y varios maceteros de flores pequeñas con la bandera de España. Así fue el único homenaje que sus compañeros del 802 escuadrón SAR del Ejército del Aire pudieron ofrecer este jueves a los cuatro militares muertos cuando, hace justo un año, un helicóptero de rescate se precipitó contra el mar a 37 millas náuticas de Gran Canaria en medio de una maniobra nocturna. La modestia y la sencillez no están reñidas con el sentimiento. Y fue eso, el sentimiento, el cariño y las lágrimas que muchos militares se enjugaron este jueves casi a hurtadillas, lo que salvó el acto de reconocimiento a los cuatro fallecidos.

El contrapunto lo puso la clamorosa, inexplicable y casi ofensiva ausencia del máximo responsable del Ejército del Aire en Canarias, el general jefe del Mando Aéreo de Canarias, Javier Salto, que delegó en su segundo para no dar la cara en el acto de recuerdo a los fallecidos. “Está en Madrid”, le excusó el número dos. Por si con la indiferencia no había sido suficiente, el jefe accidental del Macan remató la mañana evocando el “factor humano” como única causa de la tragedia del SAR. Una bofetada más en la ya herida sensibilidad de los familiares en un acto donde parecía haber dos ejércitos diferentes: el de la cálida sencillez de la gente corriente del 802 escuadrón y el de la fría e inoportuna obstinación de algunos mandos, empezando por el ausente Salto, por pasar cuanto antes la página de una dolorosa tragedia.

La base del Ejército del Aire tiene en Gran Canaria un enclave privilegiado. Junto al aeropuerto civil y al borde de la bahía de Gando, a lo largo de la cual serpentea un hermoso paseo bañado por aguas cristalinas. Un paseo ideal para colocar un monolito con una placa con los nombres de los fallecidos, si de lo que se trata es de recordar a cuatro personas que murieron en acto de servicio y además en el mar, cuando en medio de la noche y del océano Atlántico se entrenaban para hacer un rescate desde la cubierta de un barco. Un monolito y sobre él, una placa con los nombres de los cuatro fallecidos. Pero alguien dijo 'no'. 'No' al monolito. 'No' a un homenaje público. En el colmo del surrealismo, desde las alturas se pretendió incluso que la placa no llevara siquiera el nombre de los cuatro fallecidos y que se inscribiera un genérico 'caídos por España'. Por fortuna, semejante pretensión decayó. Pero así fue, con un 'no' detrás de otro, como comenzó la carrera de obstáculos que finalizó este jueves con el sencillo homenaje junto a la pequeña puerta que da acceso a las dependencias del SAR en la Base Aérea de Gando.

Faltaban veinte minutos para la una de la tarde. Al entrar en la Base Aérea y ser conducidos al lugar donde se iba a celebrar el acto, los periodistas no daban crédito ante el escenario que se desplegaba ante ellos: entre dos pérgolas metálicas con abundantes huellas de óxido, una veintena de sillas flanqueadas por flores rojas y amarillas y, frente a los asientos, tan solo un muro de hormigón (el lateral de la sede del escuadrón del SAR), una corona de flores con los colores de la bandera y una placa cubierta con la enseña nacional.

“El Ejército es austero y nuestros medios son modestos”. La persona encargada de conducir a los periodistas explicaba como podía aquel desangelado escenario, mientras los compañeros y familiares de los fallecidos asistían en el interior del hangar del SAR a una misa en memoria de los militares muertos. Mientras se celebraba la ceremonia religiosa, el servicio de comunicación y protocolo aprovechaba también para explicar a los periodistas quiénes participarían como mandos del Ejército: el segundo jefe del Macan, el general Francisco Javier Fernández Sánchez, y el responsable del 802 escuadrón del SAR, el teniente coronel Fernando Rubín, reconocido por los familiares de las víctimas como el único interlocutor de entre los altos mandos que les merece respeto por su sensibilidad con la tragedia que les ha tocado sufrir.

A la una de la tarde, un carrito de bebé asomó por la pequeña puerta de acceso a la sede del SAR. Tras el cochecito, los primeros familiares de las víctimas, entre ellos al menos dos bebés y una niña de corta edad, empezaron a ocupar los asientos reservados para ellos. Parecían aturdidos. Aturdidos y tristes. Mientras, desde el otro extremo del edificio comenzaba a llegar un numeroso grupo de militares uniformados: los compañeros de escuadrón de los tres pilotos y el sargento fallecidos. El sol libraba su propia batalla con unas nubes negras que amenazaban con lluvia y el silencio solo se rompía cada dos o tres minutos con el estruendo de algún avión civil despegando desde el aeropuerto anexo.

El homenaje comenzó con el descubrimiento de la placa y fue un acto cargado del simbolismo. A la izquierda, el teniente coronel Rubín. A la derecha, el joven de 26 años Jhonander Ojeda Alemán, el único superviviente de la tragedia del SAR, que aquella fatídica noche logró escapar casi milagrosamente del helicóptero rompiendo a golpes con la cabeza la ventana de cristal de un ojo de buey. De haber podido, el joven Jhonander quizás hubiera pronunciado este jueves unas palabras en memoria de sus compañeros. Pero en los días precedentes, la presión sobre el escuadrón y en torno al muchacho desembocaron finalmente en su silencio.

Cuando llegó el momento de descubrir la placa en memoria de los fallecidos, el joven, tan erguido y marcial como extremadamente serio, parecía hacer un extraordinario ejercicio de contención emocional para no romperse allí mismo. Quien sí se rompió fue Sebastián Ruiz Benítez, el padre del joven teniente Sebastián Ruiz Galván, que estalló en sollozos ante la placa con el nombre de su hijo. Descubierta paradójicamente en el mismo y exacto lugar en que el joven Sebas se colocaba para echar un cigarrito entre tarea y tarea, antes de que la fatalidad se cruzara en su camino y el de sus compañeros.

Desde cientos de kilómetros de distancia, otro padre, Fernando Pena, el padre del capitán Daniel Pena Valiño, había escrito con el corazón roto una carta para los compañeros de su hijo congregados este jueves en la Base Aérea de Gando. Se encargó de leerla Jesús Ramos, piloto del SAR y compañero de Dani. Ramos puso voz al sentimiento de Fernando Pena, cuya esposa, Josefina Valiño, había escrito un año atrás la carta de petición de firmas sin la cual probablemente el Ministerio de Defensa nunca habría presupuestado los fondos necesarios para sacar a los militares muertos del fondo del mar.

“Nada puede aliviar el amargo dolor de perder a un hijo. Máxime si la fatalidad te lo arranca impunemente…” Fernando Pena explicó a través de la voz de Jesús Ramos que su delicado estado de salud no le permitía estar este jueves en Gran Canaria y que, en todo caso, debía asistir también en La Coruña a otro homenaje organizado en memoria de su hijo por el Ayuntamiento de su ciudad natal. Pero incluso desde la distancia, Fernando Pena dejó bien claros dos mensajes: el abrazo a los familiares de las otras víctimas, Sebas, la teniente Carmen Ortega Cortés y el sargento Carlos Caramanzana Álvarez, y el reconocimiento al valor y la entereza del joven Jhonander Ojeda. “Quiero mencionar también con admiración a Jhonander, por la decisión de continuar en el servicio como un deber de honor a sus compañeros, demostrando así su alto espíritu y su amor a su profesión...

“El cariño de los testimonios compensó sobradamente la frialdad con que algunos mandos pretendieron cubrir este homenaje a los fallecidos del SAR. Uno de ellos, el espontáneo enviado a la Base Aérea por una ciudadana anónima que quiso escribir una carta en memoria de los fallecidos leída este jueves ante sus nombres. El otro, el que protagonizó el propio Rubín, durante un discurso que combinó experiencias personales (”cuando yo era niño mi abuelo murió en un accidente de helicóptero…“) con palabras de ánimo a su escuadrón para seguir adelante. Como Fernando Pena, el jefe del SAR fue también especialmente cuidadoso con Jhonander Ojeda y con el dolor de los familiares que lloraban sobre las sillas: ”Amaban lo que hacían, y es un pensamiento que debe alentarnos“, dijo en memoria de los fallecidos.

Tras el sencillo acto, aún faltaba otro momento de gran emotividad: desde una pasarela que se adentra en el mar en el paseo marítimo de la Base, familiares y compañeros de los fallecidos se alinearon para lanzar flores al mar en memoria de los cuatro militares muertos. Para entonces, las nubes ya habían dejado de pelearse con el sol y éste brillaba sobre Gando. Y las lágrimas se confundieron al caer con las aguas cristalinas de la bahía. Un mar de sal, de flores y de lágrimas en memoria, para siempre, de Dani, Carmen, Sebas y Carlos.