La sensación de poder que otorga la pertenencia a un grupo y los patrones sexuales de la pornografía, que “naturalizan” conductas hacia la mujer que, sacadas de ese contexto, “se convierten en auténticas violaciones”, explican en gran medida, según varios expertos, la existencia de “las manadas”.
En medio de la polémica puesta en libertad de los cinco miembros de La Manada condenados a nueve años de prisión cada uno por abusos sexuales a una joven en los sanfermines de 2016, estos días han saltado casos de otras chicas que han denunciado haber sido violadas en grupo, como en Gran Canaria, Murcia o Girona.
Las agresiones grupales son, según explica a Efe el exdelegado de Gobierno para la Violencia de Género Miguel Lorente, un fenómeno “relativamente nuevo”, derivado del cambio de roles y del empoderamiento de la mujer, que ya no depende del hombre “para acudir a ciertos lugares y a determinadas horas”.
Al verse fuera de esa posición de poder, los chicos se desplazan “a otro tipo de conductas” que se tornan agresivas y violentas, como acorralar a mujeres “aparentemente en broma y, cuando ella trata de salir, aprovechar para manosearla”.
Hacerlo entre varios, añade, no hace más que defender la posición de ellos como grupo y “creer que se diluye la responsabilidad entre todos”.
Lorente tiene claro que cada vez hay más manadas, algunas de las cuales nacen por imitación, pero porque sus integrantes ya han desarrollado previamente la posibilidad de desarrollar este tipo de conductas. “Cuando de repente otro lo hace, es cuando se refuerzan en lo que previamente han decidido o pensado”, apunta.
Para la psicóloga clínica y sexóloga Miren Larrazábal, “la manada retroalimenta el poder de cada uno de los miembros, los cuales individualmente no serían capaces de violar ni tener ninguna conducta no consensuada con una mujer, pero en grupo se sienten muy arropados como machos”.
Más aún cuando los agresores son menores, ya que a esas edades la aceptación por parte del grupo es “fundamental”, explica a Efe la también presidenta de la Sociedad Internacional de Especialistas en Sexología (Sisex).
Otro de los factores a los que alude esta experta es la gran cantidad de material pornográfico que recoge este tipo de prácticas, y aunque cree que no hay que “demonizar” este género, lo cierto es que muestra unos patrones que, cuando se descontextualizan, “se convierten en auténticas violaciones”.
La presidenta de la Asociación de Mujeres Juristas Themis, Ángeles Jaime de Pablo, va más allá y subraya que “la industria del sexo tiene una redoblada capacidad, a través de la prostitución y de la mayor parte de la pornografía, para normalizar conductas y agresiones sexuales”.
Y lo peor es que “los niños y las niñas acceden con toda facilidad a esos contenidos pornográficos”, lo que les lleva a “normalizar” y “naturalizar” patrones que parten de un modelo de sumisión femenina y dominio masculino.
Desde la Fundación Mujeres, Marisa Soleto, piensa que esos modelos “no tienen en cuenta ni la negociación, ni el respeto, ni la dignidad ni la igualdad de oportunidades y están elaborados a partir de un patrón de sexualidad exclusivamente masculina”.
También opina que este goteo incesante de casos se debe también a que “la sociedad ha salido en masa a las calles a denunciarlo”, y ello está “probablemente suponiendo un refuerzo para todas aquellas mujeres que sufren ese tipo de agresiones y que no se atrevían a denunciar”.
En ello coincide Yolanda Besteiro, de la Federación de Mujeres Progresistas, que considera que las chicas vencen cada vez más la “vergüenza y el sentimiento de culpa” que les generaban las agresiones y “se atreven a denunciar más”.
¿Se pueden parar “las manadas”? La respuesta de los expertos coincide, y es afirmativa: con más programas de sensibilización y formación y una educación afectivo-sexual y en igualdad desde la escuela.