Seis días en el azul: el velero Pros recala en Canarias antes de aventurarse a dar la vuelta al mundo emulando a Magallanes
El Atlántico es un océano noble, dicen los marinos, y eso no se entiende hasta que se camina sobre él. Seis días a bordo del velero que dará la vuelta al mundo con agua al norte, al sur, al este y al oeste, sin atisbo de vida en ninguno de esos puntos cardinales, enseñan a apreciar la osadía de los que hace 500 años se embarcaron con rumbo desconocido.
- No hay nada, Pepe.
- ¿Nada? ¡Está todo ahí abajo!
Pepe es José Solá, el capitán del Pros, que rodeará junto a él la Tierra durante 3 años siguiendo los pasos de Juan Sebastián Elcano, el español que hace cinco siglos demostró que el mundo tenía fin y que era el principio.
Dio la vuelta a la “redondez” del globo, lo mismo que Pepe, Juanma, Amancio, Fernando, Antonio y Ricardo han empezado a hacer en su primera etapa, de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) a Tenerife, 860 millas (unos 1.590 kilómetros) de mar azul claro, oscuro, brillante, tranquilo, encrespado pero siempre elegante.
Porque las olas del Atlántico no traicionan, son como pequeñas colinas por las que el barco practica una suerte de senderismo, arriba y abajo, con siete tripulantes dentro afanados en que todo funcione y el Pros camine.
El día a día en un barco, y sin cobertura, tiene mucho de lidiar con las olas y el viento, pero también de dejar el tiempo pasar con pequeñas tareas que en tierra no importan: pescar, coser, leer (si lo permite el mareo), dormir, ajustar el rumbo y las velas, mirar las nubes, charlar... y agudizar el oído.
Cada crujido, chasquido, chirrido y golpe tiene su explicación en la cabeza del marino. Si no, los músculos se tensan.
- ¿Habéis oído eso?
- ¿El maullido? Es la trapa.
- No, una especie de ladrido.
- Es la rueda.
- ¿Y dónde gruñe?
El vocabulario cambia en el mar y los ritmos también. Hay que hacer guardias para vigilar que el barco no tope con ningún obstáculo en la oscuridad. De once a dos de la mañana, de dos a cinco y de cinco a ocho. Como los de Elcano, que hacían las suyas “al caer la tarde”, a las doce y al final de la noche.
Por parejas, los seis se turnan y duermen a trompicones. A trompicones se duchan cuando encuentran un rato y haciendo malabares cocinan, con un hornillo basculante que reta las artes culinarias de Amancio, artista de los fogones plantando cara a la ley de la gravedad.
Fuera, en la cubierta, nada. “Cuando llevas días sin ver nada, ni un barco, ni un avión, sin sonar la radio, es como si estuvieses en otro planeta”, dice Pepe. “La gente me pregunta: ¿y no te aburres, todos los días lo mismo? Pero mira, el mar es distinto cada día”. Y lo es, como las nubes: “Esa parece una medusa”.
“Hace falta soñadores como Pepe”, comenta Amancio al timón en uno de esos ratos de charla. Él y otros que se subieron al carro han conseguido, tras tres años de trabajo, ser el proyecto más interesante de este 500 aniversario de la circunnavegación que cambió la historia.
Lo han hecho con un trabajo minucioso organizado en comisiones -salud, logística, comunicación, seguridad, tripulación y alistamiento- y esperan contar siempre con dos capitanes y algún sanitario a bordo, porque esos 21 metros de eslora no se libran de accidentes y enfermedades, algunas fatales. “Tranquilos, yo no tengo apéndice”, consuela Antonio al resto.
En los más de mil días de aventura viajarán 120 voluntarios, que esperan ya pacientes a que suene el teléfono porque las tripulaciones se van cerrando sobre la marcha.
Aún hay espacio para más, dice Pepe, porque seguro que algunos fallarán en un proyecto a tan largo plazo. Solo tienen que buscar una asociación de nombre Agnyee y escribir. La idea es conseguir que el proyecto, que busca difundir la historia española por el mundo, se financie al cien por cien con ayuda de patrocinadores.
“Nos vamos a dejar el pellejo en llenar esas velas”, comenta Pepe sobre las pegatinas que irán poniendo a lo largo del recorrido de los que quieran apoyar una hazaña así, que pondrá su granito midiendo los microplásticos de los océanos y ayudará a una “start-up” española en un proyecto para encontrar los mejores rumbos.
Embarcará a bomberos, arquitectos, algún guardia civil, escritores, economistas, historiadores, abogados y hasta un exministro. Hombres muchos, pero también algunas mujeres: “Ojalá hubiera más”, dice el capitán y suena a invitación.
Todos comparten amor por el mar, por la historia y por la aventura. Y es que embarcarse, aunque con muchas más comodidades de las que tuvieron los que en 1519 pusieron rumbo al oeste, supone someter al cuerpo al vaivén del agua hasta que se consigue “amarinar” y se rinde. Se entrega a las olas y reacciona ante ese ruido que no es ni el maullido de la trapa ni el gruñido de la rueda.
0