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Opinión - Lobato, en su laberinto. Por Esther Palomera

Sombra de Luna

Recuerdo nítidamente mi primer ataque de pánico. Fue en el laberinto de espejos que instalaron en la feria de agosto en el pueblo de la yaya. De esto hace casi treinta años y hoy recordé aquella sensación de no tener escapatoria. Agobiado, incapaz de doblar una esquina sin tropezarme con mi perfil, dándole la espalda a mi espalda y buscando pistas invisibles reflejadas en el suelo de cristal, también de espejo. 

No tuve fuerzas ni para gritar, con el miedo anudado a mi garganta me empezó a faltar el aire y cada paso arrastraba el tonelaje de mi cuerpo cada vez más pesado. 

Hoy, como aquel día, pude salir del laberinto sabiendo que no hay que dejar de buscar la salida, no quedándome quieto. Y siempre es cuestión de tiempo encontrarla. 

Aquellas horas hoy me parecen minutos y aunque aprendí a convivir con ello, no deja de ser una faena cohabitar el mundo con esta mierda. 

Pero estoy mejor. Mucho mejor. 

La terapia ayuda pero mis paseos con “Luna” son la mejor de esas escapatorias… aunque no sea yo ya, en esta vida en blanco y negro… ni sombra de lo que fui.