Espacio de opinión de Tenerife Ahora
Autonomía
“Los filósofos pueden decirnos que es irrelevante lo que el mundo piense de nosotros, que solo vale lo que somos. Pero los filósofos no comprenden nada. En la medida en que vivimos con la gente, no somos más que lo que la gente piensa que somos. [...] Cuando ya no nos interesamos por la forma en que nos ve aquel a quien amamos, significa que ya no le amamos”.
Milan Kundera
Ayer pensé: “Mejor mañana”. Hoy pensé: “¿Por qué no lo hice ayer?”. Y ahora ya es tarde. Soy como esos ateos que se pasan el día hablando de Dios; en realidad soy esa atea que se pasa el día hablando de Dios. Soy como esos tipos que se preguntan todo el rato qué hacer para cambiar y pasadas veinticuatro horas se dan cuenta de que siguen el mismo lugar que cada semana. Sí, en realidad también soy ellos camuflada en un triunfo imaginario.
El momento en el que le hablé a un Dios en el que no creía supe que algo no iba bien. Le escribí una carta, le dediqué unas palabras, algunos pensamientos. Le pregunté mis dudas esperando respuestas inmediatas y alguien me contestó: “Tómate tu tiempo”. Tiempo como respuesta para todo lo malo, porque la verdad es que cuando la mierda rodea la existencia nadie tiene otra solución que tiempo. Pasan los años y sigues rodeado de la misma suciedad ética pero aún eres joven para revolucionar el mundo porque tú puedes con todo. ¿Nadie se ha dado cuenta ya de que tal vez creérselo genera más frustración que aceptar que querer no es siempre poder?
Entiendo que justo ahí es cuando en la cara de cualquier ser aparece una sonrisa falsa que se traduce en algo así como: “Jódete, ya tengo suficiente con lo mío”. ¿Y quién sería capaz de reprochárselo? Dios, quizás. Un concepto al que aferrarse para que perdone pensamientos y culpas injustas. La inexistencia como justificación para una supervivencia abusiva e inmerecida, como reclamo para solventar el miedo de enfrentarse a quien se es; el salvador que nos absuelve de los pecados que ni siquiera nosotros somos capaces de perdonarnos. Y tiene que venir un desconocido a suplantar nuestra conciencia.
Estoy harta del optimismo recalcitrante como remedio para un mundo que se rompe a pedazos. Un mundo que tiene como guías morales a quienes se jactan de no estudiar, a políticos que en lugar de afrontar sus responsabilidades se esconden hasta que se les olvide, de la fachada de una madurez que solo busca dinero, de la autonomía como justificación para una egoísmo velado. El mundo está lleno de cobardes en el amor, en la amistad, en el trabajo. De cobardes que se levantan cada día pensando en su siguiente excusa, en el próximo corazón que romper, vida que despreciar, silencio que mantener.
El mundo está lleno de valientes a la sombra de cobardes.