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Cáncamos

El cáncamo es pequeño, flaquito, tan plateado por fueraque se diría todo de metal. Los hay abiertos, cerrados, de rosca, sin rosca, y tuvieron un pasado excepcional. Colgaban malamente de todas las paredes. Sobre todo recuerdo el gran favor que nos hizo a las clases populares sosteniéndonos la cortinilla de cuadritos debajo del poyo de la cocina, y cuando también sujetaba la cortinilla estampada o lisa de la cama plegable.

Fue muy útil, no cabe duda, pero tras ese pasado apoteósico le ha llegado la hora de la extinción. Ya no se usan, el postmodernismo centrifugado del bricolaje inmaculado los ha desplazado hacia el yacimiento residual del proletariado total. El que trabajaba a todas horas, por cuenta ajena, por cuenta propia y por cuenta de la inercia cultural; el que sabía hacer y hacía de todo. El que distingue perfectamente un cáncamo de una alcayata.

No hay un uso lingüístico metafórico en los canarismos que haya dado para tanto. Así, un cáncamo puede ser un trabajillo esporádico que le surge a alguien al margen de su actividad regular, de poca enjundia y remunerado de manera neblinosa: ¡Mira, por aquí haciendo unos cáncamos!

También lo usamos los canariis para referirnos a una persona o animal que representa un lastre, una carga no deseada. ¡Ñoh, chiquito cáncamo er nota! Y, por último, y según el Diccionario básico de canarismos de la Academia Canaria de la Lengua, “mujer poco agraciada”. Este concepto ha sido revisado por la rebelión de las mujeres y puede utilizarse actualmente para los hombres,¡Mi marido es un cáncamo!

Y hablando de cáncamos, estamos en el momento ideal para mandar al yacimiento de los políticos residuales a muchos que nos han gobernado durante toda la vida y que se han convertido en auténticos lastres para el desarrollo de una vida democrática en condiciones. Cáncamos que harán todo lo posible por seguir aferrados a la gran glándula mamaria del erario público y a la desacreditación de los agentes del cambio. Pero no sólo hay cáncamos en la vieja política de la derecha, la socialdemocracia o el regionalismo insularista, también los hay en la vieja política de izquierdas, para qué nos vamos a engañar.

Seamos honestos, es muy feo dejar las redes ferrugientas y los ratones salpicados de suciedad y rencores. En estos momentos no se le puede servir en bandeja a la caverna mediática todo el cancamal que padecemos.

El cáncamo es pequeño, flaquito, tan plateado por fueraque se diría todo de metal. Los hay abiertos, cerrados, de rosca, sin rosca, y tuvieron un pasado excepcional. Colgaban malamente de todas las paredes. Sobre todo recuerdo el gran favor que nos hizo a las clases populares sosteniéndonos la cortinilla de cuadritos debajo del poyo de la cocina, y cuando también sujetaba la cortinilla estampada o lisa de la cama plegable.

Fue muy útil, no cabe duda, pero tras ese pasado apoteósico le ha llegado la hora de la extinción. Ya no se usan, el postmodernismo centrifugado del bricolaje inmaculado los ha desplazado hacia el yacimiento residual del proletariado total. El que trabajaba a todas horas, por cuenta ajena, por cuenta propia y por cuenta de la inercia cultural; el que sabía hacer y hacía de todo. El que distingue perfectamente un cáncamo de una alcayata.