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El exceso al acceso

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José Miguel González Hernández

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Si lo primero que usted hace cuando se levanta por la mañana es revisar sus perfiles en redes sociales, para comprobar si alguien en Melbourne le ha respondido a la magnífica fotografía de un gato tocando el piano con cara de satisfacción, tienes un problema. Pero puede ser peor aún. Y es no haber apagado el móvil durante toda la noche para ver si en el grupo de la familia (cuñados y cuñadas incluidos), al ir al baño de madrugada, se ha puesto el chiste gráfico que en esos momentos triunfa en internet. No obstante, al fin y al cabo, podríamos decir en nuestra defensa que se trata de la gestión de nuestro ocio. Ahora bien, cuando la conectividad pasa del entorno personal al laboral, la situación cambia.

Un smartphone lleno de ruiditos emitidos al recibir correos electrónicos desde diferentes cuentas, notificaciones provenientes de las diferentes redes sociales a las que, voluntariamente, se ha adscrito, que si mensajes de los grupos, etcétera, hacen que se genere una situación de carga de estrés adicional al que normalmente ya estamos expuestos. Pero, ahondando en esta situación, a la vez que nos hartamos y nos agobiamos, se genera una cierta situación de adicción y dependencia.

Por ejemplo, ¿quién no ha experimentado la sensación de una incierta vibración en nuestros bolsillos sin que el móvil esté en alguno de ellos? O ¿quién no acude a su dispositivo electrónico para ver si se le ha acabado la batería o se ha estropeado cuando ha pasado más de treinta segundos sin recibir notificación alguna? En todos esos casos, “Houston, tenemos un problema”. Y tenemos un problema porque se nos podría diagnosticar adicción psicológica a la ultraconectividad, y como toda adicción, hay que saberla controlar con el fin de poder seguir beneficiándonos de las tecnologías de la comunicación sin empobrecer las relaciones sociales físicas, si se me permite la expresión.

Según dicen los que saben, cuando sientes que el mundo se acaba porque a la batería de tu dispositivo le queda menos del 5% y estás a más de 500 metros de un cargador, y se te manifiesta una sensación de irritabilidad, nerviosismo o ansiedad, entre otros síntomas, necesitas parar un momento y pensar hacia dónde nos dirige toda esta velocidad y acontecimientos. Recuerdo aquellos momentos donde el periodo laboral estaba completamente aislado del personal, cuando solo sonaba el teléfono fijo a horas extrañas para tener conocimiento de alguna noticia indispensable (normalmente mala)… Pero hoy no. En cualquier momento, aparentemente, se acaba el mundo o sucede la mejor de las noticas, y ¡zas!, todos y todas nos disponemos a tener la cara iluminada por la pantalla.

Desde el punto de vista meramente productivo, el exceso al acceso pudiera mermar la destreza, al estar en un proceso de continuo desenfoque de nuestra atención, lo que impide la concentración. Es decir, el exceso al acceso no siempre se traduce en más y mejor. Y ¿entonces?, ¿volvemos a las cavernas? Tampoco hay que ser tan drástico. Simplemente usar los medios para lo que fueron creados sería un buen comienzo, haciendo caso al dicho de que todo en exceso es malo, incluso lo bueno.

*Economista

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