Espacio de opinión de Tenerife Ahora
Infalible
Tengo una obsesión con las líneas rectas que solo sé explicar a través de fotografías que no les enseño a nadie y que solo se muestran a través de una vida llena de caos. Tú me pediste que te contara por qué las escondía y yo respondí con más silencio. Entonces tú me hablaste de la morena de aquel bar al que habías ido una vez y yo te hablé del tipo al que me había encontrado en el ascensor. Tú confesaste mientras andábamos la madrugada y yo pensé cómo sería el día en otra ciudad y quizás en otro tiempo. Imaginé un libro de poesía, un partido de fútbol, una cerveza, una avenida vacía y un mundo por conquistar. Intuí un agosto en Madrid con algún fin de semana junto al mar, réplica de la isla que no podría visitar.
Tú dijiste que conocías al que llevaba el tiempo. Que apuntaba en una libreta cuánto se tardaba en recuperar la conciencia una vez se había perdido todo atisbo de sentido común. Yo te pregunté si creías que podría intercambiar algunas palabras con él. Decirle que ya no creía en nada que no fuera un sábado a los pies de mi ventana. Descubrirle mi miedo a no aparecer nunca entre esas páginas. Tú se lo mencionaste de pasada, como quien se desliza por un día de lluvia, como quien huye al conocer la verdad.
Tú me hablaste de quedarnos a vivir en domingo por la mañana y yo te mencioné al señor que nos había robado el sol del mediodía; de aquel ente que me era familiar y que ahora me había quitado un hogar para convertirlo, de nuevo, en aquel sitio en el que viví durante un par de años. El salón estaba lleno de recuerdos y de noches que acaban con algún grito desesperado ante la ausencia de toda cordura. La habitación ahora era como un museo de todo lo que había sido y nunca fue, o de todo lo que estaba por venir.
Me dijo mi padre que cuando una puerta se cierra se abre otra más grande. Supuse que una por la que pasar con más calma, más holgado, con menos pánico y sin tantos reproches a todo lo que soy. Supuse eso entonces porque fue hace tan solo cuarenta minutos y todavía ahora me sigo preguntando qué le dirías a ese hombre que expolia las vidas ajenas para ponerlas en manos del mercado.
Seré yo la que diga que he dejado de pensar que el bien o la bondad existen. Ya entiendo que mi reflejo en todos los coches en los que me encuentro no es más que una réplica de un diablo ausente. Solo pido que ese tipo que lleva el tiempo consiga borrar mi nombre de todos los cuadernos.