- Horizontes, de Alejandro Correa
- Galería Artizar, La Laguna, hasta el 28 de enero de 2017
El horizonte es el punto de encuentro de la vista, una línea de tierra con la última división: la que acontece entre cielo y suelo, posiblemente la más importante y perturbadora de todas. Esta referencia geométrica tiene per se un componente místico y fatalista, configurando una de las muchas tipologías de lo sublime. Alejandro Correa se maneja como pez en el agua por toda la historia del arte, tomando como un connaisseur aquello que más le conviene, para expresar esta contradicción en su quehacer artístico.
En el primer enfrentamiento a su obra, podría llegar a pensarse que las piezas expuestas en la galería Artizar componen una suerte de neoimpresionismo claramente deudor del cuadro -Impresión del Sol naciente- que da nombre a la corriente decimonónica. Sin embargo, y simultáneamente, los lienzos del autor tinerfeño se encuentran fuertemente texturizados, prácticamente al modo del tachismo derivado del informalismo francés de mediados del siglo XX, lo que los entroncan con obras de Jean Dubuffet o Jean Fautrier.
Con todo, debe agregarse que el autor se permite el lujo de introducirse en la naturaleza bucólica, dibujando escenarios ideales para los poetas: una estatua clásica intuida dentro de un bosque sombrío o una solitaria figura que escribe al borde de una roca. Estas naturalezas, alejadas de la noción de horizonte y que estructuran lienzos más abigarrados pero igualmente sombríos, toman el papel de la hiedra, molesta y cortante, y, a pesar de todo, lucen mullidas en la tela.
En toda la muestra se intuye, e incluso llega a apreciarse directamente, la inclusión de la figura humana. Esta se enfrenta a la grandeza del paisaje natural, una disyuntiva que ya trataron los románticos alemanes y que, sin embargo, en la pintura de Correa se instala en un territorio de mayor ambigüedad, como un amanecer prematuro en una novela negra nórdica. Así, los cielos pueden ser suelos y los mares tierras yermas de cultivo; las aparentes atalayas, el único punto visible entre una niebla densa, mientras que la importancia que posee la figura humana en pintura se relega a un simple acompañamiento.
Asimismo, se intuyen desastres, navíos en la lontananza e incluso figuras de corte industrial que no hacen sino remarcar una presencia más allá de lo observado. A pesar de los necesarios límites físicos de la disciplina, el espacio parece no tener fin, pudiendo copar toda la pared e incluso toda la sala. Queda claro que Horizontes es un corpus válido de madurez de un artista, un encuentro con una poética propia, largamente trabajada y reflexionada.