Diez maravillas romanas poco conocidas para aprender más sobre el pasado de la ciudad eterna

Galería de tiendas en el Mercado de Trajano, el primer centro comercial de la Historia.

Viajar Ahora

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Viajar a Roma es sumergirse en un libro abierto en el que se resumen más de 3.000 años de historia. Arte por todos lados. Cosas lindas en cada esquina. Palacios, Iglesias, fuentes ornamentales que asombran, restos arqueológicos impresionantes… Roma da para muchas visitas. Y cuando uno llega a la Ciudad Eterna por segunda, tercera o cuarta vez, puede dedicar algún tiempo a ver lugares que quedan fuera de los circuitos tradicionales. Este es el fin de este decálogo de lugares. Como siempre, no están todos los que son, pero sí son una muestra interesante que nos ayudan a entender la Roma clásica. En estos lugares podemos ver lugares vinculados con la religión, la vida cotidiana, los castigos penales o el comercio local e internacional. Hay muchos más. Como la Letrina de la Via Garibaldi, uno de los pocos retretes públicos de la época que han sobrevivido (y que está lleno de grafittis obscenos como los que puedes ver en nuestros baños públicos), pero nos hemos enterado que está cerrada de manera permanente.

Hipogeo de la Vía Livenza (Vía Livenza, 4; Tel: 060608; Horario: L-D 9.00 – 19.00).- Lo primero que hay que decir de este lugar es que para visitarlo hay que anotarse previamente a través de reserva telefónica. Para entender este espacio hay que trasladarse al siglo IV e imaginar que estamos en la ciudad a extramuros, esto es, más allá de las murallas (quedan muy cerca en el Corso de Italia). Según parece, este lugar funcionó como ninfeo, esto es, pequeño adoratorio dedicado a las ninfas, algo habitual en lugares en los que se constata la presencia de agua. En estos pequeños templos, que se construían de manera habitual en grutas naturales con fuentes de agua, se hacían ofrendas y ceremonias relacionadas con el culto a las ninfas. Pero lo que sorprende de este hipogeo, del que sólo se conservó una pequeña porción, es la decoración pictórica que interrelaciona motivos paganos y cristianos, algo que pone de manifiesto las transformaciones ideológicas que se dieron en el Imperio durante los primeros siglos del Cristianismo. Sólo por ver las pinturas murales merece la pena la visita.

El Mitreo Barberini (Via delle Quattro Fontane, 11; Tel: (+39) 06 3996 7702).- Los mitreos son uno de los elementos más fascinantes de la religión clásica. Como sucede con los ninfeos, estos templos relacionados con el culto al dios de origen persa Mitra se construían generalmente en grutas o en los sótanos de otros edificios al modo de cuevas. En estos espacios se practicaban ritos mistéricos e iniciáticos realizados por sociedades secretas exclusivamente masculinas. Este pequeño templo se construyó en el siglo II para celebrar los ‘misterios de Mitra’ en una época dónde esta religión oriental se expandió por buena parte de la élite romana con especial relevancia en las castas militares. El Mitreo Barberini destaca por su decoración pictórica: a través de diez escenas se relatan las hazañas de Mitra en su rol de dios protector. Hay otro mitreo muy interesante (y que se puede visitar) bajo la Iglesia de Santa María en Cosmedin (la de la Boca de la Verdad) que se identifica como recinto sagrado asociado al Circo Máximo.

La Roca Tarpeya (Piazza della Consolazione).- Bajando desde el Monte Capitolino por el flanco sur de la colina (Via Monte Tarpeo) nos topamos con uno de los iconos históricos de la antigua Roma. La Roca Tarpeya es un pequeño risco situado de cara al antiguo foro republicano (en los posteriores foros Olitario y Boario) que sirvió de lugar de ejecución durante los tiempos de la República Romana. Desde aquí se despeñaba a los condenados por delitos de asesinato y traición.

La Cárcel Mamertina (Clivo Argentario, 1; Tel: (+39) 06 6992 4652).- En la actualidad, esta pequeña mazmorra se encuentra totalmente integrada en la Iglesia de San José dei Falegnami, uno de los dos templos cristianos que se encuentran en el Monte Capitolino (en uno de los mejores balcones para admirar el Foro Romano). La Cárcel Mamertina (también conocida como Tullianum) era el lugar dónde se recluía a los criminales antes de ser ajusticiados. Por aquí pasaron romanos célebres y algunos grandes enemigos de Roma como el galo Vercingetorix o Jugurthas, rey de Numidia. El lugar fue cristianizado por su vinculación con la muerte de los eunucos Juan y Pablo, mártires del Cristianismo durante el reinado del Emperador Juliano II ‘el Apóstata’, dirigente que volvió al paganismo en el siglo IV. El uso del lugar como mazmorra se remonta al siglo VII antes de Cristo y se mantuvo hasta casi la caída del Imperio. Estamos hablando de más de mil años. Una pasada.

La Cloaca Máxima (Foro de Nerva).- Parecería una tontería, pero el uso de cloacas es una de las obras cumbre de la ingeniería romana. No tiene el glamour de los teatros o los mosaicos, pero el control de aguas pluviales y fecales fue una de las grandes victorias de Roma sobre los elementos y uno de los puntos fuertes sobre los que se construyó la gloria de una ciudad que legó a tener un millón de habitantes a partir del Siglo I de nuestra era. La Cloaca Máxima es un canal de poco menos de un kilómetro que servía para drenar la lluvia y los desechos del germen de la ciudad desde el siglo VII AC. Y en base a este canal, que va desde las inmediaciones del Argileto – actuales vias Cavour, Leonina y della Madonna dei Monti- hasta el Río Tíber (su desembocadura se encuentra junto al Templo de Ercole Vincitore en el Foro Boario y se ve muy bien desde el Puente Palatino), se fue construyendo la red de canales secundarios y terciarios que conectaba el canal con los principales edificios públicos de la zona. Para visitar la Cloaca Máxima hay que andarse hasta el Foro de Nerva, en la Via Cavour. Tambien se puede ver desde fuera en la parte posterior de la Basílica Julia.

La Domus del Celio (Clivo di Scauro, sn; Tel: (+39) 06 060606).- Aunque parezca raro, es difícil encontrar espacios domésticos romanos bien conservados en Roma. Nos quedan los restos de grandes palacios e infraestructuras públicas, pero hay pocas casas. Y la que se encuentra en el subsuelo del Monte Celio, una de las míticas siete colinas de Roma, es de las mejores (a dos pasos del Colosseo). La Domus del Celio es una imponente mansión vinculada a una de las familias más importantes de la Roma de los últimos momentos del imperio y de ahí los ricos frescos que aún pueden admirarse: como si los hubieran pintado antes de ayer. Muy cerca de esta casa, que se encuentra bajo la Basílica de San Juan y San Pablo, están los restos del Templo del Divino Julio (integrados en las instalaciones de la iglesia), un edificio que consagraba la divinidad del emperador.

El Mercado de Trajano (Via Quattro Novembre, 94).- No es un lugar desconocido, ni mucho menos pero suele quedar fuera de las visitas primerizas. Y eso que se trata de uno de los edificios más importantes y mejor conservados de la época imperial. Y también otra muestra de la gran capacidad organizativa de los romanos. Un lugar que pone de manifiesto que toda nuestra cultura occidental es Roma con tecnología (y sin esclavitud explícita). Este enorme complejo es un verdadero centro comercial fruto de la unión de dos genios: el de Trajano, uno de los mejores gobernantes de Roma, y el del arquitecto Apolodoro de Damasco. Este edificio semicuircular tenía seis niveles: los tres inferiores tenían 150 tiendas de todo tipo (verduras, carnes, pescados, vino, aceite, ropa…) y los tres superiores estaban dedicados a oficinas, escuelas y una enorme biblioteca. El edificio es una pasada que se adelantó siglos a su tiempo con conceptos como la construcción modular, la organización de caminos como galerías comerciales o el uso del ladrillo en grandes estructuras. 

La Tumba de Los Escipiones (Via di Porta San Sebastiano, 9; Tel: (+39) 06 0608).- Los romanos situaban sus tumbas en los caminos que partían de las ciudades. Era una manera de hacerse notar después de muertos y seguir ‘vivos’ en la memoria de los que pasaban por ahí. La Vía Apia se inauguró en el año 312 AC como camino consular hacia el sur de la Península Itálica. La calzada era un verdadero vector de expansión del poder de Roma sobre toda Italia y los Escipiones, una de las más prominentes familias de la República, eligieron este lugar para construir su mausoleo familiar. La construcción de la Muralla Aureliana dejó el lugar dentro de los muros de la ciudad. Este complejo de tumbas se excavó en una colina junto a la Vía Apia formando un gran hipogeo con múltiples salas y corredores. Desde el punto de vista artístico no es gran cosa, pero estamos ante unas de las sagas familiares más importantes de la historia de la ciudad (responsable, entre otras cosas, del inicio de la conquista de Hispania y la ruina de Cartago).

El Parque de los Acueductos (Via Lemonia; Tel: (+39) 06 513 5316).- Este lugar queda un poco a trasmano pero puedes llegar en metro hasta la estación Subaugusta del (línea A –naranja-) y caminar tres cuadras hasta el parque. También es un lugar ideal para completar la visita a la Via Apia Antica, que se encuentra muy cerca (y también los estudios de Cinecitta, un lugar imperdible para los amantes del cine). Aquí se apelotonan siete acueductos que formaban el punto de abastecimiento de agua más importante de la vieja Roma. Canalizaciones subterráneas, empalmes y acequias completaban una magna obra de ingeniería que servía para llevar el agua hasta la Colina del Capitolio, lugar que servía de reservorio y distribuidor. Venir hasta acá es sumergirse de lleno en la verdadera esencia del mundo romano: la eficiencia y la planificación. El Aqua Felice, y el Acueducto Claudio son los únicos que siguen en pie y nos recuerdan la maestría de los antiguos romanos a la hora de conducir y gestionar el agua. La zona está llena de otros restos arqueológicos como villas, antiguas tumbas y los restos de las calzadas Apia y Latina.

Monte Testacio (Via Galvani).- Tampoco queda cerca del centro, pero a dos pasos está la estación de metro de Pirámide (Línea B –azul-). Llegarse hasta aquí es un buen plan para los que vayan a ver la Porta de San Paolo (una de las puertas de las murallas romanas), el Cementerio Protestante y la curiosa Pirámide de Cayo Cestio, una tumba de inicios del siglo I perteneciente al magistrado Cayo Cestio Epulón que quedó, posteriormente, integrada en la muralla aureliana (siglo III). Este monte artificial tiene un kilómetro de diámetro y alcanza los 54 metros de altura y está formado por restos de ánforas que se acumularon aquí entre los siglos I y III (de manera organizada y metódica). Es un basurero de cerámica que impresiona y que ha dado una información brutal sobre las rutas de comercio con otras zonas del imperio. Muchas de estas ánforas contenían aceite y vino que llegaba a Roma desde la actual España. No se puede subir al monte sin cita previa (es un lugar de máxima importancia arqueológica), pero puedes ver el amontonamiento de restos de cerámica desde la calle. La clave de la importancia de este lugar es el titulus pictus, una inscripción impresa en el barro aún fresco dónde se dice que contiene el ánfora, de dónde viene y el nombre del comerciante de origen. Una maravilla.

Fotos bajo Licencia CC: Carole Raddato; Amphipolis; Patrick Denker; Andy Montgomery; Jamie Heath

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