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El cobro del rescate a los espeleólogos accidentados enciende los ánimos: “Miles de otras intervenciones del 112 no pasan por caja”

Galería de exploración por un equipo de espeleólogos en Cantabria.

Pedro Merino Múgica

Ramales de la Victoria —

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Hace unas semanas se conoció que el Grupo Espeleológico Abrigu había encontrado nuevas pinturas rupestres en la Cueva del Linar, en el municipio cántabro de Alfoz de Lloredo. La noticia, viralizada por las redes sociales, concitó innumerables comentarios de apoyo y parabienes hacia estos espeleólogos. “Bravo”, “hay que apoyar a la gente que cuida e investiga nuestro patrimonio” o “merecen un premio” son algunos de esos comentarios.

Tan solo tres días después se conoció la resolución del Gobierno de Cantabria por la que imponía la tasa de rescate a los dos espeleólogos que este verano se perdieron dentro del Sistema del Mortillano. En esta ocasión, los comentarios suscitados en las redes o en los medios de comunicación eran de un tenor muy diferente: “Poco me parece”, “bravo, no con mis impuestos”, “que sirva de escarmiento”, “perroflautas”... Isabel Urrutia, consejera de Presidencia de Cantabria, señaló al día siguiente que la tasa impuesta es “un aviso para el resto”.

En apenas tres días, los miembros de un colectivo que en España está formado por más de 10.000 personas (según el Consejo Superior de Deportes en 2022 se federaron 9.635 personas, aunque otras muchas la practican sin federarse) han pasado de ser considerados de casi científicos a unos imprudentes descerebrados. En un ecosistema mediático caracterizado por la visceralidad y la polarización de las redes sociales, no deberían sorprendernos demasiado estos vaivenes de la opinión pública. Pero, ¿hay base para estas reacciones exacerbadas?

La tasa de la discordia

Ángel García es secretario de la Agrupación Espeleológica Ramaliega, club que acaba de cumplir los 60 años de existencia. Centrados en la exploración de Ramales, Ruesga y Soba, durante su trayectoria han encontrado un buen número de yacimientos arqueológicos, contribuido con más de 75 kilómetros a la exploración del Sistema de Mortillano (segundo de España, con más de 140 kilómetros), descubierto la segunda sala subterránea más grande de la Península o colaborado en la recuperación de los restos de Eloy Campillo a casi 200 metros de profundidad en Picos de Europa (en cumplimiento de la Ley de Memoria que el PP y Vox pretenden derogar ahora). Durante años, además, gestionaron en colaboración con otros muchos espeleólogos los rescates en Cantabria, tras firmar un convenio con Protección Civil. 

Preguntado por el cobro de la tasa, García es taxativo. Aunque considera que los espeleólogos “no actuaron quizá de la manera más adecuada”, cree “absurdo e injusto” cobrar este rescate, mientras que “las miles de intervenciones del 112 en otros ámbitos no pasan por caja”. “¿Han cobrado a los que han varado coches en las diversas playas cántabras, o a los ferrateros que se han quedado colgados de un cable?”, se pregunta indignado.

“A una persona con sobrepeso, que fuma y bebe, nadie se plantea cobrarle los gastos derivados de su atención sanitaria, que son de decenas de miles de euros, pese a que es evidente que en ciertas circunstancias mantener ese estilo de vida es pura negligencia”. Por el contrario, aduce, la espeleología es una actividad que fomenta un estilo de vida saludable, y que ha dado lugar a interesantes descubrimientos arqueológicos, geológicos o de otra índole.

“Al Gobierno de Cantabria le encanta apuntarse tantos como los descubrimientos de La Garma o el reciente de la Cueva de El Linar, pero nada de eso sería posible sin la callada labor de generaciones de espeleólogos que se han arrastrado por las entrañas de Cantabria”, apunta.

¿Imprudencia o no?

Otro aspecto que concita unanimidad en el colectivo de espeleólogos es considerar erróneo hablar de “imprudencia” en el caso de los compañeros rescatados en verano. García explica que el Gobierno de Cantabria “impone llamar al 112 antes de entrar en una cueva”. Se trata de una medida muy impopular entre el colectivo de espeleólogos cántabros. Y es que este requisito no se aplica a ninguna otra actividad, y tampoco existe en ninguna otra comunidad autónoma. 

“Al margen de que se esté de acuerdo o no con esta medida”, señala, “no se puede hablar de imprudencia simplemente por no llamar al 112”. En realidad, los grupos que tienen un permiso de exploración anual no tienen que cumplir con este requisito, cosa que sí que tienen que hacer los visitantes esporádicos. “Imprudencia sería entrar sin avisar a nadie, que nadie sepa dónde estás. Pero no fue el caso, esta gente avisó a otros, aunque no al 112”. 

Alfredo Moreno es director técnico de MTDE y de ETDE, referente nacional en la formación en espeleosocorro. Esta semana está dando un curso de rescate en Ramales de la Victoria. Preguntado por las imprudencias en el mundo de la espeleología, su respuesta es tajante: “Son muy escasas”. “En todos los años en los que he participado en rescates, creo que las imprudencias no estuvieron detrás de ninguno de ellos”, apunta.

Explica que, a diferencia de otras actividades como el senderismo o las vías ferratas, bajar a una sima implica conocer técnicas de progresión que no se aprenden en un día, por lo que hay un “filtro”. La formación se va adquiriendo en los clubes de espeleología, y hay una gradación en el nivel de dificultad que van asumiendo, según aumenta la experiencia.

Pese a que no suele haber imprudencias, no deja de ser una actividad con un cierto riesgo: “Aunque es un error calificarlo como deporte de riesgo”, matiza Moreno. Crecidas inesperadas por una mala previsión meteorológica, el desprendimiento puntual de una piedra, una torcedura de tobillo... Aun así, la tasa de incidentes en espeleología es bajísima. Aunque no hay datos unificados, uno puede dar pistas: según la Guardia Civil, entre 2013 y 2019 hubo dos muertos y 16 heridos mientras practicaban esta actividad deportiva. Es decir, un fallecido cada tres años, y menos de tres heridos por año. 

Responsables de la Federación de Cantabria de Espeleología apuntaban en una reciente entrevista que, según los datos aportados por el 112, “en los últimos nueve años ha habido 20 rescates en cuevas”. Una media de poco más de dos intervenciones al año, la mayoría de ellas simples pérdidas o retrasos. Ni los datos de la Guardia Civil ni los del 112 parecen apuntar a una actividad de temerarios e imprudentes.

¿Por qué la polémica?

En el AER lo tienen claro: el modelo de comunicación que exigen las redes sociales lleva a la sobreexposición y dramatización de estas cuestiones. García pone un ejemplo. “En los 90, tres compañeros nuestros se quedaron sin iluminación en la Cueva del Lobo, y estuvieron allí tres días. La prensa simplemente lo reflejó en una breve nota, nadie se inmutó. Lo de este verano ha sido un circo mediático un tanto impresentable”, zanja.

Todos los espeleólogos consultados comparten esta opinión. “Era ridículo ver cómo algunos medios o redes trataban de actualizar cada poco el contenido, cuando todos sabemos que la búsqueda de espeleólogos perdidos tiene su propio ritmo”, señala otro veterano del socorro. La tendencia a convertir cualquier cuestión en polémica, más la dinámica de los comentarios a hacer leña del árbol caído, hicieron el resto. 

La tasa: ¿precaución o punitivismo populista?

Las declaraciones de la consejera Isabel Urrutia sobre el carácter de “aviso” del cobro de la tasa han sentado particularmente mal en el colectivo de espeleólogos de Cantabria, formado por 500 federados. Un espeleólogo de Santander apunta a la incongruencia de las declaraciones. “Por un lado dice que no es una multa, sino una tasa; pero por otro es un aviso. Que se aclare”, señala molesto. 

Enrique Ogando es presidente del Grupo Espeleológico La Lastrilla, otro club con más de medio siglo de existencia. Lleva más de un cuarto de siglo organizando campañas de exploración en Picos de Europa y ha participado en un buen número de rescates. Con la perspectiva que da la experiencia, incide en la misma idea apuntada por García: existe un trato discriminatorio con respecto a otras actividades. “Si uno se mete en Berria y le tienen que sacar en lancha, se mira para otro lado, porque el turismo de sol y playa deja mucho dinero. Ahora, un colectivo minoritario como el nuestro, es perfecto para convertirse en cabeza de turco”, critica.

El colectivo aboga por la sensatez. “Ni somos científicos ni somos lunáticos. Desarrollamos una actividad deportiva que, frecuentemente, redunda en beneficio del conocimiento del patrimonio natural e histórico de Cantabria. No hace falta que nos pongan calles, pero por lo menos que no nos fastidien ni nos tachen de imprudentes”, pide García.

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