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Sobre este blog

El Grupo de Trabajo Desmemoriados está compuesto por personas comprometidas con la construcción y la preservación de la Memoria Colectiva de Cantabria. Desmemoriados trabaja de forma abierta y plural en proyectos que ayuden a difundir el legado común de la lucha por una sociedad digna, y aporta herramientas metodológicas y tecnológicas para  la conservación y divulgación de las voces y los elementos documentales que conforman la memoria colectiva de Cantabria.

Desmemoriados aborda así proyectos concretos de recuperación, conservación y difusión de esa memoria así como alimenta y comparte una base de datos de acceso público con fotografías, documentos, testimonios, pegatinas, carteles… que documentan, siempre de forma incompleta, la trayectoria social y política desde la II República hasta los años 90 del siglo XX.

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Juan Hormaechea, un sultán entre el barro y el asfalto

El alcalde de Santander, Juan Hormaechea, junto a las maquetas de los proyectos de la Escuela de Náutica y el Palacio de Festivales, en agosto de 1981.
6 de julio de 2024 23:31 h

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“Hormaechea es no ya la derecha pasatista y pútrida, sino un particular etílico y lírico con quien no se pueden cruzar dos palabras y desde luego con quien no se puede firmar ningún pacto (…) Toda la vida de Hormaechea es un continuo episodio (león, borracheras, violencias verbales) que le anula como político y no digo nada como ciudadano y como hombre con alma”.

Este durísimo juicio sobre la figura de Juan Hormaechea Cazón (1939-2020) pertenece al conocido escritor Francisco Umbral. El hecho de que fuera compartido por numerosos cántabros no era incompatible con una aceptación popular que permitió a Hormaechea obtener un respaldo mayoritario en las urnas, tanto en el conjunto de Cantabria como, sobre todo, en la capital, Santander. En las elecciones municipales celebradas el 8 de mayo de 1983, la coalición AP-PDP-UL (Alianza Popular- Partido Democrático Popular-Unión Liberal), cuya lista encabezaba Juan Hormaechea, obtuvo 52.994 votos, el 57,35% de los sufragios válidos emitidos. Aunque la derecha ha ganado todas las elecciones municipales en Santander desde 1979 hasta hoy, nunca ha conseguido recabar un apoyo tan mayoritario de la ciudadanía.

La popularidad alcanzada por Hormaechea superaba con amplitud los apoyos tradicionales de la derecha en Santander y Cantabria, que no han sido pocos antes y después. Su salto a la política autonómica, en 1987, no alcanzó cifras tan extraordinarias, pero le permitieron ganar las elecciones con claridad. Más sorprendente aún resulta el respaldo alcanzado en 1991, cuando la división de la derecha permitió comprobar hasta qué punto la personalidad de Hormaechea era capaz de galvanizar amplias masas de votantes, independientemente del partido por el que se presentara: la UPCA (Unión para el Progreso de Cantabria) partido de nueva creación y de perfiles y programa más bien difusos, alcanzó 99.194 votos y 15 diputados, por 42.714 y 6 diputados del PP (Partido Popular). Quedó claro que la popularidad del que fuera alcalde de Santander estaba por encima de la fidelidad a las siglas del principal partido de la derecha.

Diez años al frente de la Alcaldía de Santander (1977-1987) y ocho (1987-1995) de la Presidencia del Gobierno de Cantabria convirtieron a Juan Hormaechea en el personaje central de la política cántabra durante ese periodo. Aunque nunca traspasó las fronteras de la política autonómica, alcanzó notoriedad en toda España por sus estridencias y por su comportamiento poco convencional.

Su trayectoria reproduce, en línea generales, un recorrido habitual para los cargos públicos en la España de la época: accedió al Ayuntamiento en el tardofranquismo, siendo elegido concejal en Santander por el tercio familiar en 1973; su ascenso hasta la tenencia de Alcaldía le permitió, tras la dimisión del alcalde en ese momento, Alfonso Fuente, convertirse en sustituto de este justo el día siguiente de la celebración de las primeras elecciones democráticas (16 de junio de 1977). Fue desde su puesto en el Ayuntamiento de Santander cuando comenzó a hacerse un nombre en el panorama político, trascendiendo pronto el ámbito estrictamente municipal.

Personalismo, autoritarismo, ignorancia de reglas y normas, desprecio por el adversario, arbitrariedad, apelación directa al pueblo o el recurso a cualquier clase de medios para la consecución de unos fines establecidos por él mismo constituyeron algunas de las características recurrentes en su trayectoria política. Hormaechea resume y concentra perfectamente los caracteres con los que se han venido describiendo a los líderes populistas que tanto han proliferado en el siglo XXI.

El primer mandato de Hormaechea como alcalde transcurrió, por tanto, bajo la legalidad heredada del franquismo y adquirió legitimidad democrática tras las primeras elecciones municipales, celebradas en todo el país el 3 de abril de 1979. Aun manteniendo su condición de independiente, Hormaechea se presentó en la lista de UCD (Unión de Centro Democrático), que fue la más votada, obteniendo, con el 33,78% de los votos, 10 concejales de los 27 que integraban el Consistorio. AID (Agrupación Independiente de Derechas), formación en la que se integró Alianza Popular, consiguió 3 concejales. La izquierda (Partido Socialista Obrero Español, Partido Comunista de España y Partido del Trabajo de Cantabria) sumaba 10, de manera que la mayoría absoluta dependió del PRC, con 4 ediles. La decisión de este partido de votar para la Alcaldía a su cabeza de lista, Eduardo Obregón, permitió el mantenimiento de Juan Hormaechea al frente del Ayuntamiento.

Volviendo la vista atrás, es difícil evitar la idea de la responsabilidad que adquirió el PRC, que de alguna manera ya se vislumbraba en el momento: la sesión municipal resultó extraordinariamente agitada, con numeroso público afeando a los regionalistas su decisión. No se podía en aquel entonces prever la dimensión que alcanzaría en los años sucesivos el fenómeno Hormaechea, pero indudablemente sí se percibían ya los primeros indicios de una personalidad poco compatible con procedimientos democráticos.

Como señala Adrián Magaldi en su artículo 'El primer populismo de la democracia española: El caso de Juan Hormaechea', el ejercicio de Hormaechea como alcalde de una corporación elegida democráticamente, de forma paradójica, reveló el carácter y las formas autoritarias del mandatario en mayor medida de lo que había mostrado en su etapa anterior. Los enfrentamientos con la oposición, la descalificación reiterada y sistemática del adversario, y la compra de voluntades marcaron el sello distintivo del mandato de un alcalde que consideraba que el Ayuntamiento no debía funcionar como un Parlamento, y que la oposición, al ejercer su obligación de controlar al poder, impedía la realización de su programa, de sus obras y de sus impulsos.

Por lo demás, continuó la ejecución de iniciativas destinadas a dejar su legado en la ciudad, siempre de enormes dimensiones y de no menores costes. La popularidad de Hormaechea se fundamentó en estas realizaciones, que ciertamente trasformaron la ciudad y dejaron una huella duradera (recuperación para la ciudadanía de la Península de La Magdalena, adquisición de la Plaza de Toros, nuevo campo del Racing, aparcamientos subterráneos, parques públicos...).

La cara menos amable de su quehacer político incluía esos modos referidos, que dieron lugar a enfrentamientos (entendiendo esta palabra como choques que desbordaban ampliamente las lógicas discrepancias y diferencias de criterio en el desempeño de un cargo público) con múltiples agentes, entre los que se pueden citar, sin ánimo de exhaustividad, a miembros del movimiento vecinal, periodistas, concejales de la oposición, el rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (Raúl Morodo), el famoso golfista Severiano Ballesteros, o los dos presidentes del Gobierno de Cantabria que lo precedieron (José Antonio Rodríguez y Ángel Díaz de Entresotos).

La popularidad de Hormaechea y las dificultades de la derecha en Cantabria para articular una formación política dotada de estructura, liderazgo y proyecto para la comunidad, analizadas por Ángel Revuelta Pérez en 'La transición en su laberinto. Crisis económica, transformación social e inestabilidad política en Cantabria (1975-1995)', confluyeron para facilitar el lanzamiento y posterior consolidación de Hormaechea como figura indiscutible de ese centro-derecha que le acabó otorgando el liderazgo como garantía de éxito en las urnas, pese a sus repetidas muestras de independencia y de no sometimiento a las directrices de las formaciones políticas cuyas listas encabezaba.

De ahí su periplo por las distintas siglas, en las que no llegó a militar, de manera que constituyeron instrumentos coyunturales para sus objetivos electorales. Así, encabezó la lista de UCD en 1979, de AP-PDP-UL en 1983, y, ya como número 1 para el Parlamento de Cantabria, de Alianza Popular en 1987. Estos partidos se plegaron a sus dictados, sometidos a la voluntad de un líder que mantuvo siempre las manos libres para ejecutar sus políticas.

En las elecciones autonómicas de 1987, la candidatura encabezada por Hormaechea obtuvo 122.964 votos (un 41,22%), frente a los 87.230 (29, 24%) del PSOE. Se trataba de una victoria menos contundente de la obtenida en el Ayuntamiento de Santander en 1983, pero superaba el resultado alcanzado ese año por la derecha en las elecciones autonómicas. No obstante, no logró el objetivo fundamental: la mayoría absoluta de la Cámara. Una vez más, lo que no le otorgaron los ciudadanos fue alcanzado por Hormaechea mediante las concesiones de otro grupo: en este caso, el CDS (Centro Democrático y Social), cuya abstención facilitó la investidura de Hormaechea como nuevo presidente de Cantabria. Su desempeño en el nuevo cargo intensificó las pautas seguidas desde la Alcaldía de la capital; las mayores dificultades que le acarreaba la vida parlamentaria provocaron los continuos choques con el presidente de la Asamblea Regional, Eduardo Obregón (el mismo que facilitó su elección como alcalde en 1979).

La renuencia de Hormaechea a cumplir con los procedimientos democráticos dio lugar a un funcionamiento anómalo de las instituciones, pues a la hostilidad manifiesta hacia los partidos de oposición se añadía la imposibilidad para su propio grupo parlamentario de controlar la actuación del presidente. La defección de dos parlamentarios del Grupo Popular fue replicada con el abandono de dos diputados del grupo por el que habían sido elegidos (el Regionalista) para pasar a apoyar a Hormaechea; igualmente, Antonio Lombardo, que desde la Concejalía había protagonizado fuertes enfrentamientos con Hormaechea, denuncias judiciales incluidas, abandonó el Grupo Socialista para engrosar el Grupo Mixto y pasar a apoyar las iniciativas presidenciales. El transfuguismo, que ya había aparecido en el Ayuntamiento, devino práctica habitual en las instituciones de Cantabria, degradando la democracia.

Las sospechas de que no se trataba precisamente de cambios de posición política, sino lisa y llanamente de compra de voluntades a cambio de dinero o de cargos públicos se hicieron generalizadas cuando fue nombrado consejero de Sanidad Ricardo Conde Yagüe, denunciado por Miguel Ángel Revilla y varios miembros del PRC por haberles confesado que le habían ofrecido 100 millones de pesetas por pasar a apoyar a Hormaechea en las votaciones del Parlamento (existen varias referencias de este episodio en la prensa y en la bibliografía; por ejemplo, en el libro de Víctor Gijón e Isidro Cicero, 'El laberinto cántabro'.

Al igual que ocurriera en el Ayuntamiento de Santander, las audaces iniciativas del presidente cántabro fueron exaltadas por sus partidarios como prueba de su eficacia y de su capacidad para llevar a la práctica lo que el común de los políticos, según percepción extendida, no conseguía trascender más allá de las promesas electorales. Hormaechea solía decir que quería acabar con el barro en los pueblos; por ello la construcción de carreteras y el asfaltado de calles y caminos en los municipios de Cantabria fueron algunas de sus obras más publicitadas. El Parque de la Naturaleza de Cabárceno, junto a episodios igualmente polémicos como la compra del toro semental canadiense Sultán o la adquisición de un helicóptero para el Gobierno de Cantabria, son muestras de la iniciativa personal de Hormaechea y, al decir de sus partidarios, de una altura de miras que le colocaría muy por encima de los políticos convencionales.

Las tensiones entre Hormaechea y el Partido Popular alcanzaron su punto álgido tras la noche del 31 de octubre de 1990. Un periodista de El Diario Montañés fue testigo directo de los insultos que un Juan Hormaechea en estado de embriaguez dirigió a Manuel Fraga, Isabel Tocino y José María Aznar, además de otros improperios y cantos de cariz fascista. Si la convivencia entre el PP y Hormaechea se hacía imposible por momentos, el incidente fue el detonante que decidió al PP nacional a preparar una moción de censura que expulsara a Hormaechea del poder. El PSOE, que tampoco había mostrado gran entusiasmo por este recurso (solo posible si el PP lo apoyaba, dada la composición del Parlamento), acabó pactando una iniciativa que llevaría a su secretario general, Jaime Blanco, a la Presidencia del Gobierno de Cantabria, con José Luis Vallines, del PP, como vicepresidente.

El cambio de Gobierno tuvo lugar solo seis meses antes de las nuevas elecciones municipales y regionales, para las cuales Hormaechea fundó un partido, UPCA (Unión para el Progreso de Cantabria), nucleado en torno a su figura, con perfiles ideológicos difusos y con ese cierto talante regionalista que siempre acarició Hormaechea, admirador del papel que jugaban Jordi Pujol y su partido (Convergencia i Unió) en Cataluña. El resultado electoral le dio la razón, ya que la UPCA recibió un apoyo netamente superior al obtenido por el PP. El acuerdo alcanzado para que Hormaechea siguiera en la Presidencia y el candidato del PP, Manuel Huerta (con solo 6 concejales sobre 27) en el Ayuntamiento de Santander dinamitó todas las proclamas previas que se habían pronunciado, insistiendo hasta la saciedad en la imposibilidad para el PP de alcanzar acuerdos con Hormaechea. El líder nacional del partido, José María Aznar, comprometió en ello su palabra.

La última legislatura presidida por Hormaechea (1991-95) supuso la culminación de la degradación política, con expresiones tan elocuentes como el hecho de que el Grupo Mixto acabara siendo el más numeroso de la Cámara legislativa, o de que el Gobierno finalizara su mandato con solo dos consejeros. La presentación de varias mociones de censura, fracasadas por la falta de acuerdo entre los grupos políticos, la labor de la comisión de investigación sobre las irregularidades de los gobiernos de Hormaechea, más las querellas que se acumulaban en los juzgados convirtieron los últimos años de vida política de Hormaechea en un lodazal impracticable. Finalmente, el día previo a las elecciones municipales y autonómicas de 1995 llegó la resolución de la justicia que inhabilitaba a Hormaechea por 14 años para el ejercicio de cargo público. Aun cuando en todos los colegios se informó de la sentencia, la UPCA obtuvo un nada desdeñable resultado: 12.435 votos (12,23%). 

Populismo y derecha radical

El siglo XXI es testigo de la proliferación de discursos y personajes que cabe encuadrar en ese espacio que fluctúa entre el populismo y la derecha radical, con fronteras vaporosas y lábiles. El peligro que tales dirigentes y las fuerzas políticas a ellos vinculadas representan para las instituciones democráticas se ha puesto reiteradamente de manifiesto, aunque las numerosas voces que alertan sobre esa amenaza no parecen suficientes para atajar el fenómeno.

En Cantabria se vivió un adelanto de estas políticas en el periodo protagonizado por Juan Hormaechea; el que fuera primero alcalde y posteriormente presidente del Gobierno autonómico representó un caso de populismo con una capacidad indudable de recabar el apoyo de amplios sectores de población, hasta el punto de conseguir las mayorías electorales más contundentes que ha conocido Cantabria desde el final del franquismo. Junto a la dificultad de combatir discursos y prácticas de fácil consumo y de funestas consecuencias, es posible extraer algunas conclusiones de estas experiencias pasadas que pueden ser de utilidad en el presente y para el futuro más inmediato.

Y es que los personajes populistas y autoritarios tienden a surgir, y a tener éxito, en situaciones de inestabilidad de los sistemas políticos, de poca confianza en las instituciones, y de malestar social. En Cantabria, en los años considerados, se asistía a la consolidación de un régimen autonómico que fue posible por la movilización de la izquierda y de grupos defensores de la identidad regional, algunos de los cuales acabarían dando forma al PRC. La derecha contempló la posibilidad de la autonomía entre la indiferencia y el rechazo, acabando por aceptar el nuevo marco. Fue precisamente una derecha dividida y con serias dificultades para articularse políticamente tras la implosión de UCD la que se encargó de gobernar la comunidad autónoma desde sus inicios; una sociedad conservadora otorgó el Gobierno de Cantabria a la derecha en las primeras elecciones autonómicas, celebradas en 1983.

En dichas elecciones, solo en Cantabria y Baleares obtuvo mayoría la derecha, resistiendo la onda expansiva de una hegemonía socialista asentada desde su gran victoria de octubre de 1982. La inestabilidad fue uno de los grandes lastres de los gobiernos de la comunidad desde su constitución, en 1982, hasta la inhabilitación de Hormaechea, en 1995. En esos años, se sucedieron las divisiones, el transfuguismo, las conspiraciones, lo que facilitó el ascenso de una personalidad tan fuerte como la de Hormaechea, quien a su vez con su desempeño político incrementó las tendencias divisivas y corruptas, tanto desde el cargo de alcalde de Santander como desde la Presidencia del Gobierno de Cantabria.

Aún de manera secundaria, hay una parte de responsabilidad que cabe achacar a sus rivales políticos. Hormaechea necesitó de la colaboración necesaria (en forma de abstención) de partidos políticos que no eran el suyo: el PRC en el primer caso, el CDS en el segundo. Si en estos dos casos se trataba de dos votaciones decisivas, a lo largo de los años primó el cortoplacismo, la búsqueda de rentabilidad inmediata por encima de la defensa de unos principios políticos que deberían ser prepartidarios, por afectar al núcleo básico de las reglas de juego y a la moralidad en los comportamientos.

No hubo, en general, por parte de las fuerzas políticas teóricamente rivales una posición clara que permitiera trazar una línea roja frente a un político que no respetaba las normas más elementales de la educación debida entre las personas y el juego político democrático (es cierto que Revilla, olvidada la posición del PRC en la constitución del Ayuntamiento de Santander en 1979, y tras algunos acuerdos tan extraños como efímeros de su partido con Hormaechea, adoptó una posición intransigente y se mostró dispuesto a pactar sin condiciones con todos los partidos para excluir a Hormaechea de la vida política). 

Pero si hay unas responsabilidades por omisión, mucho más graves son las de aquellos que perdieron la dignidad y cualquier atisbo de credibilidad a cambio de los votos que Hormaechea pudiera arrastrar. AP y luego el PP no solo aceptaron el liderazgo de un personaje que siempre se jactó de no someterse a la disciplina de los partidos que le permitían liderar sus listas, sino que facilitaron y permitieron todos los desmanes cometidos desde el abuso de poder, incluidos los desplantes y los desprecios a los propios compañeros de partido.

La falta de moralidad del principal partido de la derecha española alcanzó su punto máximo cuando, tras la moción de censura que encumbró al socialista Jaime Blanco a la Presidencia del Gobierno de Cantabria, apoyado por todos los partidos del arco parlamentario, y después de dar su palabra reiteradas veces de que no se volvería a pactar con Hormaechea, el PP y la UPCA acordaron formar Gobierno en el Ayuntamiento de Santander y en el Ejecutivo regional, volviendo a otorgar la Presidencia a Hormaechea.

Igualmente cabe valorar que lo que no hicieron los partidos políticos ni la ciudadanía lo hizo la justicia, inhabilitando a Hormaechea para el ejercicio de cargo público, lo cual en definitiva vino a suponer el final de su carrera política. En esta ocasión funcionó el poder judicial como pieza básica de un sistema en el que todos los actores, por muy legitimados que se sientan por el apoyo popular, deben respetar la legalidad. No deja de ser una buena lección en tiempos en que el poder judicial está en el centro de todo tipo de debates y polémicas. Sin embargo, también es significativo que, pese a la sentencia condenatoria, Juan Hormaechea no pisó la cárcel. La condena de seis años que le impuso el Tribunal Superior de Justicia de Cantabria por malversación de fondos quedó en papel mojado por la decisión del Consejo de Ministros, que le concedió el indulto total, aunque la gracia excluyó la condena de inhabilitación especial, que alejó definitivamente a Hormaechea de la política.

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