ENTREVISTA Paco Gómez Nadal, periodista y escritor

Paco Gómez Nadal: “En España no reconocemos que hemos tenido un conflicto social, político y armado”

Asumir la herida abierta por el familiar desaparecido, mostrarse orgulloso de él, no silenciarlo, no condenarlo, no arrojarlo al olvido e intervenir en el común como actitud vital son varias lecciones que el inacabable conflicto colombiano proporciona a las sociedades que han vivido o viven episodios de violencia y que quedan recogidas en el libro que Paco Gómez Nadal (Murcia, 1971) acaba de publicar: 'El Porvenir nace de la Herida' (Otramérica/La Vorágine, 2022). Gómez Nadal es periodista, escritor, editor, librero, gestor cultural, activista y un largo etcétera que podría continuar hasta acabar por preguntarse uno si el hecho de que el día tenga 24 horas no es una vieja fake new que clama por ser desmontada. Pero lo cierto es que este murciano, afincado en Santander y con un pie siempre en América Latina, tiene una intensa actividad de la que el Espacio Crítico La Vorágine es su más destacado exponente.

Sin embargo, ello no le ha llevado a romper sus vínculos con Colombia, a donde se desplaza periódicamente, como periodista y como observador fascinado de los procesos de paz que se han producido y del dolor y orgullo surgidos de la ingente cantidad de sangre derramada desde los años 40. Lleva así más de un cuarto de siglo recorriendo Colombia para tratar de comprender la capacidad de resistencia y transformación que tienen los pueblos, no solo el colombiano. De este tesón y este activismo surgen trabajos que deambulan entre el periodismo y el ensayo sobre el conflicto armado, social y político, pero ante todo, se ha preocupado por los que resisten y pagan la factura de las guerras, en ocasiones con sus vidas. Ha publicado 'Los muertos no hablan' (Aguilar, 2002; Otramérica, 2012), 'La guerra no es un relámpago' (Icono, 2016) e 'Indios, negros y otros indeseables' (Milrazones, 2015). A los ocho títulos que ha firmado hasta el momento se suma ahora otro: 'El Porvernir nace de la Herida', así, con mayúsculas intencionadas. El libro reivindica dos ideas claves: las víctimas de conflictos han de asumir que vivirán con una herida que no cicatrizará nunca y que la salida está en lo común, no hay alternativa individualista. Para ello ofrece seis testimonios, otros tantos perfiles de quienes aceptan la herida y siguen viviendo con ella en lo colectivo.

La obra se encuentra ya a la venta y será presentado el 9 de febrero en la librería de La Vorágine, en Santander.

Me tiene intrigado el subtítulo del libro: 'Víctimas indisciplinadas en la guerra de Colombia'. ¿Qué es una víctima indisciplinada?

El libro pone en cuestión la construcción de la víctima en los conflictos armados, una construcción de la narrativa oficial y la narrativa de organizaciones no gubernamentales como ONU y demás. Hay una idea de víctima que es la 'víctima disciplinada' que responde al imaginario de víctima que se ha construido.

¿Podría describir ese perfil de víctima disciplinada y en cierto modo 'ideal'?

En primer lugar, es una víctima derrotada. Y eso se podría extrapolar a España perfectamente. Los familiares de las víctimas de las ejecuciones extrajudiciales en España, por ejemplo, cuando hablan no pueden mostrarse heroicos, no pueden mostrarse orgullosos de la historia de su familiar: se muestran siempre llorosas, compungidas, haciendo una petición de ayuda permanente, incluso económica. Es la monetarización del dolor.

¿Indisciplinarse, entonces, cómo se hace?

El libro retrata a víctimas en Colombia que rompen ese disciplinamiento. En realidad, son familiares de víctimas de desaparición forzada. Son seis historias de vida, durísimas, con historias de exilio, de persecución, de problemas de salud mental, problemas de todo tipo. Pero, sin embargo, todas defienden la historia de sus familiares, de la madre que era guerrillera o del padre que era un activista político de la izquierda; y, además, han decidido seguir trabajando por el porvenir, de ahí el título, desde su herida. Entienden que la herida no es curable, no es cicatrizable.

En España se utiliza mucho la palabra cicatriz en materia de Memoria Histórica, por ejemplo...

El discurso oficial dice que hay que dejar pasar las cosas o cicatrizar la herida, pero quien tiene una herida de verdad no la puede cicatrizar. No se puede cicatrizar que hayan secuestrado y torturado a su madre. Tienen que vivir con ello. El libro da cuenta de seis casos de quienes asumen que van a vivir con su herida pero que, además, van a dedicarse a lo común, a construir futuro sembrando en la ecología, en el feminismo, en la cultura, en lo que sea, pero no quedarse encerrado en la individualidad. Y eso también es indisciplinado.

¿Lo individual como sinónimo de patología?

A la víctima se la dice: “Ve al psiquiatra, ve al psicólogo, medícate, soluciona tu problema individualmente”. Las soluciones individuales te abocan a una soledad terrorífica, porque nadie te va a entender, o a una patologización del dolor. Pero no es una enfermedad, es una herida.

Eso es aplicable a todas las culturas, me imagino.

A todas. En el caso de España, se ha individualizado el dolor cuando se trata de heridas colectivas.

La individualización de los contextos sociales es un planteamiento muy de sociedad opulenta.

Es capitalista. Cuando hay una guerra como la que hubo en España, hay heridas individuales que forman parte de la colectiva, no las puedes entender sueltas y lo que han intentado es una victimización que entraña para la víctima unas obligaciones. Ese es el disciplinamiento.

¿Cómo cuestiona el libro la figura de la víctima disciplinada?

En el libro pongo bastantes ejemplos de cómo las experiencias colectivas terapéuticas, por llamarlas de alguna manera, no médicas, han sido más exitosas que las experiencias individualizadas. Otra idea que planteo es que ese discurso de que la víctima está en el centro, que aquí también se ha manejado, saca al victimario [quien inflige un daño o perjuicio a otra persona] de la ecuación. Aquí también ha pasado con la Ley de Memoria Histórica: la víctima está en el centro, pero no hablamos del victimario, no hablamos de la Ley de Amnistía, no hablamos de los beneficiarios del trabajo esclavo, por ejemplo. No digo que la víctima no tenga que estar en el centro, pero eso es muy peligroso. En todo caso, en el centro ha de estar la víctima, no el discurso que se construye sobre ella.

Hábleme de los seis casos que retrata en el libro.

Hay mucho dolor en estos seis casos, pero también se narra cómo encuentran una salida en lo común, en la construcción del porvenir.

¿Colombia es como un laboratorio mundial del dolor y del tratamiento de las víctimas?

Colombia acumula una guerra desde hace 80 años y sigue. La victomología sigue cambiando. Alguna casuística del libro es muy interesante porque tiene que ver con lo contemporáneo, con el narcotráfico, con barrios marginales, no tiene que ver con la guerra formal de un ejército, de una guerrilla y demás. Colombia nos enseña mucho, porque se hace muchas preguntas, pero también nos enseña lo que no hay que hacer. En Colombia, Juan Manuel Santos, expresidente y Premio Nobel de Paz incomprensible, aprobó en 2011 una ley de víctimas que ha marcado radicalmente la idea institucional de víctima que hay en Colombia y que ha monetarizado el dolor: “Yo te pago tanto por tu muerto” o “yo te pago tanto por la tierra que perdiste”, pero no hay justicia, no hay verdad y solamente nos quedamos con la reparación económica.

¿Cuáles son los elementos, entonces, de la reparación?

Son verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición, que es el cuarto elemento que se incorpora.

¿Cómo se puede garantizar que no se repita?

Solamente si se cumplen las tres anteriores. Cuando la reparación solo es simbólica o económica, y no hay verdad y no hay justicia, es imposible que haya garantía de no repetición. Es necesaria la verdad y la verdad duele, la verdad es una herida y de hecho en este país [por España] somos incapaces de entenderlo.

Cuando la reparación solo es simbólica o económica, y no hay verdad y no hay justicia, es imposible que haya garantía de no repetición

¿En España se han dado todos esos condicionantes? ¿Puede repetirse un conflicto?

Sí, por supuesto. De hecho está ocurriendo en otras partes del mundo. Esto yo lo conectaría con los teóricos que dicen que la Segunda Guerra Mundial terminó con el nazismo. Eran unos locos a los que se mató o murieron y algunos teóricos llevan mucho tiempo diciendo que el fascismo clásico del siglo XX fue un laboratorio y lo que pasa es que ahora nos enfrentamos al olvido, la negación de la verdad y el infame aparato judicial que hay en Occidente.

¿Incluida España?

España es un ejemplo de un aparato judicial todavía dominado por el franquismo sociológico. Eso hace imposible un proceso de no repetición. Al revés, garantiza no la repetición, pero sí la reedición de otras maneras. Digamos que la narrativa oficial todo el tiempo es la del olvido y de lo que habla este libro es justo lo contrario: son historias de vida porque una de las cosas que reivindican las víctimas es: “No podemos congelarnos en la herida, tenemos que ver qué pasaba antes y qué ha pasado después, no podemos congelarnos”.

España es un ejemplo de un aparato judicial todavía dominado por el franquismo sociológico

¿Cómo se desmonta la narrativa institucional de la víctima?

Lo que nos plantean todo el tiempo medios de comunicación, universidades y la narrativa oficial es que si te olvidas puedes ser feliz. Es una cosa muy ligada a la idea de desarrollo y progreso de Occidente, una idea por la que tenemos que ir dejando atrás lo que no nos interesa, pero el agua pasada sigue ahí. Entonces las víctimas se convierten en una especie de molestia social que es lo que pasa en España. Cada vez que un familiar de una víctima de ejecución extrajudicial levanta la mano y pregunta por lo suyo molesta a la sociedad, porque es como un Pepito Grillo.

Entonces surgen víctimas que se rebelan contra el olvido...

Hay un patrón que se repite en Colombia y es la gestión de la familia después del hecho victimizante, después de la herida. Cuando son víctimas politizadas, la familia intenta tapar eso, pero esta gente dice: “No, mi mamá era guerrillera y fue su apuesta y cometió errores, pero quería cambiar el mundo, quería mejorar el mundo, yo la defiendo y lo digo sin ningún problema”. Es esa la defensa profunda de los derechos humanos, defender el respeto de los derechos humanos hasta para el peor enemigo.

¿Cómo ha de ser la reparación?

Se está imponiendo una idea que es la de Justicia Transicional, que dice que lo prioritario para una sociedad, entre pagar cárcel o la verdad, es lo segundo, porque la verdad nos permitiría cambiar temas estructurales.

¿Por ejemplo?

Por ejemplo que, a cambio de verdad, la pena de cárcel que tendría se reduce. En Colombia ahora mismo hay la Jurisdicción Especial de Paz, que lo que dice es que si has sido un actor armado o un empresario o civil cómplice y entregas una verdad comprobable que ayude, o bien a reparar a las víctimas, o bien que contribuya a cambios estructurales en el Estado, la pena de cárcel se reduce a un máximo de ocho años.

¿Eso lo ve aplicable a España?

En España hay un problema de origen y es que no reconocemos que hemos tenido un conflicto social político y armado. Consideramos que ha habido una amenaza de un grupo terrorista a un Estado, pero esto ha sido más complejo. Si lo admitiéramos, sería perfectamente plausible una Justicia Transicional que, a cambio de la verdad, posibilitara ayudar a la reparación. Lo importante no es la pena, lo importante es lo que tú aportes. Ello está acompañado de la asunción de responsabilidad frente a las víctimas, que es parte de la reparación, que tiene que ser simbólica y económica. Aquí no hemos hecho nada.

¿Quién corre con la parte económica?

Corre por cuenta del Estado y del victimario.

¿Cómo surge este libro y qué necesidad tiene?

Este libro surge porque yo llevo 26 años de trabajo en Colombia y hay una pregunta que siempre me he hecho y que no podía resolver, y es cómo pueden seguir viviendo.

¿Y cómo pueden seguir viviendo?

Mi hipótesis es que hay una apuesta por lo común muy fuerte, que es donde encuentran los apoyos que no pueden conseguir de manera individual. Eso coincidió con uno de los protagonistas del libro que un día me dijo que necesitaba contar su historia completa de una vez desde el día que nació para no volverla a contar más porque estaba cansado de ser víctima. A partir de ahí lo que busqué fueron seis casos que ejemplificaran diferentes tipos de heridas, aunque partía mucho de la idea de la desaparición forzada porque la desaparición forzada para mí es de los crímenes más atroces.

Uno de los protagonistas del libro un día me dijo que necesitaba contar su historia completa de una vez desde el día que nació para no volverla a contar más porque estaba cansado de ser víctima

¿Qué alcance tiene la desaparición forzada en Colombia?

Es realmente terrorífico. Hay que tener en cuenta que en Colombia, según el Estado, hay unas 120.000 víctimas de desaparición forzada y, según la Jurisdicción Especial de Paz, podrían llegar a ser 200.000, lo cual cuadriplica en el caso más optimista lo que pasó en Chile o en Argentina, y siguen desapareciendo. Entonces me parece un crimen muy simbólico, así que yo elegí casos de desaparición forzada.

¿Puede hacer una breve semblanza de cada uno?

Erik Arellana Bautista, cuya madre fue de los primeros casos de desaparición forzada de una guerrillera, reconocido internacionalmente. Este es un caso de finales de los años 80. Elegí a Juan Camilo Zuloaga porque es hijo de uno de los líderes guerrilleros más importantes de los años 70 de Colombia, Bernardo Zuluaga. A él le desapareció la madre y Juan Camilo Zuloaga vive en el exilio desde los 10 años de edad. También elegí a Diana Gómez, la hija de un sindicalista de izquierdas muy conocido porque fue desaparecido de una manera atroz, la manera más violenta que nadie puede imaginar. Diana Gómez es una de las principales autoridades del feminismo crítico de América Latina.

¿A quién más eligió?

Elegí a Luz Mary Panche, una lideresa indígena que es una fuerza de la humanidad. A ella le desaparecieron al padre de su hija. Quería tenerla en el libro por ofrecer una visión indígena, ya que para los indígenas no hay heridas: se sigue y punto. También está Sarita, que es su apodo porque no utiliza su nombre real y ni siquiera lo sé yo. Es una lideresa de uno de los barrios más duros de Bogotá. Sarita trabaja con niños de su barrio desde una posición anarquista, es decir, no recibe ayuda de nadie. Pertenece a un colectivo que hace circo con los chicos del barrio. Es impresionante. Ella sobrevivió a lo que se llama 'limpieza social' en Colombia, que es cuando los paramilitares deciden aplicar sus normas 'éticas' y a quienes no las cumpla lo matan. De hecho, en su barrio, hubo una oleada de desapariciones forzadas de jóvenes rockeros porque para los paramilitares eso era degenerado y fumaban marihuana y demás.

Queda la sexta...

También elegí a Enilda Jiménez, que es un caso paradigmático también porque su padre fue asesinado por los paramilitares, pero porque no quiso sumarse al proyecto paramilitar. Enilda trabaja en una de las fincas recuperadas de las que le robaron a su padre y trabaja en la ecología más popular que se pueda imaginar.

¿A qué se dedican ahora Juan Camilo y Erik?

Juan Camilo ha trabajado durante 30 años con personas mayores en Italia. Ahora está muy centrado en la búsqueda de la verdad del éxodo colombiano y Erik Arellana es un referente en la búsqueda de la verdad de los desaparecidos, pero fundamentalmente es un gran activista cultural en Colombia. Como se puede observar, todos tienen una historia muy dura detrás, pero todos tienen una historia de supervivencia a través de proyectos comunes. No hay ninguno que se haya encerrado en su casa.

Todos tenemos una herida, parece decir. ¿En qué puede afectar a quien nos lea eso?

Todos nacemos con una herida de origen, y todos y todas podríamos vivir mucho mejor si nos incardináramos en lo común y en lo social. Parte del problema de nuestra sociedad es que nos han convencido de que solos podemos vivir. Además de hacernos egoístas, nos hace daño. La gente tiene un nivel de insatisfacción absolutamente brutal con la vida. Y eso es una herida.

¿Libros como este contribuyen a un cambio, tienen alguna utilidad, si es que se puede utilizar este término?

Los libros son un vehículo muy extraño, porque son una herramienta totalmente individual y los autores no sabemos nunca los cambios que podemos producir. Yo me hice periodista porque quería cambiar el mundo. De eso hace ya mucho tiempo [sonríe], pero sí creo que los que tenemos la capacidad de contar tenemos la obligación de dejar testimonio en nuestra época.

¿Cómo ha sido la acogida del libro en Colombia?

En Colombia, este libro se presentó en diciembre y generó debate alrededor de la idea de víctima. Es un libro que es muy crítico con la Comisión de la Verdad, que terminó en junio. El principal efecto que este libro ya ha tenido es en las personas que han prestado testimonio. Es gente muy valiente y generosa. Yo creo que la valentía está sobrevalorada si no está acompañada de otros valores.

¿Tiene la sensación de que la sociedad avanza?

Yo soy terriblemente pesimista. Yo creo que la sociedad está cumpliendo un guion, que es el guion de un modelo occidental. Esta era una sociedad miserable, pobre e inculta que se dio de bruces con un imperio, pasó por todos los avatares de Europa y está en un punto de falso desarrollo, de desarrollo material con una pérdida absoluta de interés por lo intelectual, por lo ético, y al mismo tiempo anclada en lo atávico, en el pensamiento mágico de la religión y las sectas.

Vamos, el retrato es bastante sombrío... ¿No caben ya utopías?

En los años 70 había miles y miles personas que tenían el sueño de una sociedad diferente. Eso les hacía ser mejores. Ahora han conseguido que seamos gente muy amargada, muy egoísta, muy individualista, y en ese sentido es un retroceso absoluto y una cosa muy importante es que nos hemos quedado sin utopías y eso es un desastre absoluto porque vivimos en el presentismo y en la irresponsabilidad.