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Del consumo cultural y otras zarandajas

Visto desde arriba Brañosera parece un puñado de casas que hubiesen sido pintadas sobre el verde, espeso y primigenio, del monte. Pequeños hilitos de humo que salen de algunas chimeneas, penachos de niebla enganchados aquí y allá, quizá el alumbrar titilante de alguna luz que amanece poco a poco. Contemplado así el vecindario a uno le cuesta poco esfuerzo imaginar los osos que antaño recorrían esta braña y le daban nombre. 

Brañosera está situada en plena montaña palentina, muy cerquita de un límite que la separa de Cantabria y que, realmente, no se puede apreciar entre los árboles y las peñas. Al sur de Campoo de Suso, justo al otro lado de las montañas. Pueblo pequeño pero con historia: en el año 824 le fue concedida a la villa de Brannia Ossaria el primer fuero (o carta puebla, cada cual tiene su opinión) del que tenemos noticia. Fue entonces cuando un tal Conde Munio Núñez otorga a quienes fueran a poblar aquellos parajes una serie de privilegios, especialmente en materia fiscal, y delimita minuciosamente los linderos que debían de perimetrar un vecindario ya existente que se anhelaba creciera. Eran tiempos duros, de primeras repoblaciones, de pressuras, incertidumbres y peligros, y los gobernantes tenían que poner todo de su parte para que las bolsas de población cubriesen cada vez más espacio dentro un territorio en buena parte casi ignoto…

Para conmemorar esta efeméride (no todos los pueblos son los primeros de algo, y eso sin duda hay que recordarlo) cada año la pequeña Brañosera se engalana, el 13 de octubre (día de la concesión del fuero), y recibe, pintada de medievo alegre, a cuantos quieran visitarla. Y el caso es que ya no hay allí osos, o al menos no habrá tantos, pero los parajes, el paisaje, la memoria natural resultan ideales para sumergirnos en otro tiempo. Porque en Brañosera aun hay muchos vientos a los que mirar y no ver nada, absolutamente nada, que haya sido creado por la mano del hombre. Un paisaje que sonríe con el mismo gesto desde que la piedra es piedra y el verde es verde.

Pero no es solo la fiesta, con serlo. No, hay más. Desde hace tiempo, y gracias al atrevimiento desinteresado de un puñado de personas, de esas que piensan que la cultura bien merece un poco (o mucho) de trabajo y cientos de horas de esfuerzo, en Brañosera se celebran unas jornadas culturales que, tomando el Fuero como punto central pero no único, se vienen adentrando en aspectos tan variados como el constitucionalismo, las políticas de género, la evolución del idioma castellano o la historia medieval.

¿He comentado ya que Brañosera tiene censados 220 habitantes? Un lugar pequeño, muy pequeño. Pues bien, por allí han pasado ponentes de muchas universidades españolas, sí, pero también de Chile o Polonia, por poner dos ejemplos. 220 habitantes. Como podrán comprender todo eso no se puede hacer con dinero, porque dinero no hay, o no llega. Se hace, sí, con ilusión. Con tiempo robado a la familia, al propio descanso. Con una sonrisa preparada para todos los que te dicen “no” y otra, aun más grande, que te brota sincera cuando te dicen “sí”. Porque de esa forma se hace la cultura en este país que, a veces, parece no tener cultura.

Cada vez que voy a Brañosera, y van ya unos cuantos años, me paro a reflexionar sobre la queja perenne de muchos respecto a la cultura. Que no se puede hacer, que no hay espacio, que no hay fondos. Y, en realidad, lo que faltan, muchas veces, son las ganas. Muchas veces, no todas… Pero allí, entre las montañas, en este pequeño lugar donde el tiempo parece haberse detenido y siempre huele a bosque al amanecer, en un pueblo que te hace sentir diminuto por la inmensidad de lo que te rodea, eres consciente de la multitud de personas, la mayoría anónimas, que van conformando, paso a paso, bordada a bordada, una inmensa red cultural de la que los demás, golosos, nos podemos aprovechar. Y no saldrán en el periódico, mucho menos en las televisiones, no les verás en grandes fotografías estrechando manos ni cobrando enormes cheques de subvenciones con las que podrías construir, si tuvieras ganas, hasta un aeropuerto. No. Pero ahí están.

Haría bien el consumidor cultural, que muchas veces se traviste en consumista cultureta, en tener en cuenta esto. ¿Cultura? Claro que la hay, pero muchas veces está lejos de los fastos, de las inauguraciones, de los focos. Y no por eso es menos sutil, o menos profunda.

Visto desde arriba Brañosera parece un puñado de casas que hubiesen sido pintadas sobre el verde, espeso y primigenio, del monte. Pequeños hilitos de humo que salen de algunas chimeneas, penachos de niebla enganchados aquí y allá, quizá el alumbrar titilante de alguna luz que amanece poco a poco. Contemplado así el vecindario a uno le cuesta poco esfuerzo imaginar los osos que antaño recorrían esta braña y le daban nombre. 

Brañosera está situada en plena montaña palentina, muy cerquita de un límite que la separa de Cantabria y que, realmente, no se puede apreciar entre los árboles y las peñas. Al sur de Campoo de Suso, justo al otro lado de las montañas. Pueblo pequeño pero con historia: en el año 824 le fue concedida a la villa de Brannia Ossaria el primer fuero (o carta puebla, cada cual tiene su opinión) del que tenemos noticia. Fue entonces cuando un tal Conde Munio Núñez otorga a quienes fueran a poblar aquellos parajes una serie de privilegios, especialmente en materia fiscal, y delimita minuciosamente los linderos que debían de perimetrar un vecindario ya existente que se anhelaba creciera. Eran tiempos duros, de primeras repoblaciones, de pressuras, incertidumbres y peligros, y los gobernantes tenían que poner todo de su parte para que las bolsas de población cubriesen cada vez más espacio dentro un territorio en buena parte casi ignoto…