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Algo habrás hecho

He escuchado muchas veces eso del “algo habrá hecho”. Como si las bofetadas, agresiones, vejaciones y demás fueran cosa de algún tipo de mala suerte y no de que ella se haya emparejado con un animal. ¿Que cómo llega el primer golpe? Llega, sin más. Que me ha pegado. Que me ha pegado. Que me ha pegado. Sí, chica, te ha pegado. A ti. Ya, ya sé que es imposible. El caso es que te acaba de zurrar.

El primer golpe llega y con él una especie de estupefacción que te va a mantener caminando de puntillas sobre una cosa llamada incredulidad durante cierto tiempo. Piensas que no, que a ti no te educaron para eso. Que es algo que no te puede pasar. Y quieres salir por patas, pero vaya por dios, la cosa no es siempre así de sencilla. Quizá no tengas trabajo. O sí. Pero haces cuentas rápidas y no, no llega. Quizá haya por ahí un crío, o dos críos o tres. ¿Dónde te metes con tres críos? O qué sé yo, hasta es posible que -a pesar del susto ese que quema en el medio de la cara- le sigas queriendo.

Pero algo habrás hecho.

Eso te lo dirá el semblante de tu padre o el de tu mejor amiga o incluso el del médico que te atiende la herida mientras les cuentas qué es lo que le ha pasado a esa chica que es otra por mucho que seas tú misma. Porque hay crímenes perfectos que sólo podemos relatar una vez tiramos por tierra parte de lo que somos. Eso que hemos silabeado con la bocaza llena de a-mí-ja-más-me-va-a-pa-sar (rellene el lector con lo que considere adecuado en este momento de sonrojo que va del abre paréntesis, María, al cierra paréntesis, María). De eso que antes conocíamos como nuestra dignidad.

Que también te puede pasar a ti.

Ya sé que piensas que no es así. Lo es, hazme caso. Y, al igual que tú comentaste sobre ella que algo habría hecho, señalando bien ufana con tu barbilla en alto, otro, mejor otra, venga, que fastidia más, podría hacerlo acerca de ti. Jode, ¿verdad? Vaya si lo hace. No nos gusta que nos juzguen y nos relamemos cada vez que existe la ocasión de hacer de juez sin oposición de por medio.

Dice el informe 'Jóvenes y género. El estado de la cuestión', presentado por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, que el 30 por ciento de los hombres con edades comprendidas entre 12 (¿hombres?) y 24 años ordena en su cabeza la violencia ejercida sobre una mujer con ese “algo habrá hecho”. A este amago de personas de características fisiológicas masculinas tampoco le gusta que las mujeres gasten de lo suyo con muchos varones, pero defienden sus castillos de esperma con maneras de zote.

El pasado jueves tres niños más se quedaron huérfanos de madre. Tenía un nombre. Se llamaba Susana. Y 36 años, como yo. ¿Cuántas van ya? ¿Existe un índice que contabilice la pena? ¿Es un número de cadáveres? ¿Son las consecuencias derivadas? Ellos ya son huérfanos en general, pienso. Porque la palabra padre se les ha atragantado ahí en la garganta de por vida.

Vivimos en una sociedad machista, aunque no nos guste reconocerlo. Y es que algo habrá hecho. Vivimos en una sociedad violenta. Pero algo habrá hecho. Y contribuimos a que sea machista y violenta al no haber tenido el arrojo de acotar qué es ser machista y qué es ser violento.

Sigamos, pues, enterrando a madres muertas antes de tiempo. Porque qué coño. ¿La del jueves? ¿Susana? Fijo, algo habría hecho.

He escuchado muchas veces eso del “algo habrá hecho”. Como si las bofetadas, agresiones, vejaciones y demás fueran cosa de algún tipo de mala suerte y no de que ella se haya emparejado con un animal. ¿Que cómo llega el primer golpe? Llega, sin más. Que me ha pegado. Que me ha pegado. Que me ha pegado. Sí, chica, te ha pegado. A ti. Ya, ya sé que es imposible. El caso es que te acaba de zurrar.

El primer golpe llega y con él una especie de estupefacción que te va a mantener caminando de puntillas sobre una cosa llamada incredulidad durante cierto tiempo. Piensas que no, que a ti no te educaron para eso. Que es algo que no te puede pasar. Y quieres salir por patas, pero vaya por dios, la cosa no es siempre así de sencilla. Quizá no tengas trabajo. O sí. Pero haces cuentas rápidas y no, no llega. Quizá haya por ahí un crío, o dos críos o tres. ¿Dónde te metes con tres críos? O qué sé yo, hasta es posible que -a pesar del susto ese que quema en el medio de la cara- le sigas queriendo.