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In Fernández Díaz we trust
Aunque sólo sea por la típica conversación de funeral, estoy seguro de que en alguna ocasión habéis reflexionado sobre lo que somos y lo que nos espera después de la muerte.
- No somos nada.
Sin duda, mientras escuchabais a Thelonious Monk en el coche, muchos de vosotros os habéis preguntado si existe el más allá, si hay un paraíso escondido entre las nubes y/o si hay un omnipotente tipo preocupándose por nosotros.
Para cada una de estas cuestiones, el ser humano ha ido encontrando múltiples respuestas a lo largo de los siglos: no hay nada después del último latido de nuestro corazón; existe un cielo con un señor de barba blanca que vela por nuestro alma inmortal; vivimos en un ciclo de reencarnaciones que debemos superar para alcanzar el Nirvana; Maradona existe pero aún no se ha pronunciado; si morimos con un hacha danesa en la mano, habrá una silla esperándonos en los vastos salones del Valhalla; no conocemos lo que hay al otro lado; existe un jedi que está predestinado a restablecer el equilibrio en la Fuerza…
Iluminado.
Pues bien, todas esas respuestas (y muchas más) están equivocadas. Os lo puedo confirmar. Como ya le sucediera a San Pablo en el siglo I, esta semana yo he sido iluminado. Y no es que haya estado leyendo los manuscritos del Mar Muerto, el libro de Belén Esteban o el Necronomicón; no. Este viernes he escuchado las explicaciones que el ministro Jorge Fernández Díaz ha realizado en sede parlamentaria sobre su reunión con el imputado y ex vicepresidente de Bankia, del FMI y del Gobierno, Rodrigo Rato.
Algo más de 20 minutos que me han cambiado la vida. Ahora cada vez que pienso en nuestro ministro me vienen a la mente imágenes de un colosal y algodonoso cielo pavimentado de luz blanca.
Y, aunque nunca he estado en el Ministerio del Interior, puedo imaginármelo con facilidad. Seguro que cuando llegas a la puerta, un señor con unas llaves doradas te invita con amabilidad a entrar mientras un grupo de ángeles asexuados cantan el Aleluya de Haendel. Cada uno de tus pasos queda reflejado en un impoluto suelo de mármol, al tiempo que todos los presentes sonríen, beben ambrosía y tienen claro que es una barbaridad aprobar una ley que permita recalificar los terrenos que hayan sido incendiados.
Reunido.
Y en lo más alto de este hall celestial, un ministro observa el mundo y se preocupa por nosotros; por nuestros pecados. Y si tiene que reunirse con el imputado Rato, lo hace (aunque la Asociación Unificada de la Guardia Civil se lleve las manos al tricornio y toda la oposición pida su dimisión ipso facto). ¿Qué sabrán ellos?
Es así; absoluta y divina normalidad. Y nosotros, seres de carne y hueso, no llegamos a entenderlo bien y montamos en cólera; porque los caminos del Señor son inescrutables y están fuera de nuestra capacidad de entendimiento.
Por eso no le entendimos cuando argumentó que hay más de 400 tuits amenazantes (mensajes en Twitter) contra Rodrigo Rato (aunque Rato no tenga cuenta en Twitter) y que el imputado está preocupado por su seguridad. Dicho sea de paso, las fotos que se publicaron del ex presidente de Bankia veraneando en un yate y con bañador amarillo tampoco ayudan mucho a la verosimilitud de este argumento (por no hablar de las afirmaciones de la Asociación Unificada de la Guardia Civil mostrando su perplejidad porque no les consta ninguna denuncia).
Ante esto, ya casi parece lo de menos que el ex vicepresidente del Gobierno haya afirmado que fue al ministerio para hablar con Fernández Díaz “de todo lo que le está pasando” y de que, además, mantiene “contactos habituales” con otros dirigentes del PP para “trasmitirles” su “punto de vista” sobre su procesamiento.
No lo entendemos porque para nosotros lo normal sería que si un imputado fuese a hablar de su situación personal con el ministro del Interior se disparasen todas las alarmas, Montesquieu se levantase de su tumba a ritmo de una banda de heavy metal sueco y que, en este país, alguien asumiese de una vez la responsabilidad de sus actos.
Pero nosotros, pobres mortales, ¿qué sabremos de todas estas cosas?
Aunque sólo sea por la típica conversación de funeral, estoy seguro de que en alguna ocasión habéis reflexionado sobre lo que somos y lo que nos espera después de la muerte.
- No somos nada.