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Una locura bonita

Anoche me senté con las piernas cruzadas frente a una película preciosa, 'Los nombres del amor'. Se lo digo a mi mejor amigo, que detesto a las personas acomplejadas. Son peligrosas. Sobre todo son peligrosas para los cristalinos que no tenemos ningún problema con el regalo que nos devuelve el espejo. Digamos que pervierten lo bonito, lo mastican lento, qué digestiones pesadas las de los acomplejados, siempre ven el Almax encima de la mesa antes de haber cogido la cuchara para probar el plato. Y claro, se arrugan antes de tiempo.

La película, sí. Me enamoré de ella. Ella se llama Baya Benmahmoud y su personaje es una locura bonita, extrema. Una de esas bendiciones que se salen de lo común, que no se amolda a las normas, a las reglas que impone el entorno, que respira a un ritmo distinto y camina a saltos, como si a cada paso aspirase a rozar el cielo con las yemas de los dedos.

Es difícil no formar parte del montón. Benmahmoud es una mujer de ascendencia árabe que se enamora de un hombre de ascendencia judía. Y hasta aquí todo correcto, porque la película es de amor y es francesa y partir de esa premisa no supone emborronar la hoja al salirse de la línea de puntos.

El ¡oh! llega a la hora de abordar los tabúes, y la mezcla en la batidora de elementos corrosivos –racismo, pederastia, xenofobia, antisemitismo, etc.- se aleja de la úlcera de estómago de los acomplejados. Qué decir de una protagonista que se dedica a mantener relaciones sexuales con “fascistas” para reconvertirlos, ya que justo antes del orgasmo masculino, según dice, hay unos segundos en los que una activista sexual puede “colar” cualquier tipo de mensaje en el cerebro de un hombre. En fin, una joya.

Europa ha caído demasiadas veces en su propia trampa. Está vieja nuestra sociedad. A veces, cuando pienso en ese conjunto anciano de ciudades, en Europa, me viene a la cabeza una señora mayor en bata de andar por casa, con pelos en el bigote, bajita y mosqueada. No entiendo cómo podemos vivir tan acomplejados, con ese ardor de estómago que posiciona sus contradicciones en las caras de 700 millones de habitantes.

Hay fotos actuales, están ahí al lado esas imágenes, haciendo cola debajo de nuestras narices, que dejan un regusto amargo en la boca. Es un sabor que pertenece a nuestra memoria olfativa, mediaba el siglo XX y Europa se dedicaba a perpetrar masacres, y ya ven, las fotos, sí, personas hacinadas, vías de tren, verjas, alambradas, niños gaseados, madres desesperadas, el hambre, qué cosa el hambre, cómo traspasa las instantáneas, te dejan pegado en la silla el hambre y el miedo y la incomprensión.

Europa, la vieja desdentada, será juzgada. Por su incompetencia frente a los seres humanos. Una vez más.  Y mientras nuestra condición se vuelve marciana, yo seguiré soñando. Con las Bayas del mundo. Las valientes, despeinadas Bayas. Con todo aquello que sea diferente, porque será a lo que me agarre cuando aquí no quede más que el tufo miserable de esta sociedad armonizada, tan acomplejada frente a la imagen que le escupe el espejo de la tolerancia.

Anoche me senté con las piernas cruzadas frente a una película preciosa, 'Los nombres del amor'. Se lo digo a mi mejor amigo, que detesto a las personas acomplejadas. Son peligrosas. Sobre todo son peligrosas para los cristalinos que no tenemos ningún problema con el regalo que nos devuelve el espejo. Digamos que pervierten lo bonito, lo mastican lento, qué digestiones pesadas las de los acomplejados, siempre ven el Almax encima de la mesa antes de haber cogido la cuchara para probar el plato. Y claro, se arrugan antes de tiempo.

La película, sí. Me enamoré de ella. Ella se llama Baya Benmahmoud y su personaje es una locura bonita, extrema. Una de esas bendiciones que se salen de lo común, que no se amolda a las normas, a las reglas que impone el entorno, que respira a un ritmo distinto y camina a saltos, como si a cada paso aspirase a rozar el cielo con las yemas de los dedos.