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La madurez infantilizada

Me cuesta ser hooligan de casi nada y los pocos ídolos de barro que tenía (Saramago quizá, Monsiváis probablemente, la Comandanta Ramona o Galeano, por supuesto…) ya están muertos. Miro a mi alrededor y trato de engancharme a las aficiones más populares. ¿Correr (quiero decir, el running)? Ni de coña… Soy de los que piensan que uno solo corre cuando lo persiguen. ¿Los gadgets tecnológicos? Imposible, me gusta su utilidad pero no les veo sentido en sí mismos ni entiendo las instrucciones de uso traducidas del coreano. ¿La pijogastronomía? Ummm, me aburre tanta deconstrucción de la alubia y tanta espuma de marketing envuelta en concursos de talentos sin talento…

¿Entonces? Sigo mirando a mi alrededor y veo la pasión desbordada por Star Wars (eso este mes, ya veremos el siguiente). Recuerdo que con siete u ocho años tenía un R2D2 de plástico que duró poco entre los juguetes preferidos porque ni se rompía ni servía de mucho. Las galaxias siempre me parecieron un lugar hostil, aunque entiendo que a los niños les fascine (sería imposible ante el aluvión de publicidad). Lo que me parece más difícil de aceptar es que haya ejércitos de adultos discutiendo sobre el Episodio VII y sus cuitas. Tampoco entiendo que se disfracen de zombis para sentirse vivos ni que pidan a los Reyes Magos una espada de Jedi. Los adultos, digo.

Rasco más en esta sociedad tan extraña que habito y descubro que tipos de mi edad, con canas en lugares innombrables, se pasan las tardes de domingo jugando con la videoconsola o como demonios se llame ahora el aparatito; que hay clubs de Lego donde prejubilados logran orgasmos al construir la imagen de Dar Vader en tres dimensiones; que se organizan quedadas para hacer el Camino de Juego de Tronos en busca de una revelación definitiva…

No estoy en contra de la lúdica –de hecho, me encanta- pero me parece sospechosa esta fascinación por el escapismo, por vivir en mundos vacíos de realidad para sumergirse en una realidad simulada que infantiliza la madurez y que solo obliga a ser “adulto y responsable” en las tareas laborales. Para decirlo sin circunloquios: sé adulto para currar y ganar pasta e infantilízate para disfrutarla pero renunciando a ser Peter Pan, es decir: no sueñes con lo imposible, no anheles lo prohibido, no ames sin freno, no renuncies al sentido del ridículo, no-seas-como-quisieras-ser. También lo puedo expresar de forma pedante y aludir a Baudrillard y a su tesis de que es el Simulacro lo que atraviesa nuestras sociedades capitalistas del Norte en donde “se da el surgimiento de la hiperrealidad, la simulación, la confusión entre signo y sentido, siendo que el primero elimina al segundo”.

Huimos de nosotros mismos en el Halcón Milenario sin saber que al bajar de la nave seguiremos con las piernas hundidas en el fango de una realidad cada vez más insoportable. Escondidos ahí, en la madurez infantilizada, pensamos que podemos evitar el dolor o la lucidez… eso nos han hecho creer… ese es el placebo que nos ofrece el sistema de las injusticias. Yo, sin embargo, creo que se puede ser consciente y ser feliz, se puede ser empático con el dolor de los otros y bailar al tiempo en la fiesta del pueblo, se puede mirar al espejo de la esclavitud laboral y consumista y, al tiempo, se pueden buscar las brechas del sistema para reírse de uno mismo y de lo que le rodea. Y, buenas noticias, se puede hacer todo eso al mismo tiempo que se invoca a la princesa Leia. Nada está perdido.

Me cuesta ser hooligan de casi nada y los pocos ídolos de barro que tenía (Saramago quizá, Monsiváis probablemente, la Comandanta Ramona o Galeano, por supuesto…) ya están muertos. Miro a mi alrededor y trato de engancharme a las aficiones más populares. ¿Correr (quiero decir, el running)? Ni de coña… Soy de los que piensan que uno solo corre cuando lo persiguen. ¿Los gadgets tecnológicos? Imposible, me gusta su utilidad pero no les veo sentido en sí mismos ni entiendo las instrucciones de uso traducidas del coreano. ¿La pijogastronomía? Ummm, me aburre tanta deconstrucción de la alubia y tanta espuma de marketing envuelta en concursos de talentos sin talento…

¿Entonces? Sigo mirando a mi alrededor y veo la pasión desbordada por Star Wars (eso este mes, ya veremos el siguiente). Recuerdo que con siete u ocho años tenía un R2D2 de plástico que duró poco entre los juguetes preferidos porque ni se rompía ni servía de mucho. Las galaxias siempre me parecieron un lugar hostil, aunque entiendo que a los niños les fascine (sería imposible ante el aluvión de publicidad). Lo que me parece más difícil de aceptar es que haya ejércitos de adultos discutiendo sobre el Episodio VII y sus cuitas. Tampoco entiendo que se disfracen de zombis para sentirse vivos ni que pidan a los Reyes Magos una espada de Jedi. Los adultos, digo.