Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Plaza de la Esperanza
Siempre me han interesado las conversaciones ajenas pero ese hombre hablaba para todos los que estábamos ese día tomando algo en la Plaza de la Esperanza aunque, su mujer, mediante aspavientos le mandase callar porque estaba ruborizando a esa pareja de “simples” que agarraba a su hijo de la mano y se convertía en cómplice de las palabras de ese “animal” sin arma pero con potencial peligroso.
Sujetaba un whisky en la mano mientras esa pareja, a la que saludaba, se lamentaba de haber llegado tarde para solicitar las ayudas a la natalidad que, ese día, había presentado el Gobierno de Cantabria. El hijo que les acompañaba tendría unos seis o siete años, los suficientes como para entender lo que ese señor alcoholizado que avergonzaba a su mujer estaba contando. Pero aquello no les preocupó.
Aquel hombre, con pinta de la Brigada Político Social, se jactaba del vídeo que su hijo, guardia civil “desterrado” en Bilbao, le había enviado al móvil. Un vídeo en el que, según contaba a voces para toda la terraza, quemaba una ikurriña junto a otros compañeros de la Benemérita. Las carcajadas de su público animaron a ese personaje de la vida real, que Santiago Segura supo dibujar en Torrente, a rematar la historia. Estaba orgulloso de aquella imagen que, por supuesto, le hubiera encantado protagonizar a él, pero era un hombre de negocios y sus relaciones empresariales con el País Vasco le impedían quemar banderas.
El niño miraba perplejo y la pareja asentía. Nadie se escandalizó; nadie más le pidio que se callara, como si la discusión la hubiera empezado yo, rompiendo esa armonía de terraza, un viernes de sol y cerveza. Esperaba a una amiga que me había propuesto ir a ver el documental 'Syria Self Portrait'. Ossama Mohammed y Simav Bedirxan “acercan escenas de un genocidio que podía herir la sensibilidad de algunas personas”, decía el texto de presentación.
¿Cómo se puede cometer semejante barbaridad? Reflexionaba una señora en voz alta antes de que se encendieran las luces de la sala. Automáticamente pensé en el hombre de la plaza (Plaza de la Esperanza, casualidades de la vida), en la pareja de “simples” que reía las gracias de ese supuesto empresario y en el silencio cómplice de los que prefirieron seguir pegándole un trago a la cerveza.
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