Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Un refugio inhóspito
La hospitalidad es una de las más antiguas instituciones de la humanidad. Uno de tantos patrimonios colectivos antiguos, bellos y buenos, que parecemos dispuestas a aniquilar. Cargada de aporías, difícil por esencia, la actitud con lo extranjero es la forma territorializada de nuestra propia relación con lo diferente, con lo inesperado… con lo otro. Por ello, una actitud más o menos hospitalaria da cuenta de nuestra permeabilidad, de nuestra tolerancia y, en general, de nuestra capacidad para relacionarnos. Porque todo “tú”, afrontado con respeto a su singularidad, es siempre un otro.
Hace ahora 80 años que un gran contingente de españoles y españolas tuvo que abandonar el país —y diría “republicanos” si no fuera inexacto, porque el monstruo del fascismo adjudicaba ideología con irracional arbitrariedad—. Algunos fueron a Francia y, siempre con excepciones, los más lo pasaron de mal a muy mal, en una horquilla de dolor que va desde condiciones muy duras a los campos de concentración. Otros tuvieron más suerte, por ejemplo, quienes disfrutaron de la hospitalidad sudamericana. En México, supongo que en buen parte para facilitar una inserción mejor en la nueva realidad, uno de tantos, el pensador José Gaos, acuñó el término “Transtierro” para no emplear “destierro”, para amortiguar el dolor léxico y vital contenido en un término que implica sobre todo pérdida, y mitigar así la sensación de que se suspende la vida, condenada a un tránsito indeseado que no se sabe cuándo cesará.
Con su concepto, Gaos señalaba el sentimiento de haber encontrado cierta continuidad entre el país de asilo y aquel que se había dejado atrás. Difícil imaginar que, de entre los miles de rotundamente rechazados y vergonzosamente maltratados en Europa hoy, haya alguno o alguna que se sienta con fuerzas y ganas de inventar algo similar. Quisiera una soñar con que hay milagrosas excepciones, y adornar la realidad de, por ejemplo, nuestras vecinas de Torrelavega “Las Habibis” —del taller Habibis Hilo universal—, que llegadas de Siria entre otros países, y pese a haber sufrido todas las dificultades habidas y por haber, hoy forman, gracias al apoyo de Cantabria Actúa, un grupo de costura que vende sus preciosas piezas artesanales. Ojalá puedan sentir algo parecido a que la vida continúa, a que no es todo espera dramática y estado de excepción.
Gaos trataba de amortiguar el dolor —y la victimización— que produce la palabra “exilio”, similar al que producirá la palabra “refugio” en los y las (in)refugiadas, pues apunta a una realidad de todo menos hospitalaria. María Zambrano, quien dejara España caminando con Antonio Machado, hizo una distinción entre “exilio”, experiencia de desamparo forzoso en que ella se sentía, y “refugio”, en que la persona refugiada “se ve acogida más o menos amorosamente en un lugar donde se le hace hueco, que se le ofrece y aún concede y, en el más hiriente de los casos, donde se la tolera” (Los bienaventurados). Poco imaginaba, claro, cuán lejos quedarían la España y la Europa del siglo XXI de algo así, tan cercano a la hospitalidad, pese a disponer de un “Estatuto del refugiado” que parece haber sido creado para incumplirse. Como otra ilustre exiliada, Hannah Arendt, pese a considerar que los refugiados son la vanguardia de sus poblaciones, detestaba sentirse exiliada, abandonada, desamparada. Ese “andar fuera de sí sin patria ni casa”, “devorada por la historia”, ese “no ser nada”…
Y, sin embargo, prueba de fuerza y coraje, están las Zambrano, Gaos, Arendt… Están los Frederic Chopin, Víctor Hugo, Albert Einstein, Robert Capa, Bob Marley, Isabel Allende, Freddie Mercury, Dalai Lama, Steve Jobs, M.I.A.... Está hasta el mismísimo Jesucristo. Están aquellos y aquellas sin quienes la guerrilla artística “Made by refugee” (“Hecho por refugiado/a”) nos muestra que ni la Teoría de la relatividad ni la Bohemian Rapsody ni los iPhone serían posibles. Cuánto no existiría sin la riqueza aportada por las personas ‘refugiadas’ —por usar con triste retintín ese término vaciado de contenido real—, riqueza que desde luego va más allá de las grandes invenciones de la humanidad. Y para qué hablar si ampliamos la mirada y hablamos en general de las personas migrantes: migrar sí que es “emprender”, nada menos que una nueva vida. El país que gana es sin duda el de recepción; por eso, cuando se dice que las personas refugiadas y migrantes aportan riqueza, no se apunta sólo al PIB, por más que los y las migrantes, de quienes se estima que el 90% lo son por motivos económicos, aporten el 10% del PIB representando el 3,4% de la población, según datos del McKensey Global Institute.
Pero por culpa de los Gobiernos, de su inhumanidad, incompetencia y presentismo, y un poco también por nuestra propia aquiescencia, miles de personas mueren en tránsito, sufren a la llegada, y se mantienen en un limbo desesperante, tanto que llega a provocar suicidios en fronteras nada preparadas para alojar a seres humanos en situación de absoluta vulnerabilidad. Y, para colmo, tienen que soportar ser tratados como subhumanos: exiliados, en definitiva, de la propia vida, de la normalidad de valor incalculable que es poder disponer de un proyecto vital de futuro, de existir con dignidad.
El término de Gaos fue muy bien acogido en la comunidad exiliada, fue resignificado con el tiempo cobrando otros sentidos, y recientemente, en 2011, fue retomado por la asociación “Transterrados: ciudadanos españoles en México”, que extendió el 15M de la mano de nuevos migrantes, sobre todo económicos, de España en México que consideran a los y las republicanas un referente. Pero los refugiados y refugiadas actuales, las personas merecedoras de nuestra hospitalidad no son transterradas: poca o ninguna semejanza debe haber entre sus vidas cotidianas —antes de los hechos que forzaron el viaje— y la inhóspita realidad que les recibe en la pretendida patria de los Derechos humanos, en esta Europa inhospitalaria.
Dentro de 80 años, como los 80 que han pasado del exilio español, nos tocará preguntarnos por nuestro trato a los exiliados, a los (in)refugiados, a los (des)asilados, a los migrantes salvajemente maltratados en Europa, en España. Tendremos que preguntarnos por la gente que dejamos hacinarse en Grecia o morir en la Frontera Sur, por los niños desaparecidos por toda Europa, por los enfermos que murieron en un CIE o las familias completas que asistieron al flagrante incumplimiento de los gobiernos. Zambrano apuntaba al exilio como “un océano sin isla alguna a la vista, sin norte real, punto de llegada, meta”… no dejemos que sean estos los rasgos de nuestra maltrecha humanidad.
[El 20 de junio es el Día Mundial de las personas refugiadas. De 18 a 20 horas habrá un acto organizado por la sociedad civil en la Plaza del Ayuntamiento para demostrar que estamos de su parte].
La hospitalidad es una de las más antiguas instituciones de la humanidad. Uno de tantos patrimonios colectivos antiguos, bellos y buenos, que parecemos dispuestas a aniquilar. Cargada de aporías, difícil por esencia, la actitud con lo extranjero es la forma territorializada de nuestra propia relación con lo diferente, con lo inesperado… con lo otro. Por ello, una actitud más o menos hospitalaria da cuenta de nuestra permeabilidad, de nuestra tolerancia y, en general, de nuestra capacidad para relacionarnos. Porque todo “tú”, afrontado con respeto a su singularidad, es siempre un otro.
Hace ahora 80 años que un gran contingente de españoles y españolas tuvo que abandonar el país —y diría “republicanos” si no fuera inexacto, porque el monstruo del fascismo adjudicaba ideología con irracional arbitrariedad—. Algunos fueron a Francia y, siempre con excepciones, los más lo pasaron de mal a muy mal, en una horquilla de dolor que va desde condiciones muy duras a los campos de concentración. Otros tuvieron más suerte, por ejemplo, quienes disfrutaron de la hospitalidad sudamericana. En México, supongo que en buen parte para facilitar una inserción mejor en la nueva realidad, uno de tantos, el pensador José Gaos, acuñó el término “Transtierro” para no emplear “destierro”, para amortiguar el dolor léxico y vital contenido en un término que implica sobre todo pérdida, y mitigar así la sensación de que se suspende la vida, condenada a un tránsito indeseado que no se sabe cuándo cesará.