Visité Roma a los 22. Y, gracias a mi amiga Maite, conocí Ancona, capital de la región de Marcas. Territorio Erasmus y no precisamente por la voluminosa catedral de San Ciriaco o la Iglesia románica de Santa María de la Plaza.
Así llegamos a Ancona, no sin antes hacer escala en Termini y reservar noche en un albergue, junto a las vías del tren. Eran habitaciones de ocho o diez literas, y el único que no tenía cama propia era el dueño. Siempre el último en acostarse, ocupaba el colchón que quedaba libre ese día y cambiaba al siguiente. Un tipo peculiar.
Para Roma nos marcamos un itinerario aconsejados por el libreto de unos compañeros de instituto, conocedores de la ciudad. Resulta que ese grupo estuvo en Roma mucho antes, a los 17, en Primero de Bachillerato y en hotel. Podíamos habernos apuntado a ese viaje y no esperar a gorronear alojamiento y comida a Maite pero elegimos Antropología y ellos Religión. Ellos viajaron a Roma y nosotros tuvimos examen.
Cinco años después allí estábamos visitando la Capilla Sixtina, acostándonos de día en ese albergue de mala muerte que nos contagió a todos de un aroma muy particular. La segunda noche se alargó pero cumplimos y madrugamos para estar, a primera hora, en la Plaza de San Pedro y entrar a la basílica sin recibir codazos.
Y no, ninguno sentimos esa amenaza contra la religión, ajenos a la persecución que sufre la Iglesia, como hemos recogido los medios de comunicación de las declaraciones del obispo de Santander, Manuel Sánchez Monge. Al parecer “existe una corriente del laicismo que pretende erradicar de la vida pública a la Iglesia”.
Ahora entiendo por qué la Guardia Suiza se hace cargo de la seguridad, no vaya a ser que los presagios del obispo se cumplan. Si no, ¿por qué lo forman más de cien oficiales, si el censo de la única teocracia de Europa no supera los 900 habitantes? Para no arriesgar, la policía italiana custodia la plaza con la Guardia Suiza y los servicios vaticanos. Que los activos de la Santa Sede asciendan a 2.640 millones de euros y que la riqueza patrimonial del Gobierno del “austericidio” sea incalculable no tienen nada que ver, ahora que el Papa quiere una Iglesia pobre para los pobres.
La Antropología no nos llevó a Roma. Como si de una oferta del touroperador de turno se tratara, sabíamos que cursar la asignatura de Religión tenía premio y algunos estudiantes –lo de la fe importaba poco- se fueron de excursión.
Sin embargo, hace años que a la Iglesia le ha salido un competidor: las compañías de bajo coste que, con disponibilidad de fechas, -y a los estudiantes días les sobran- te permiten viajar a cualquier capital europea por dos duros.
Monseñor y sus acólitos han entendido que, en esto de la oferta y la demanda, uno no debe quedarse atrás, que la “clientela” no siempre es fiel y te puede abandonar. Y, como la Iglesia Católica nunca ha practicado la cultura del miedo que, al parecer, es la que le funciona a la comunidad musulmana para ganarse el respeto de la “corriente laicista” –Sánchez Monge dixit– aprueban una reforma educativa que al lobby religioso le ha hecho remontar y ya no está en números rojos.
La “superoferta Wert-Serna” dice así: “Matricúlese en Religión y le garantizamos, no un aprobado, sino un nueve de media para dar un empujón a su expediente. La Religión es, ahora, una asignatura evaluable”.
El caramelo ya no es Roma sino el expediente académico. Y, de ese expediente –a veces es cuestión de décimas– depende mucho más que un viaje. Depende el acceso a la Universidad pública que establece una nota de corte.
Esa campaña de marketing encubierto ha disparado las matriculaciones. De 1.000 a 2.000 en Cantabria. Se ha duplicado el número de alumnos que cursa Religión.
Un acto de fe y de respeto ejemplar.
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