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Violencias consentidas

Última manifestación por el 8M en Santander.

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Cada paso que damos social y políticamente en la garantía de libertades y derechos para las mujeres, cada avance hacia una sociedad igualitaria y justa con todas, se intenta destruir de inmediato a base de denostar, difamar y, cómo no, manipular. 

El derecho al voto femenino, al divorcio, al aborto… todos estos grandes logros en igualdad fueron sometidos, cada uno en su particular contexto, a duros ataques políticos y mediáticos. 

Y la historia se repite con la tramitación de la ley “trans LGTBI” y con la “ley del solo sí es sí”. El feminismo ya está curtido en estos latigazos del poder heteropatriarcal, máxime cuando estamos en año electoral, como explica perfectamente Patricia Manrique

Estos son los avances políticos y sociales en materia de igualdad que necesitamos para sentar las bases de un nuevo sistema organizativo económico y social justo e igualitario. 

Pequeños grandes pasos para seguir ampliando derechos, para dejar de normalizar una cultura machista tan arraigada que hace que el 20% de los españoles defienda que no debería ser considerado como delito una relación sexual no consentida con la pareja

Identificar las muchas violencias que aun siguen presentes en nuestros esquemas afectivos, en nuestras relaciones sociales y laborales, sigue siendo un arduo camino al que nos quieren hacer renunciar. Porque denunciarlas y nombrarlas es el primer paso para erradicarlas, para conseguir su fin mediante cambios legislativos de calado que frenen la impunidad con que, hasta ahora, se vienen perpetrando. 

Centrar el foco y generar alarma social en torno a una de ellas como está haciendo casi todo el arco parlamentario con la inestimable ayuda de los medios de (des)información, queriendo poner nuevamente el foco en la violencia física ejercida versus la resistida para determinar el consentimiento, es querer perpetuar un relato en el que los agresores sexuales son excepciones en la sociedad, con el fin de no cuestionar las bases de una estructura social que, muy al contrario, lleva implícita estas violencias en su dinámica de funcionamiento. 

Bienvenidas a la cultura de la violación. Bienvenidas a la microfísica sexista del poder. A una maquinaria bien engrasada que, cada vez que el feminismo avanza, pone en marcha la apisonadora política y mediática para aplastarlo y recordar a las mujeres, y a otras disidencias, cuál es su sitio en esta sociedad. 

¿Qué cuál sería ese sitio? Ya no es cuestión de que sea en casa. Lo que está claro es que nunca será cerca o dentro de los organismos y centros de poder, desde donde revertir este sistema capitalista heteropatriarcal. 

A aquellas que hemos osado y osamos salir de ella, nos espera la precariedad, la brecha salarial, el peso de los cuidados y la falta de conciliación, cuando no la sobrada condescendencia machista entre nuestros familiares y colegas hombres. 

Y muchas me diréis: “¡Qué exagerada! Las cosas han cambiado mucho en ese sentido, mira quién preside el Banco Santander”, un respuesta típica de machos y machas alfa de Cantabria, sacando pecho de la cosecha local. 

De nuevo, la microfísica sexista del poder enciende la apisonadora para vaciar de significado la lucha feminista popularizando excepciones, si tenemos en cuenta que la presencia de mujeres en la presidencia de empresas es casi anecdótica (no llega al 6%), según datos de 2021 del INE.

Ejemplos que en absoluto lo son, pues no todas las mujeres rechazan el modelo capitalista heteropatriarcal. Si Ana Patricia Botín se considera feminista, es su opinión personal porque hoy está muy de moda serlo entre las mujeres de la derecha, pero desde luego sus actos y desempeño profesional demuestran todo lo contrario al movimiento feminista.

Por eso, la infografía de la última Encuesta de Población Activa habla por sí misma, en Cantabria como en el resto de territorios. Y si hablamos de paro de larga duración, de las más 20.287 paradas en Cantabria contabilizadas en enero de este año, más del 40% ha superado un año continuado en desempleo pero es que, del total de desempleados de larga duración en la región, las mujeres son el 63%. 

La precariedad económica y laboral que sufre una mayoría de mujeres, muchas trabajando en economía sumergida, ya sea en el sector de los cuidados, de servicios o en el campo, es una violencia mucho más sangrante que seguimos normalizando. 

Pasa también en el ámbito rural, en el que muchas mujeres trabajan en las ganaderías de familiares o cónyuges, una responsabilidad que suman a la de la limpieza del hogar, los cuidados y educación de hijos e hijas. Claro que hay cada vez más mujeres ganaderas y agricultoras, pero siguen siendo minoría y no digamos aquellas que han tenido la posibilidad de afrontar esa posibilidad desde una perspectiva ecofeminista. 

Pero los roles de género y estereotipos heteropatriarcales siguen muy arraigados y generan mucha violencia: laboral, afectiva, física, institucional, y es sobre esto sobre lo que tenemos que hablar y seguir avanzando como sociedad. 

Los medios ponen el grito en el cielo ante el intento de Vox de introducir el llamado “protocolo del latido”, pero poco se habla de la reducción en partidas presupuestarias para mujeres o colectivos migrantes y gitanos que ya han logrado, tanto en Castilla y León, como en Santander. Y así, en la capital cántabra la alcaldesa, Gema Igual, otra que también se define feminista, en 2021 aceptó reducir las partidas municipales ligadas a la lucha contra la violencia de género y otras en materia de Igualdad, con tal de asegurarse la abstención de Vox. Presupuestos que, a día de hoy, siguen vigentes al haberse prorrogado. 

Podría seguir enumerando violencias normalizadas a las que seguimos haciendo frente, como la falta total de protección social que sufren muchas mujeres en situación de vulnerabilidad, la invisibilización sangrante de la situación de las mujeres en las cárceles, la estigmatización y falta de recursos de las trabajadores sexuales, la desidia en la lucha contra la trata con fines de explotación sexual. 

Violencias que con frecuencia, sobre todo en el caso de mujeres migrantes, se entrelazan en la espiral de burocracia y precariedad a la que se ven abocadas mayoritariamente. 

Se acerca el 8M y seguimos teniendo demasiados motivos para salir a manifestarmos. Para seguir exigiendo el fin de un sistema que nos oprime y relega a ser ciudadanas de segunda (en el mejor de los casos). 

No perdamos el foco entre tanto ruido y tengamos claro que, hasta que no pongamos fin a esta microfísica sexista del poder tan brillantemente expuesta por Nerea Barjola en su libro, queda mucho por hacer… y muchos ataques por recibir y resistir. 

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