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Entrevista
Enrique Echeburúa, catedrático de Psicología Clínica

“La adicción de los jóvenes a las redes sociales es una epidemia silenciosa que no genera rechazo social”

El catedrático de Psicología Clínica Enrique Echeburúa.

Rubén Alonso

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Enrique Echeburúa (San Sebastián, 1951), catedrático de Psicología Clínica de la Universidad del País Vasco, reflexiona sobre la adicción de los jóvenes a las redes sociales. Para él se trata de una “epidemia silenciosa que no genera rechazo social”, como sí lo hace el consumo de alcohol u otras drogas. Sobre esta temática ofrecerá este miércoles a las 19.00 horas una conferencia en el Centro Cultural Quijano de Piélagos en el marco de los Cursos de Verano de la Universidad de Cantabria. “Debemos hacer una labor integrada como padres, como educadores y como sociedad en general”, defiende este especialista para abordar esta problemática.

Unicef cataloga la adicción a internet de los jóvenes como un problema de salud pública, ¿comparte el diagnóstico?

Sí, la adicción a las redes sociales es un problema de salud pública en el sentido de que afecta a un grupo de población importante que puede ser del orden del dos al tres por ciento de personas que son propiamente adictas y un 15% adicional que pueden hacer un mal uso de las redes sociales. Claro, con estas cifras nos encontramos con una especie de problema de salud pública porque afecta a un sector muy importante de la población, y además una población tan vulnerable como puede ser la población adolescente. Con la característica respecto a otro tipo de epidemias de que se trata de una epidemia silenciosa que no genera un rechazo social como el consumo de alcohol u otras drogas, como el hachís, la cocaína, etcétera. Aquí se ha introducido realmente lentamente, puesto que, en definitiva, todos los adultos, tienen contacto con internet, con las redes sociales, con los teléfonos inteligentes... con lo cual se ha normalizado hasta cierto punto ese tipo de conducta, y muchas veces puede parecer que se trata de exageraciones de los demás.

¿Qué diferencia hay entre adicción y mal uso?

Lo primero que hay que hacer es una clasificación que va desde el uso hasta la adicción. Hay que tener en cuenta que a partir de los 12, 13 o 14 años, todas las personas utilizan internet y las redes sociales. La mayor parte de ellas hacen un uso adecuado de las redes sociales, es decir, utilizan la red al servicio de las necesidades, de las aficiones y de los intereses que una persona tiene. Las redes no son buenas o malas en sí mismas. Lo que lo hace malo o bueno es el uso que una persona pueda hacer de ellas. Sí es verdad que los teléfonos inteligentes son instrumentos muy poderosos porque ofrecen unas posibilidades de interacción muy amplias y, por tanto, hay que ser precavido para que una persona no haga un uso inadecuado. El uso inadecuado se produce cuando una persona atraviesa una especie de línea roja que se caracteriza por emplear un largo tiempo de dedicación a las redes sociales. Y también hay que ver el aspecto cualitativo de qué se hace con ellas, como recurrir a contenido sexual o emplearlas para acosar, suplantar identidad o verter odio o insultos.

No tiene sentido regalar un teléfono inteligente a un niño en la primera comunión, a los nueve años.

¿Y cuándo se produce la adicción?

Hablamos de de adicción cuando la persona ya pierde su capacidad de control y utiliza las redes en momentos inadecuados o a destiempo, por ejemplo, cuando tiene que estar haciendo los deberes, atento en clase o en una conversación presencial con sus amigos. También cuando una persona se encuentra especialmente irritable en lugares donde no hay cobertura o cuando ha perdido o se le ha olvidado el móvil y abandona todo lo que tiene que hacer para intentar resolver ese problema. Es un nivel de irritación y una frustración que va más allá de lo razonable. Y finalmente también hablamos de adicción cuando la persona abandona sus aficiones anteriores. Se mete en la habitación para estar conectado a la red social, no sale con sus amigos o deja de hacer deporte. Incluso cuando no está conectado a la red porque es materialmente imposible, pero sus pensamientos están pendientes de ella y le preocupa qué se estará perdiendo.

¿Qué perfil de jóvenes diría que son los más susceptibles de engancharse?

En principio la adicción puede afectar a cualquier persona, pero existen personas más vulnerables, y la adolescencia es un periodo de mayor vulnerabilidad porque la persona todavía está en formación. ¿Quiénes son los más susceptibles? Aquellas personas que son especialmente impulsivas y tienen poca capacidad de autocontrol, y las que tienen una autoestima baja, bien porque tienen un concepto pobre de sí mismo o bien porque tienen unas relaciones sociales pobres. Se dan cuenta de que no tienen el nivel de popularidad entre sus amigos y en las redes se sienten muy potentes, puesto que ahí no tienen una retroalimentación inmediata presencial de lo que está ocurriendo. Incluso pueden inventarse cosas, por ejemplo, fingir su edad, las características que tienen o a lo que se dedican. También son más vulnerables quienes tienen unos recursos psicológicos más pobres para hacer frente a las frustraciones de la vida cotidiana, no saben cómo manejarlas y abusan de las redes sociales para tratar de compensar esos niveles de malestar. Otro factor de riesgo o de predisposición es encontrarse con personas que tienen una carencia o pérdida de afecto porque tienen una cohesión familiar débil y no tienen amigos en la vida real. Son personas solitarias y se sienten fascinadas por esa posibilidad que ofrece Facebook de crear amigos. Fíjate la perversión del término crear amigos, cuando en realidad de lo que se trata es de crear contactos, que no es lo mismo. O en el caso de Twitter, con el número de seguidores que una persona tiene o los likes que consigue en sus mensajes. Esto le da una sensación de popularidad, pero a lo mejor se da la paradoja de que una persona puede tener 300 seguidores en Twitter o 400 amigos en Facebook, pero no tiene con quién salir el fin de semana.

Hablando de esa etapa de la adolescencia, que es de formación y desarrollo, conozco gente que trabaja en el mundo de la educación con menores que me suele decir que cada vez les cuesta más relacionarse entre ellos, abrirse a hacer nuevas amistades e incluso jugar a algo que no tenga una pantalla. ¿Cree que este tipo de adicciones o ese mal uso de internet está perjudicando la capacidad de los adolescentes de desarrollarse y tener relaciones cara a cara?

Sin duda, porque las relaciones cara a cara o presenciales son más complejas. La expresión de personas es muy gráfica y por mucho que las redes sociales hayan intentado crear imágenes que reflejan expresiones, por ejemplo los emoticonos, nunca pueden conseguir lo que supone una mirada cara a cara, un abrazo, un beso, una sonrisa etc. Lo ideal es hacer compatibles ambas cosas. Si uno utiliza las redes sociales como sustitutivo de las relaciones presenciales, y especialmente en la adolescencia, empobrece su relación social, porque muchos de los amigos que luego tenemos en la vida adulta los hemos hecho en la adolescencia. Además, los rasgos de timidez, que a veces tienen incluso su cierto encanto y que una persona va aprendiendo a superarlos, no se dan en las redes sociales a través de una pantalla. La decisión que tomó hace unos años el Ministerio de Educación francés de impedir que los niños y adolescentes introdujeran los móviles en el colegio respondió a ese motivo, para que el mundo virtual no impidiese la interacción social que es tan útil en el ámbito de la educación.

Para terminar, ¿quién cree usted que debe poner límite a niños y adolescentes en el uso de Internet, familias, centro educativo o labor coordinada?

En tu pregunta está la respuesta. Debemos hacer una labor integrada como padres, como educadores y como sociedad en general. Hay padres que abusan de las redes sociales y de Internet delante de sus hijos, por ejemplo durante las comidas, que deben ser un momento de interacción familiar. También deben controlar qué es lo que está haciendo su hijo cuando tiene el móvil y no dárselo como videojuego o entretenimiento para calmar una rabieta, para que les dejen en paz o para que no interrumpan una conversación entre mayores. Y deben controlar la edad a la que pueden acceder a los teléfonos inteligentes. No tiene sentido regalárselo en la primera comunión, a los nueve años. Es una máquina extraordinariamente potente para un menor que no tiene una capacidad para poder controlar el riesgo que eso supone, puesto que si bien es verdad que sirve para comunicar, para hablar con sus padres, para enviarles un mensaje, para comunicarse, incluso con sus compañeros de clase, también sirve para acceder a la pornografía, a la violencia y para poder ser víctima o perpetrador de acoso.

¿Cuál sería la edad recomendable?

La edad recomendable es por lo menos entre los 12 o 14 años porque empiezan a tener ya su mundo interior que va más allá de la familia y empiezan a relacionarse con sus amigos. Aún así hay que tener cuidado con los posibles riesgos y vigilar siempre lo que hacen. Los educadores deben tener también un criterio, restringiendo los teléfonos inteligentes en todo lo que sean actividades al aire libre y deportivas. Lo que se trata es de ofertar una variedad de actividades para que puedan interactuar socialmente y buscar una gratificación en cosas distintas de la pantalla, sin que con eso haya que demonizar las pantallas. Y todo este mensaje debe ir calando en la sociedad. El problema que tienen muchos padres es que te dicen: “Si yo a mi hijo no le compro un teléfono inteligente, resulta que mi hijo me dice que es un 'pringao', que es el único de su grupo que no lo tiene”. Así se está presionando a los padres para que su hijo no sea diferente de los demás. Lo ideal es que los padres se pongan de acuerdo en establecer unos límites de edad y una estrategia común, y ahí tiene que ayudar mucho la sociedad señalando cuáles son las ventajas e inconvenientes de estos teléfonos. Este es un problema que va más allá de un padre en concreto que ve que su hijo abusa en exceso de esto o que está experimentando un ciberacoso por parte de alguien. Por eso tendríamos que utilizar a nivel preventivo una estrategia global.

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