Hay días en los que los habitantes de los jardines se rebelan. El régimen del parterre decae ante la fuerza rebelde de la maleza; caminos y fuentes pierden su rigidez y el agua supera las barreras que el hombre ha dispuesto. Son pocos días, pero acontecen…
Parece extraño pensar que una feria del libro, como Felisa, sea un jardín. Más insospechado es imaginar la Plaza Porticada de Santander, rígida arquitectura pétrea de imperios venidos a menos, como una rosaleda o como la inmensa y despintada maceta de hortensias de mi abuela. Parece extraño, pero es posible que la imaginación nos lleve hasta ahí. Para eso hacen falta ingredientes básicos cargados de potencialidad: una Adela Sainz hilando la conexión humana de quien todo el mundo habla –José Hierro- aunque ya pocos puedan recordarlo; quizá un Lorenzo Oliván develando zonas de su escritura que analizan con el cariño reverencial del que estudia antes de dar pasos en falso la obra del gran poeta al que Felisa 2022 homenajea casi cada día; sin duda, al desordenado jardín imaginado le viene muy bien una treintena de niños y niñas convertidos en manufactureros de artefactos con los que marcar las páginas que dejarán huella en su espíritu; imprescindible es la terra preta con la que once mujeres diversas, múltiples y necesarias multiplican la fertilidad de sus textos en los que muestran los Feminismos de cercanía que las construyen y deconstruyen al tiempo.
La maleza que desordena el espacio y los horarios ferroviarios fluye entre el público de la 41 Feria del Libro de Santander y de Cantabria. Y una mujer, desde la platea de sillas no atornilladas confiesa estar emocionada. Otra se queja de tal presentadora que se ha extendido demasiado en los prolegómenos y ha atrasado el momento del éxtasis. Un lector que carga en una mano con su bolsa de papel y en la otra con lo que está destinado a no encontrar descanso cuenta cómo ha encontrado el libro inesperado. Una niña espera conteniendo la emoción a que su madre termine una conversación innecesaria para correr a comprar el libro que le ha quitado el sueño desde hace un par de días. Dos amigas confiesan que en este jardín se sienten tan cómodas que no hay día que no vengan a observar qué se ha desordenado, quién es el antijardinero destinado a agitar las convenciones.
De hecho, si miramos bien, podemos ver el Café Literario de Felisa completamente desordenado. Las sillas se han rebelado frente al orden de las mesas y ha tomado su propio rumbo para acoger al medio centenar de personas que, de la mano de Fernando Gómez Aguilera, entra al universo de José Saramago para salir, como no podía ser de otra forma, impelidas a la reflexión ética que las movilice. “Para ser grande, / sé entero: nada / tuyo exagera o excluye. / Sé todo en cada cosa, Pon cuanto eres / en lo mínimo que hagas. /Así en cada lago la luna toda / brilla, porque alta vive”. La voz de Ricardo Reis trae al jardín descontrolado a Fernando Pessoa. Junto a él, se sienta ya cansado José Saramago, pero ambos, podría recordarnos Gómez Aguilera, nos advierten del peligro de seguir regando las matas de un parterre destinado a secano.
Para habitar el desacato de las convenciones o para reivindicar la fuerza indómita de los versos, de algunas novelas, de aquellos cómics, de estos ensayos de pensamiento enredadera, sólo falta un ingrediente: la música preñada de palabras hermosas y rebeldes. Y eso le correspondió ayer en Felisa 2022 a Gema Martínez y Nicolás Rodríguez. No engañan: se hacen denominar La Mala Hierba-. No decepcionan. No ordenan. Con la caricia de esa propuesta se cierra un nuevo día en el que devenir maleza o en el que haber abrazado a los iguales o en el que constatar que 11 voces pueden ser una voz múltiple o en el que recordar que un Poeta como Hierro puede no morir nunca.
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