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Wadia, la activista a la que insultaron por llevar hiyab y ganó en los tribunales: “Están acostumbrados a la impunidad y lo que hay que hacer es denunciar”

Wadia junto a su abogado, Mario García-Oliva, el día del juicio.

Blanca Sáinz

8 de agosto de 2021 21:37 h

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Santander, pleno verano de 2019. Wadia N Duhni pasea con su sobrino mientras este canturrea feliz. Las miradas de complicidad entre el niño, su tía y los viandantes se vuelven habituales en un camino que se dirige a El Sardinero. El tiempo transcurre y el día mejora por momentos... Hasta que aparece ella: una mujer de 71 años de Santander que se aproxima a Wadia para increparla. “Menos mal que es un niño, porque si hubiese sido una niña ya le habrías puesto el pañuelo de mierda ese que llevas”, le increpa. Wadia, que es musulmana, española de nacimiento y siria de ascendencia, no da crédito a la situación mientras la mujer continúa acosándola: “Moros de mierda, os podíais ir a vuestro país”.

La casualidad hizo que unas semanas antes Wadia sufriese un episodio parecido en su lugar de trabajo -es farmacéutica-, y a pesar de no callarse, se prometió a sí misma que no volvería a tolerar una degradación más sin pasar por los juzgados. “El perfil es siempre el mismo: el de votantes de Vox que te dan el argumento de que las mujeres nos estamos dejando pisotear por ponernos el hiyab. Tiene gracia que ellos intenten convencerte de que lo hacen por luchar por tus derechos... Antes de que la ultraderecha apareciese había más cinismo. Ahora es más violento, así que tienes opciones de denunciar porque te atacan directamente. Ya no se callan”, asevera.

Y eso fue exactamente lo que hizo: denunciar. Pero para ello decide sacar el teléfono y grabar la situación ante la mirada atónita de la recientemente condenada. Según Wadia, su tono cambia radicalmente desde el momento en el que la informa de que la denunciaría, pasando del insulto más burdo “al paternalismo” con frases como: “Me dais mucha penita con ese velo”. “Para mí que me digan que les damos pena es hasta más provocador que el insulto”, explica Wadia. No obstante, la acosadora decide continuar con su 'batalla' contra el hiyab y se dirige directamente a un grupo de chicas que están atónitas mirando la escena para advertirles que si en España “permitimos” que estas mujeres se tapen la cabeza, “en unos años acabaremos todas tapadas de arriba a abajo”.

Ante la mirada estupefacta de Wadia, que comienza a llamar a la santanderina “racista y maleducada”, la mujer sigue con su discurso a pesar de que las jóvenes ni siquiera responden: “Es incitación al odio y adoctrinamiento, porque tendrían entre 15 y 16 años, pero es que esta gente está acostumbrada a la impunidad, a decir este tipo de cosas y que no haya repercusiones, y lo que hay que hacer es denunciarles por responsabilidad social”, añade.

Y eso fue lo que hizo. Arrancar un pleito que concluyó hace unos días y del que salió victoriosa, pero no por la indemnización, sino por “sentar precedente”. La sentencia, que no terminará en cárcel para la condenada por no tener antecedentes penales, incluye seis meses de prisión y una multa de 1.080 euros, además de 900 euros de indemnización para Wadia por “daños morales”.

“Hay gente que se moja cuando ve situaciones así, pero mucha menos de la que debería. No debemos mirar hacia otro lado cuando ocurren este tipo de situaciones, ya sea por machismo, homofobia o racismo, como en mi caso. Hay que mojarse porque hay que estar del lado de la persona que está sufriendo y avergonzar, en la medida que podamos, al agresor, y señalarle con el dedo. Ese ha sido mi objetivo con la denuncia: visibilizar que esto ocurre y que todos podemos contribuir a que pare”, argumenta emocionada.

Sin embargo, en su papel como activista feminista y musulmana cree que hace falta más autodefensa: “Al final las mujeres musulmanas somos las más visibles por el hecho de llevar el hiyab... Son necesarios círculos que acojan la diversidad y donde no se hable únicamente del típico feminismo blanco hegemónico”, señala.

Para finalizar, Wadia analiza las diferencias entre cómo era la situación en España en los años 70, cuando sus padres vinieron desde Siria, a cómo es ahora, y cree que hay una segunda generación de migrantes “superpotente”: “Han nacido aquí, conocen sus derechos y los defienden sin renunciar a sus raíces, firmes con sus convicciones religiosas e ideológicas, pero sufriendo episodios de racismo y luchando contra ellos. Nadie nos va a regalar nada, pero creo que vamos por el buen camino”, concluye esperanzada.

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