¿Alguien recuerda qué son los rañizos, los rodenos o los trampales castellano-manchegos?

Si por algo se ha caracterizado siempre la lengua castellana es por la gran variedad de palabras, expresiones y vocablos que han nacido a la luz de su propia historia y además relacionados con la Tierra, conforme a las características de un país muy variado y lleno de matices. En la labor ingente de recuperar muchas de estas palabras, algunas olvidadas y otras sustituidas progresivamene por anglicismos o neologismos, se ha embarcado Juan José Durán, investigador del Instituto Geológico y Minero de España (IGME).

El resultado, tras muchos años de trabajo, ha sido el ‘Palabrero geológico’, donde hace referencia no solamente a topónimos asociados a un lugar, sino a términos de origen popular con significación geológica que ahora regresan para intentar enriquecer nuestra lengua.  

“Las nuevas generaciones muchas veces desconocen palabras que existen en español como trampal, para designar un pequeño humedal, una lagunita, y echan mano de términos foráneos”, nos explica este experto. Precisamente, trampal es una de las voces que ha identificado asociadas a Castilla-La Mancha. Y al igual que el resto, no es una “palabra perdida” en su sentido estricto, sino que “muchas de ellas han dejado de utilizarse en el lenguaje científico o técnico, llegando en muchos casos a estar totalmente ausente en la literatura científica actual”. De hecho, precisa que no hay diferencias de unas regiones españolas a otras y que el fenómeno es común debido a la “globalización” de los tecnicismos importados.

'Lightning' vs centellas

Por ejemplo, en el libro se contrapone la diferencia entre hablar con la imprecisión de la palabra inglesa “lightning” o con la calidez de una palabra en vías de extinción como “centellas” o “pedras do raio”, modo en que los aldeanos denominaban a los cristales de cuarzo que aparecían tras la lluvia, casi como caídos del cielo, fenómeno que el geólogo explica comentando que “lo que en su momento parecía mágico era tan sólo fruto del arrastre de la lluvia que limpiaba el terreno donde estaban estos cuarzos”.

“No es un diccionario de términos científicos al uso, ni aquí se encontrarán términos geológicos técnicos”, subraya Durán, ya que el objetivo es simplemente “recopilar una colección de palabras que tengan un significado asociado a la Tierra, provenientes bien de topónimos o nombres de lugares, o bien del habla popular”. Efectivamente, muchos de esos términos se están perdiendo porque el lenguaje científico “cada vez se estandariza más, y emplea muchos neologismos, sobre todo procedentes del inglés”. 

La idea surgió hace 20 años, en mayo de 1999, y tras dos décadas viendo mapas topográficos, leyendo libros antiguos y modernos, y hablando con las gentes del campo, surgió el libro. Es el motivo por el que, más allá de servir de glosario “al enamorado de la geología” se convierte en un “manual etnográfico” que recopila voces de muchas regiones de España, como la asturiana “llamargo”, el manchego “boquerón” o las gaditanas “ostioneras”.

Al final, la colección de palabras en desuso es tal, que el autor no descarta ampliarla ya que reconoce que el afán de este volumen no ha sido exhaustivo, pese a contar en su haber con más de 500 palabras. “Quedan muchas otras por devolver a los aficionados a las Ciencias de la Tierra y a los investigadores, en ocasiones contaminados en exceso por el calco lingüístico”. En el libro se recogen voces de todas las regiones de España. Lógicamente, aparecen más términos de aquellos lugares más ricos en topónimos relacionados con la geología, como son La Pedriza del Manzanares (Madrid), Doñana (Huelva), o las Islas Canarias.

Pero en el caso concreto de Castilla-La Mancha, se han recogido unas 40 voces propias del territorio. Algunas de estas son: acedas y agrias (en referencia a las fuentes), boquerón (estrecho o desfiladero fluvial abierto entre rocas duras), calar (altiplano o superficie con forma de meseta), rañizo (rampa morfológica en el Parque Nacional de Cabañeros) o rodeno (referido a la tierra o a las rocas, en Cuenca).

Y otras tantas son: calderetas (pequeñas morfologías volcánicas), esmataos (charcas temporales desprovistas de vegetación), gallinicas (nombre popular dado en algunas localidades de Guadalajara a ciertos fósiles marinos del Jurásico), hervideros (una especie de manantial), hoyos (zonas cerradas por relieves montañosos), hundido (desprendimiento rocoso), espejillo (localismo conquense para referirse al yeso espejuelo), navajos (encharcamiento temporal en zonas llanas), motillas (poblados prehistóricos en el entorno de Daimiel), negrizales (terrenos oscuros de origen volcánico), torca (depresión cerrada de origen kárstico), ventano (arco de piedra que se abre al exterior sobre un barranco) o viso (lugar desde donde se divisa una buena panorámica del entorno).

Por supuesto, también se recoge la voz “Mancha”. En el libro se establece que es la denominación de una extensa región natural de la submeseta meridional de la península ibérica, que constituye una altiplinicie árida. Según Hernández Pacheco (1956), el nombre procede del árabe y significa ‘sin agua’; aunque algunos lingüistas creen más probable su derivación de otro término árabe con el significado de ‘meseta’. Existen varios topónimos y algunos derivados como mancha de Montearagón, mancha Alta, mancha Baja o La Manchuela, todos ellos incluidos en el mismo ámbito geográfico.

Se da la circunstancia de que la Consejería de Fomento del Gobierno de Castilla-La Mancha ha recuperado o revisado, hasta la fecha, un total de 88.869 topónimos, habiendo actuado en 254 municipios de toda Castilla-La Mancha, según ha dado a conocer el director general de Planificación Territorial y Sostenibilidad, Javier Barrado. Esta iniciativa está enmarcada dentro del Plan Cartográfico diseñado por el Gobierno regional con un horizonte entre 2017 y 2020.

Para estas labores se ha desarrollado el proyecto de recuperación y mantenimiento de la toponimia en Castilla-La Mancha. Durante la presente legislatura se ha dado un “giro importante” a los trabajos iniciados, enfocándolos a las zonas con menos densidad de población. Esto se traduce en la recuperación de los nombres tradicionales de parajes, pertenecientes a pequeños pueblos, que de otra forma se perderían dado que solo los mayores del lugar tienen memoria de esos nombres originarios.

El experto Juan José Durán aplaude esta iniciativa. “Los topónimos son un patrimonio lingüístico de primera magnitud. Deben ser convenientemente transcritos y normalizados,  para poder ser posteriormente utilizados en todo tipo de mapas y publicaciones derivadas. Las labores de investigación también son importantes para establecer sus orígenes, etimologías y conexiones con los topónimos de otros territorios”.

El arraigo, mejor en zonas rurales

Además, explica que, en general, aquellos territorios que mantienen un cierto arraigo en el mundo rural conservan mejor sus tradiciones de todo tipo. En consecuencia, los topónimos y voces vulgares de significado geológico también se mantienen más vivos que en aquellas comunidades donde la población se ha concentrado más en los ámbitos urbanos.

En esa labor de recuperación, concluye, las redes sociales pueden ser un inconveniente “por el mal uso que, a veces, se hace en ellas del lenguaje”, pero también “una oportunidad”, ya que existen algunas iniciativas de recuperación y conservación de términos tradicionales en internet, que “facilitan a los interesados el conocimiento del habla tradicional de cada territorio”.