Rafael Canogar: “Reconocer nuestros propios valores artísticos es un gran tema pendiente en este país”
Es viernes. Queda una semana para que abra sus puertas el ‘Espacio Canogar’ y en la Real Fundación de Toledo el ritmo es frenético. El sol acompaña para disfrutar de las vistas, así que algunos turistas aprovechan para hacerse algunas fotos, sin percatarse de que, a su lado, uno de los genios del arte español supervisa los trabajos para abrir una exposición permanente dedicada a una trayectoria que, entre los muchos reconocimientos, incluye la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.
Rafael Canogar (Toledo, 1935) tendrá (por fin) un espacio propio en la ciudad. Charlamos con él y dice sentirse toledano de toda la vida. “Sí, sí, sí”, afirma rotundo, pese a que su familia tuvo que abandonar la ciudad cuando él tenía nueve años. Su niñez transcurrió entre la guerra civil y la postguerra, en la España franquista. Nos cuenta que eso le marcó como persona y como artista.
Desde lo abstracto al realismo en sus pinturas, esculturas y obras gráficas, a sus 80 años sigue siendo el mismo rebelde que buscaba libertad en su primer viaje a París en los años 50 del siglo XX. Allí descubrió el Informalismo que hoy aboga por retomar porque “se abandonó demasiado pronto”.
Repasamos su trayectoria en una sala muy cerca de donde se encuentra uno de sus cuadros. ‘Toledo’ fue expresamente pintado para ocupar un lugar preferente en este edificio colgado sobre el río Tajo, abierto a los turistas, repleto de arte y referente de la vida cultural toledana.
Nació usted en Toledo en 1935, un año antes de la guerra civil y su familia se marchó a Madrid en 1944, pero siempre ha vuelto a sus raíces…
Viví sobre todo la postguerra. Mi familia como tantas otras buscaron acomodo en otros sitios después de la guerra, pero siendo adolescente venía todo lo que podía a Toledo, de vacaciones. Con mis primos, mis tíos, con mi abuela… Lo pasaba muy bien.
En Toledo he vivido relativamente poco, pero amo mucho a esta ciudad. Me lo transmitió mi madre era muy, muy toledana. Esa es mi alegría: reencontrarme ahora de forma más íntima y directa con la ciudad que amo.
Se abre esta semana el ‘Espacio Canogar’. Era una asignatura pendiente de la ciudad y de la comunidad autónoma. ¿Es usted de los que piensan que nunca es tarde?
No nunca es tarde. Sé que soy octogenario, pero me siento joven. Sigo trabajando con la misma ilusión de los 20 años. Como siempre.
Cómo es el Rafael Canogar que vamos a poder ver en este espacio…
El espacio es el que es. No es suficientemente grande para mostrar la evolución de más de 70 años que llevo trabajando, pero puede ser interesante como proyecto, porque la idea es cambiar cada cierto tiempo e incluso traer la obra de Los Canogar, mis hijos y yo.
Mi alegría es reencontrarme ahora de forma más íntima y directa con la ciudad que amo, Toledo
Tengo más de 500 obras gráficas, esculturas y además soy coleccionista. Permitirá crear un espacio con vitalidad y con capacidad de renovarse. Lo que se verá ahora es obra que empieza a mediados de los años 70, coincidiendo con la democracia.
Ahora mismo estoy exponiendo en varios lugares del mundo. Por ejemplo, en el Museo de Pasadena, en Los Ángeles, está una parte de mi obra gráfica junto a Warhol, Picasso y Popova.
Desde los 14 años dedicado a la pintura. ¿Cuándo supo que eso era lo que quería?
La intuición llegó muy pronto. Como a todos los niños me regalaron lápices y colores. La mayoría lo dejan enseguida, pero para mí siempre fue una obsesión.
Un amigo tomaba clases de pintura y me pidió acompañarle a comprar materiales para pintar. Allí estaba la tienda llena de tubos de colores y telas. Me pareció las cuevas de Ali Babá. Me compré alguna cosa y comencé a pintar al óleo.
Mi familia tuvo que trasladarse un año a San Sebastián y en la misma casa vivía Martiarena, un artista vasco muy conocido. Mi madre subió a enseñar lo que hacía su hijo y le recomendó que tomara clases. Pinté paisajes de San Sebastián durante un año y cuando íbamos a volver a Madrid me dijo que tenía que estudiar en serio. Me recomendó a Vázquez Díaz y con él aprendí cinco años. Fue mi maestro y mi amigo.
Siempre ha apelado a la libertad para expresarse a través de su trabajo. Desde el momento en el que conoció el Informalismo. Usted quiso poder pintar de forma tan libre como los informalistas parisinos. ¿Cree que lo ha conseguido?
Sí, pero la libertad hay que conquistarla en cada momento. Siempre luchado por esa libertad en mi larga trayectoria. Quizá ha cambiado la forma de expresarla.
En los años 50 del siglo XX mi Informalismo fue quizá un grito de rebeldía, para buscar la atención del público de fuera de España, donde se buscaba una libertad y una democracia que no teníamos. Ahora con la democracia hay libertad, dentro de una cierta normalidad porque quedan cosas por conquistar.
¿Por ejemplo?
Hablo de una democracia más perfecta. Hay que resolver cosas en este país. Hay muchos canales de lucha por la libertades, pero yo lo que busco ahora sobre todo es la belleza… La espiritualidad para entendernos a nosotros mismos… Dar respuestas al momento que nos ha tocado vivir y dejar un reflejo de ello.
La creación del Grupo El Paso 1957 marcó un punto de inflexión en nuestro país abriendo paso a la vanguardia y espoleando el deseo de libertad frente al franquismo. ¿Cómo lo recuerda?
Nuestros padres odiaban hablar de la guerra civil. Al menos fue mi caso. Vivimos la realidad del franquismo y fui tomando conciencia para buscar la libertad a través de la expresión artística. Desde muy pronto me di cuenta de que había que trabajar desde dentro, había que formar parte de las estructuras del país. Participar la Bienal de Venecia junto a mis compañeros era muy importante para que supieran lo que estaba ocurriendo en nuestro país.
Desde el Grupo El Paso fuimos capaces de entusiasmar, de convencer al comisario, para llevar a nuestro grupo a la Bienal de 1958. Como generación. Y tuvo un impacto enorme e inesperado. Nunca lo hubiésemos imaginado. Chillida y Tàpies tuvieron premios importantes y eso cambió las cosas en España para las artes plásticas. Los museos nos reclamaban, los coleccionistas, nos visitaban constantemente desde el extranjero…
Castilla-La Mancha, Cuenca en concreto, es uno de los exponentes del arte abstracto en España. ¿Se le ha dado el suficiente cariño en nuestro país?
Posiblemente no. Cuenca es un caso especial. Es sorprendente que cuando entras a un bar encuentras arte abstracto. Su Museo de Arte Abstracto es uno de los más bellos del mundo.
En España tenemos un gran problema que arrastramos: el complejo de inferioridad. No somos capaces de defender lo nuestro y estamos más abiertos a aceptar lo que nos viene de fuera. Es el caso de tantos grandes artistas como Picasso, Juan Gris, Julio González…
Todavía recuerdo una exposición de Juan Gris a finales de los 60 en Madrid. No vendió nada. Otra de Picasso fue vandalizada
Todos tuvieron que irse a París porque aquí su obra no tenía eco, a pesar de que marcaron las líneas fundamentales del arte contemporáneo. Reconocer nuestros propios valores artísticos es una gran tema pendiente en este país.
Todavía recuerdo una exposición de Juan Gris a finales de los 60 en la Galería de Elvira González de Madrid. No vendió nada. En otra exposición de Picasso que ella organizó, rompieron los cristales y la vandalizaron.
Eso quedó atrás, pero queda mucho por recorrer. El Ministerio de Cultura está en otras cosas. No sé muy bien qué pasa para que el ministro actual hable de arte colonial.
Se ha puesto sobre la mesa la descolonización de los museos
Me parece un disparate. Es un tema muy complejo. Es parte de la historia de los países… El ministro ha hablado del arte ibérico, de la Dama de Elche, como arte colonial. Es un poco rizar el rizo.
¿Cuántas veces se ha tenido que reinventar?
Muchas. Por voluntad propia. He creado un problema a mis coleccionistas o a las galerías. La sociedad tiende un poco a encasillar la creación. Cuando un artista tiene éxito, lo que se desea es que no se mueva. Es una tremenda trampa para el creador porque eso supone arrebatarte parte de tu creatividad.
El ministro de Cultura ha hablado del arte ibérico, de la Dama de Elche, como un arte colonial. Es un poco rizar el rizo
Yo defiendo muchísimo a Picasso. Fue eminentemente libre. Cambió mucho más que yo. En su primera época en Barcelona le influyó Monet, después la época azul, la rosa, el cubismo el postcubismo, la época clásica… Si te lo pide el cuerpo hay que ser así, respetando a otros artistas que no necesitan cambiar y hacen obras maravillosas.
No le gustan nada las etiquetas…
No. A mí me influyó mucho vivir una dictadura. Fue parte de mi obra, en el primer periodo del Informalismo y después el Realismo, con obras de denuncia. Dejé de hacer ese tipo de pintura cuando en 1975 murió Franco y había otras formas de defender los libertades.
En la democracia he sido espectador. Los cambios han aparecido en mi obra. Odio academizar mi trabajo. Soy muy trabajador. A veces hago 100 obras al año y cuando llegar a dominar un periodo necesito cambiar y buscar nuevas formas de responder a lo que pasa en la sociedad.
Ahora mismo lo que hago es un reencuentro con los años 50: la esencialidad como forma de expresión. A veces mirar atrás es una forma de avanzar.
El Informalismo aportó tanto plástica y conceptualmente, en los materiales, en su función como obra de arte… Creo que se abandonó demasiado pronto por el posicionamiento radical de algunos artistas que, como Marcel Duchamp o Yves Klein, quisieron llamar la atención. Debemos retomarlo, aunque no se haga de la misma manera y revitalizar sus lenguajes.
Creo que el Informalismo se abandonó demasiado pronto por el posicionamiento radical de algunos artistas que, como Marcel Duchamp o Yves Klein, quisieron llamar la atención. Debemos retomarlo
¿Se puede hablar de vanguardia o de revolución artística en este siglo XXI?
No, no la hay. La última vanguardia fue la trans vanguardia pero… ¿Es lo mismo una cosa que otra? No, simplemente hay un arte más nuevo y otro que es una repetición de lo mismo una y otra vez.
No se llamará vanguardia, pero responde a las necesidades de una sociedad en evolución constante. Ahora la tecnología ha puesto herramientas nuevas en nuestras manos. El artista puede hacer cosas que nunca antes existieron. Se hacen, como siempre, buenas y malas obras.
Dicen que la Inteligencia Artificial terminará por sustituir a muchos profesionales. ¿Cómo lo ve?
Es un peligro porque en el fondo lo que hace es recoger conocimientos, pero sin parte creativa.
En este mundo actual tan tecnológico parece que todo se puede reproducir, pero la huella personal de un artista en un cuadro que hay que mirar de cerca e incluso olerlo… Eso no es reproducible.
Estamos en un momento, con un contexto sociopolítico complejo en España, en el que incluso se ha denunciado censura cultural. ¿Cree que estamos viviendo una involución?
Estamos en un periodo de cambios importantes. Los valores que yo he defendido están en tela de juicio. Me considero hijo del 78, pero eso ahora está en discusión.
¿Cuál será el resultado para una generación que cree que no podrá vivir igual que nosotros? Tengo un hijo que se quejaba de eso… Todo está en revisión y el periodo es muy crítico. No sé a dónde iremos, pero me da miedo y me preocupa. Me preocupan los conceptos erróneos y que llegue a no ser posible recuperar lo que se ha conquistado.
La sociedad tiende un poco a encasillar la creación. Yo odio academizar mi trabajo. Necesito cambiar
También me preocupa lo que van a heredar mis bisnietos. En 1945, después de la II Guerra Mundial se pensó que se podía dominar la naturaleza y pocos años después nos dimos cuenta que no podía ser así, sino que había que convivir con ella. Son periodos que hay que pasar y aprender de ellos.
Usted siempre ha dicho que el arte y la política mantienen una relación de doble vía, con capacidad de influirse mutuamente
El arte es una forma de exponer problemas y resolverlos. No hay un lenguaje más global que la cultura.
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