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Educación para hoy... ¿hambre para mañana?

Natalia Simón - Socióloga y doctora en Investigación

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En 43 años de democracia en España tras otros 40 años de dictadura, que se dice pronto, pero no se olvida nunca, la educación ha sido un tema generador de elevada controversia y expectación, máxime en términos político-legislativos y, en los últimos años también, en términos sociales y de ciudadanía. La variedad y amplitud de legislación educativa, por un lado, y los movimientos sociales en pro de los derechos referentes a la educación, por otro, dan muestra de ello.

Pasamos de la educación durante el periodo franquista, que sin meternos a fondo podemos decir que se caracterizó principalmente por rechazar el ideario de la Segunda República predominando la idea de una educación de índole católica, patriótica, doctrinal y reaccionaria, opuesta a cualquier tipo de innovación pedagógica, a una educación que parece que se erige sin coherencia alguna si tenemos en cuenta que en lo que llevamos de periodo democrático han pasado por nuestras aulas ocho leyes educativas (incluso una que ni siquiera llegó a entrar en vigor, la Ley Orgánica de Calidad de la Educación LOCE), convirtiendo así la educación en un verdadero drama y no lo digo solamente por sus nombres: LOECE, LODE, LOGSE, LOPEG, LOCE, LOE, LOMCE (o Ley Wert), LOMLOE (o Ley Celaá).

Mucho drama para algunos, ya que el vaivén de leyes puede pensarse como un despropósito que desemboca inevitablemente en una falta de compromiso por parte del profesorado, en inestabilidad social, en déficit identitario del alumnado, en costes innecesario, pero poco drama para otros ya que analizando a fondo su contenido, estos cambios legislativos no habrían supuesto tantos cambios sustanciales en el sistema educativo más allá del galimatías de sus nomenclaturas y más allá de los “corta-pega” de una a otra si es que me gusta lo que pone o de “quito esto” que no me gusta y “pongo esto otro” que me gusta más.

Los derechos del alumnado

No voy a centrarme en los cambios que presenta la última ley educativa, la LOMLOE, respecto a sus precedentes en cuanto a Educación Infantil, Primaria, Secundaria, Bachillerato, o Formación Profesional sino en otros cambios incorporados entre los principios y fines de la educación como son el cumplimiento efectivo de los derechos de la infancia según lo establecido en la Convención sobre los Derechos del Niño de Naciones Unidas, y la inclusión educativa y aplicación de los principios del Diseño Universal de Aprendizaje, es decir, la necesidad de proporcionar al alumnado múltiples medios de representación, de acción y expresión y de formas de implicación en la información que se le presenta. Apuntando estos cambios a una apuesta en firme por esos derechos que se han ido reclamando durante los últimos años por los distintos movimientos sociales.

Hablar de inclusión presupone la atención del alumnado con discapacidad, sí, pero ésta va más allá, incorporando una atención global y amplia hacia toda la diversidad del alumnado en el aula. Del alumnado con discapacidad y también del alumnado inmigrante, del perteneciente a minorías étnicas, del que presenta problemas socioeconómicos, del que tiene altas capacidades, etc., en definitiva, de todo el alumnado, de aquel que sin presentar ninguna de estas situaciones presenta diferentes estilos de aprendizaje, unos más visuales, otros más reflexivos, activos, teóricos, pragmáticos, lógicos, sociales, solitarios, aurales (auditivos), verbales (lectura y escritura), kinestésicos (aprenden más haciendo que leyendo u observando), o multimodales.

No solo son necesarios los cambios educativos que mejoren el aprendizaje del alumnado en términos pedagógicos, sino que se antoja imprescindible unos cambios que mejoren la sociedad. Unos cambios que aumenten el nivel educativo, la motivación y eviten el fracaso escolar, pero también que mejoren la calidad de vida de las personas y que hagan grande y fuerte una sociedad. Una educación que incorpore desde la base los derechos de la infancia, que cumpla con la Convención (no solo sobre los Derechos del Niño, sino también sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad) y que por supuesto, sea igualitaria, equitativa e inclusiva.

Hay que contar con recursos formativos, materiales, económicos y personales, para poder llevar a la práctica lo que se plantea sobre el papel

Y para ello, si es necesario, tal y como apunta la reciente ley educativa, aplicar los principios del Diseño Universal de Aprendizaje, se deberá tener en cuenta, desde esa misma base mencionada anteriormente, cómo llevarlo a cabo, contar con recursos formativos, materiales, económicos y personales, para poder llevar a la práctica lo que se plantea sobre el papel porque, aunque resultan llamativos y motivantes, estos cambios no suelen aterrizar fácilmente en las aulas.

No nos convirtamos en gurús pedagógicos no sea que caigamos, sin quererlo, en una banal guerra entre los que sí estamos en clave de reconocer a la educación como valor social. Fácil es hacer oposición y desacreditar “lo otro” sin argumentos consistentes, lo difícil es hacerlo bajo el prisma analítico y constructivo tomando como referencia las propias debilidades y vergüenzas.

No creamos que la incorporación de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) en las aulas cuando ya se habla de las Tecnologías del Aprendizaje y el conocimiento (TAC) y de las Tecnologías del Empoderamiento y la Participación (TEP) son la panacea. No creamos que la incorporación del Diseño Universal de Aprendizaje (que en papel ya lleva años de andadura) es la solución a todos los problemas educativos ya que, tanto este como las metodologías denominadas activas (cuyo término incluso se desconoce como tal) necesitan de otras transformaciones de base como los planes de estudios desfasados en tiempo y forma, la ratio alumnos-profesor, la rigidez en los estándares de aprendizaje evaluables y los sistemas de evaluación a través de exámenes (que solo sirven para vomitar lo memorizado), la inestabilidad laboral del profesorado interino, etc. Por lo que cabría preguntarse ¿si tan bueno es por qué motivos no se ha implantado ante en las aulas?

No pretendamos hacer cambios sin cambiar nada, ya que la educación por sí misma no cambia nada, no cambia el mundo, sino que cambia a las personas que cambiarán el mundo, tal y como apuntaba Paulo Freire.

Y ahora, ¿sigues pensando que la educación para hoy es hambre para mañana? Yo creo que no.

En 43 años de democracia en España tras otros 40 años de dictadura, que se dice pronto, pero no se olvida nunca, la educación ha sido un tema generador de elevada controversia y expectación, máxime en términos político-legislativos y, en los últimos años también, en términos sociales y de ciudadanía. La variedad y amplitud de legislación educativa, por un lado, y los movimientos sociales en pro de los derechos referentes a la educación, por otro, dan muestra de ello.

Pasamos de la educación durante el periodo franquista, que sin meternos a fondo podemos decir que se caracterizó principalmente por rechazar el ideario de la Segunda República predominando la idea de una educación de índole católica, patriótica, doctrinal y reaccionaria, opuesta a cualquier tipo de innovación pedagógica, a una educación que parece que se erige sin coherencia alguna si tenemos en cuenta que en lo que llevamos de periodo democrático han pasado por nuestras aulas ocho leyes educativas (incluso una que ni siquiera llegó a entrar en vigor, la Ley Orgánica de Calidad de la Educación LOCE), convirtiendo así la educación en un verdadero drama y no lo digo solamente por sus nombres: LOECE, LODE, LOGSE, LOPEG, LOCE, LOE, LOMCE (o Ley Wert), LOMLOE (o Ley Celaá).