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Se cumplen exactamente 80 años del inicio de la Guerra Civil. Sin duda uno de los hechos que marcaron el desarrollo de la contienda y su posterior proyección social fue el asedio del Alcázar, que terminó tras 70 días de durísimos combates y constituyó una de las gestas de aquella dramática guerra. Aunque la bibliografía sobre la contienda y sobre el propio edificio es muy numerosa, me atrevo a recomendar un libro que creo resume muy bien el valor histórico del Alcázar, sus usos y el proyecto de convertirlo en biblioteca: El Alcázar de Toledo: Palacio y Biblioteca. Un proyecto cultural para el siglo XX, coordinado por el historiador Fernando Martínez Gil y editado por el Servicio de Publicaciones de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha en 1998.
Cuando en 1984 el Gobierno de Castilla-La Mancha fijó sus ojos en el Alcázar para convertirlo en un gran centro cultural, que acogiera entre otros servicios la Biblioteca, no sólo se hizo para dar una nueva y necesaria sede a los fondos de la colección Borbón-Lorenzana y a los demás volúmenes de la rica biblioteca provincial. La idea era utilizar el edificio para la cultura y finalizar así con la imagen de enfrentamiento civil que representaba. Confieso que la primera vez que visité el Museo del Asedio, que en aquel tiempo, junto a algunas oficinas militares, era el único y reducido uso que tenía el Alcázar, lo hice junto al entonces consejero de Educación y Cultura, José María Barreda. Llegamos al Museo con la mayor discreción posible y de nuestra visita sacamos muy claro que era el lugar ideal para acoger libros y, en general, desarrollar cultura.
Desde el principio tuve una relación muy activa con este gran proyecto cultural, que sin duda fue uno de los más importantes puestos en marcha por José Bono y su gobierno. Fue obra de un importante equipo, entre los que estuvo el arquitecto José María Pérez “Peridis”; y aunque se sucedieron distintos consejeros y directores generales, fue determinante la participación de Barreda y quiero destacar a una mujer que estuvo totalmente implicada en este proyecto: María Ángeles Díaz Vieco, Directora General de Cultura en los años de los pasos definitivos para conseguir que se convirtiera en realidad la que fue una verdadera utopía. Personalmente me siento tremendamente afortunado, privilegiado incluso, por trabajar hoy en El Alcázar y por dirigir la Biblioteca de Castilla-La Mancha.
En el gabinete del citado Consejero redactamos un primer proyecto de utilización del edificio, en el que participamos Fernando Martínez Gil y yo mismo, y que sería remitido al Gobierno de España. Casi simultáneamente otro toledano, Ricardo Sánchez Candelas, redactó otro proyecto de utilización del Alcázar, más centrado en instalaciones museísticas, que remitió al Gobierno regional. Y también hubo en aquellos años posturas favorables a la utilización del enorme edificio para la naciente Universidad de Castilla-La Mancha. No voy a narrar la historia de los sucesivos pasos y obstáculos que se fueron produciendo pero lo cierto es que, finalmente, fue la Biblioteca de Castilla-La Mancha el centro que se ubicó en la última planta del Alcázar y que fue inaugurada el 16 de octubre de 1998, tras 14 años de avatares que he recordado en algún trabajo científico.
Luego se produciría la decisión de trasladar al Alcázar el Museo Nacional del Ejército, que tras los lógicos proyectos y una postura beligerante por parte de algunos sectores, se hizo realidad también 14 años después de tomada la decisión, justo hace seis años, el 19 de julio de 2010.
He reiterado que el Alcázar está viviendo su Edad de Oro desde el punto de vista de los ciudadanos, pues en ninguna de las épocas históricas acudieron tantos miles de personas libremente a este edificio cargado de historia que fue fortaleza, palacio, Real Casa de Caridad y centro militar. El pasado año 2015, la Biblioteca de Castilla-La Mancha recibió 315.000 usuarios y el Museo del Ejército 313.000 visitantes, es decir 628.000 personas en un año que utilizando su libertad decidieron utilizar las diversas instalaciones, servicios y colecciones que el magnífico edificio acoge. Basten estos fríos datos estadísticos para resaltar el carácter cultural del Alcázar hoy. El Museo tiene un amplio programa de exposiciones y actividades, que une a ser uno de los museos más visitados de la ciudad; y la Biblioteca, tras cerca de 17 años de vida, se ha convertido en un verdadero referente de la vida cultural, trabajando en una línea de coalición con la sociedad y constituyendo un centro de libre acceso a la información y la cultura, un lugar de debate público, un centro de servicios y un núcleo de participación ciudadana y de vida comunitaria sin barreras ideológicas, sociales, religiosas o de edad.
Ocho décadas son tiempo suficiente para que las heridas cicatricen y se produzca la definitiva reconciliación nacional; y sin duda este emblemático edificio cargado de historia es hoy un buen prototipo para conseguir una sociedad de consenso y pacificada. Quienes no vivimos la Guerra pero sí estudiamos sus consecuencias y conocimos de nuestros mayores la crudeza de un enfrentamiento civil y sus heridas, veíamos sin duda en el vetusto edificio palaciego y militar el símbolo del horror de la lucha fraticida. Tras la reconstrucción del Alcázar, se proyectaría una imagen pública en la que sólo se reconocía un sector de la sociedad.
Por ello, que hoy el Alcázar no sea bandera de nadie, de ningún sector social o político, es una gran conquista. Cuando contemplábamos desde el Valle la silueta de la ciudad veíamos los dos grandes y emblemáticos edificios que centraban nuestra mirada: Alcázar y Catedral. El primero constituía la imagen del edificio militar que fue foco del enfrentamiento fraticida; y la catedral, el símbolo de la larga e histórica vida religiosa de la ciudad Primada. Pero cuando, con mis hijos, paseaba por aquellas balconadas del Valle desde la que se contempla la bellísima capital toledana, ellos ya no me hablaban del Alcázar: me decían: “Mira, papá: ¡la biblioteca!”. Y hoy creo que sociológicamente se ha producido una verdadera transformación. Al recorrer el Valle y contemplar nuestra amada ciudad, podremos decir sin miedo que catedral y alcázar reflejan el espíritu de Toledo, porque contienen concordia, cultura y los más altos sentimientos espirituales. El Alcázar se convirtió en signo de reconciliación y ya nadie puede ver bandos en su utilización. El Alcázar es de todos los ciudadanos.