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Nuestros pueblos y ciudades, los conjuntos histórico-artísticos y nuestras ciudades patrimonio de la humanidad están sometidos a un interés especulativo que las capacidades técnicas potencian y, lo que es peor, las normativas municipales permiten, dando como resultado la alteración, muchas veces irreversible, de los volúmenes, materiales, diseños y texturas y de los perfiles históricos de sus caseríos.
Se vuelve más hiriente el desprecio a lo heredado en aquellas ciudades cuyo urbanismo se debe a improntas de cientos de años, superposición de estilos artísticos o en aquellas poblaciones más humildes donde el saber popular ha mimetizado con el entorno los conjuntos urbanos. Trazados de tradición islámica como lo son Toledo o Cuenca, o que también encontramos en Alcalá del Júcar, Almagro, Atienza, Belmonte, Brihuega, Cañete, Chinchilla, Hellín, Hita, La Roda, Letur, Molina de Aragón, Moral de Calatrava, Orgaz, Sigüenza, Palazuelos, Pastrana, San Clemente o Villanueva de los Infantes. Todas ellas declaradas conjuntos históricos-artísticos y, por lo tanto, sujetos de todo el interés por parte de sus respectivos ayuntamientos, Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha o del propio Ministerio de Cultura.
Los gestores del patrimonio cultural y, sobre todo, los concejales de urbanismo –ajenos muchas veces a lo que dicen aquellos-, deberían ir a las fuentes y ver en base a qué se construía en el pasado. Las ordenanzas de Toledo de 1401 señalan, en el capítulo XXIX “de las casas e de los sobrados que son techos sobre labores agenas”, lo que nos ilustra claramente la disposición escalonada de muchas paredes medianeras que admiten ventanas, caídas de aguas y otras servidumbres etc., sin obligar, como lo hacen ahora las ordenanzas, a enrasar medianeras creando cortes visuales en las panorámicas urbanas.
O, el Capítulo XXXIII, “que habla de las puertas que son abiertas de nuevo”, ordenanza que se aplicaba también a las ventanas, decía que “Non deve fazer ninguno puerta de su casa delante puerta de su vezino si non si fuere a su grado del vezino, nin otrosí, las tiendas nin las alfóndigas nin los baños non deven fazer las puertas fronteras, ca es gran descubriión si non si fuere a su grado de los dueños dellos”. Por tanto, no se debería construir con alineación de vanos en simetría, como se ha realizado en el Corral de Don Diego de la capital regional, dando una sensación de vivienda de extrarradio en pleno casco histórico monumental, junto a un “salón rico” del siglo XIV.
Recuerdo cómo, a un consejero de cultura del gobierno regional, recién transferidas las competencias a la comunidad autónoma y cuando se estaban elaborando las primeras normativas de protección de los conjuntos históricos, le hicimos ver la necesidad de preservar los volúmenes, incluso los de las “casas del canon”, contestándonos que impedíamos el progreso y la calidad de vida de los vecinos. El resultado tras casi cuarenta años de gestión está ahí: espacios de arrabal o suburbanos llenos de bloques de pisos que ahogan sus calles y callejones, medianeras que disturban las panorámicas urbanas, especulación que ha forzado el derribo de edificios en algún caso de alto valor patrimonial.
Cuando un historiador del arte, geógrafo o gestor de patrimonio intenta realizar la lectura de un área urbana se desconcierta ante la desaparición de un “hito” (elemento que define y da la clave en la interpretación de un espacio) o por la existencia de una moderna construcción que ha alterado el perfil del entorno y elimina con ello la explicación de determinadas construcciones, orientaciones espaciales, vanos o circulación viaria. Por no hablar de las densidades constructivas, la obstrucción de vistas e incluso la calidad ambiental (transpiración –eliminación de huertos, jardines interiores-, circulación de vientos o el establecimiento de sombras, etc.).
Es cierto que las técnicas constructivas han avanzado, pero habría que aplicarlas a mejorar la calidad edificatoria, no a permitir más volúmenes, a realizar “adaptaciones” de “bajocubiertas” para viviendas, creando con ello falsos históricos (abuhardillamientos, terrazas simuladas etc., tejados peraltados). En este asunto hay que ser muy estrictos, y ceñirse a lo construido, las medidas actuales “sobre rasante” o “bajo cubierta” han dado lugar a picaresca y “hechos consumados” donde la inspección municipal o la sanción han sido poco o nada persuasivas, cuando no se ha obviado olímpicamente (recordarán las sentencias no ejecutadas en Toledo del cigarral Caravantes o el edificio de FEDETO). ¡Ay de aquellas ordenanzas (el capítulo XL) que habla “de los maestros que afuellan las favores e las fazen mal e falsamente”!. Capítulo que, visto lo visto, extendemos a todos aquellos relacionados con el sector: concejales/as, funcionarios/as o constructores/as. Construir, construimos alegremente, pero no juzgamos si es, como ahora se dice, “sostenible” y, sobre todo, si al hacerlo hemos destruido, esta vez sí, para siempre, un legado cultural único.
Muchos arquitectos y arquitectas hacen propuestas de nuevos diseños dentro de centros históricos. La mayor parte de las veces al introducir su “aportación”, que justifican por el “diálogo” que introducen frente a la belleza de lo clásico o lo popular que lo rodea. Mero protagonismo y deseo de notoriedad. Más les valiese hacer que su participación pasase lo más desapercibida posible en el entorno que dicen “enriquecer”.
La lectura de las ordenanzas nos ha descubierto otra norma que viene muy a cuento al artículo sobre el “sonido del ruido” que publicamos semanas atrás, y que ha sido aplaudido por muchos lectores. La ordenanza XXXIII decía en 1401 que cuando se produjera ruido de “martillos” “deve venir y el alarife por mandado del alcalde e tomar un escudilla bien llena de arena que non sea mojada e ponella orilla de la pared de dentro en la casa, e fagan de fuera el ruido así como solien; e si por ventura alguna cosa se derribare del arena que estava en el escudilla, deve ser vedado el ruido”. Curioso, ¿no?.
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