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Domingo 29 de septiembre. Cuando llegué a las 19 horas con la cara magullada por una caída, tres personas estaban ya esperando en la sala y una más en silla de ruedas en el pasillo, tres de ellas habían llegado a las 16:30 y otra a las 17:30. Al chaval del chándal azul y a la señora de Miguelturra, con la mano hinchada por una rotura de muñeca escayolada el día anterior, les llamaron sobre las 20:00 horas, a unas tres horas y media de llegar.
Esta señora fue la única en ser atendida por el especialista en traumatología de guardia (de 8:00 del domingo a 8:00 del lunes). Estuvo con la mano en alto atada por un pañuelo en el pasillo hasta las 22:15 en que el antibiótico le rebajó la hinchazón, el especialista le dio el alta, y ya no se volvió a ver por allí.
Sobre las 20:15 nos llamaron para ir a rayos X a mí y a un nuevo paciente con ciática, también en silla de ruedas. Luego llegó un chaval con todo el cuerpo traumatizado por una pelea, con dolores al respirar y mareos, le hicieron la correspondiente radiografía y al rato entró en la sala la doctora de urgencias para hablar con él; lógicamente nos enteramos de todo.
Entre las nueve y las diez de la noche nos juntamos trece personas en esta sala, cuatro de ellas en sillas de ruedas en el pasillo. Otras zonas del pasillo correspondientes a otros boxes estaban también con gente en los asientos y en camillas, la mayoría esperando.
A todos nos hicieron las radiografías de forma rutinaria a una hora más o menos de llegar, pero ser atendidos por las dos médicas presentes que yo pude ver en esta parte de urgencias fue otro cantar.
Sobre las nueve y media de la noche comenzamos a quejarnos al personal más cercano, a auxiliares y enfermeras que pasaban por el pasillo y a las de la sala de personal al lado de la nuestra; pedíamos que avisaran a más médicos y reforzaran las urgencias pues ya considerábamos abusivo el tiempo de espera. Nos dijeron que los responsables del personal eran conocedores de la situación y nos animaron a poner reclamaciones; y eso hicimos. Preguntando sin éxito en varios lugares llegamos hasta el mostrador de la admisión: no había impresos disponibles en papel para dejar la queja en el momento, tenía que hacerse por la web del SESCAM utilizando el certificado digital o por escrito a partir del lunes en Atención al Paciente, claramente dificultando la labor.
Así que pedí un papel en blanco y un bolígrafo y fui apuntando los nombres y DNI y hora de llegada de los pacientes que me lo quisieron dar y anotaciones de las que procede esta crónica. Uno de ellos no me quiso dar sus datos porque no iba a servir de nada y los últimos en llegar tampoco porque todavía no llevaban muchas horas esperando, aunque, Ana María previendo la situación, dijo que en estas condiciones prefería pasarse a la sanidad privada.
Parece que el verme recogiendo firmas en el pasillo surtió el efecto deseado y comenzó el movimiento de personal en esta zona: a Manuela en silla de ruedas desde las 16:30 la llamaron a las 22:30 (a las seis horas), a las 22:48 llamaron al chico de la pelea, que quedó ingresado en observación a las 23:00. A mí me llamaron a las 23:07 (cuatro horas de espera) y cuando salí acababan de llamar a Jimena a las 23:28 (seis horas) pero el señor de la ciática continuaba en su sitio (4,5 horas esperando).
Mi diagnóstico: fracturas varias en los huesos nasales; tratamiento en urgencias, una férula pegada encima de una herida sin cicatrizar y cita al día siguiente en otorrinolaringología para comprobar que todo está bien.
Esta situación de falta de recursos y atención deficiente es indignante, sobre todo para las personas que elegimos la sanidad pública teniendo a mano las opciones privadas que brindan las mutualidades, pero queremos resistir en la pública porque creemos que es la única que garantiza el derecho a la salud. Lo decepcionante es comprobar cómo los gestores de lo público ni lo valoran ni lo cuidan, enviando con esto a más personas a la sanidad privada. ¿Están al servicio de la pública o de la privada?
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