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En este país tan nuestro, tenemos la mala costumbre, yo el primero, de denostarnos y empequeñecernos cuando nos comparamos con otros, sobre todo si los otros son los del Norte. Ya no digamos si se trata de los escandinavos. Entonces somos liliputienses frente a esos nórdicos y su maravilloso “estado del bienestar”. A ver si lo que cuento a continuación nos sirve para poner un poco más en tela de juicio nuestras creencias.
Ayer volvió de Suecia el hijo de María, una compañera del trabajo con la que hablo a diario. El niño ha pasado en Gotemburgo una semana de intercambio con una familia sueca. El día anterior a su regreso (menos mal que fue el día anterior) el chaval se rompió un dedo mientras jugaba a béisbol en el colegio sueco. El profesor, solícito, lo llevó inmediatamente a urgencias del hospital para que lo atendieran y curaran.
Tras siete horas esperando en urgencias sin que le hicieran ni una sola prueba, un médico del hospital les dijo que estaban muy ocupados, que tenían muchos enfermos y que, como lo suyo no era grave, pues que se fueran para casa; y ya, a otro día, veríamos. Hoy no, si eso mañana. La madre de la familia sueca que acogía a Carlos, que es como se llama el niño, le dijo a éste que no se extrañara, que esto de ir al hospital y que no te atiendan tras varias horas esperando era bastante habitual. (Por cierto, el niño llevaba su tarjeta sanitaria europea, aunque podía haber llevado la del club de esgrima “Los tres mosqueteros” y le habría servido igual.)
A todo esto, María permaneció en contacto telefónico permanente con su hijo y le dijo que no se preocupara, que le inmovilizaran la mano (no en el hospital, eso es pedir mucho, sino en la propia casa de su familia sueca) y que en cuanto llegaran a España ya lo llevaba ella al hospital.
Así lo hicieron. Al día siguiente por la tarde, Carlos fue recogido por su madre en Barajas y llevado directamente a urgencias del hospital Virgen de la Salud de Toledo, donde, según sus propias palabras, en media hora el dedo estaba radiografiado, anestesiado, enderezado, entablillado y curado. Y el niño, en Barajas aun mohíno, ya estaba tan contento.
Muchas veces leemos y oímos de casos ciertos en los que la gente no es atendida debidamente aquí, en los que las urgencias están colapsadas y hay que esperar horas para que te vea un médico. Pues bien, esta historia verdadera cuenta otra versión, también cierta, de nuestra sanidad y de nuestros servicios sociales. Para que veamos que en los desarrollados países del norte de Europa no tienen tantas lecciones que darnos. Al menos, no siempre.
En este país tan nuestro, tenemos la mala costumbre, yo el primero, de denostarnos y empequeñecernos cuando nos comparamos con otros, sobre todo si los otros son los del Norte. Ya no digamos si se trata de los escandinavos. Entonces somos liliputienses frente a esos nórdicos y su maravilloso “estado del bienestar”. A ver si lo que cuento a continuación nos sirve para poner un poco más en tela de juicio nuestras creencias.
Ayer volvió de Suecia el hijo de María, una compañera del trabajo con la que hablo a diario. El niño ha pasado en Gotemburgo una semana de intercambio con una familia sueca. El día anterior a su regreso (menos mal que fue el día anterior) el chaval se rompió un dedo mientras jugaba a béisbol en el colegio sueco. El profesor, solícito, lo llevó inmediatamente a urgencias del hospital para que lo atendieran y curaran.