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Algo sugería que este día sería diferente. Los rayos del sol no iluminaban de la misma manera, y la sobremesa tenía un tono gris. Podría haber sido una tarde más de verano en el siempre duro estío albaceteño, pero una noticia inesperada me confirmó que este miércoles no estaba para fiestas ni verbenas: se nos ha ido Manuel Pérez Castell, el alcalde de Albacete, el alcalde total. Un hombre sabio.
Son momentos en los que todas las personas que tuvimos la suerte de encontrarnos con Manuel sentimos la necesidad de llorar, de lamentar su pérdida. Manuel era pura bonhomía, lo cual no significa que careciera de carácter. Con una personalidad arrolladora, diseñó en su mente la ciudad que quería. Y sus pensamientos no se quedaron solo en deseos; casi todo lo que se propuso, lo llevó a cabo.
Quienes disfrutamos de esta gran ciudad que es hoy Albacete, tenemos la obligación de recordar que fue él quien eliminó la cicatriz que dividía la ciudad en dos: la vieja Circunvalación. También nos dejó un camino verde para llegar a La Pulgosa, trajo el AVE y le dio una casa espectacular, impulsó un aeropuerto que no hemos sabido aprovechar, llenó de libros los viejos depósitos de agua de Carretas. Nos plantó un Jardín Botánico. Hizo un remake del Capitol y nos regaló una Filmoteca. Y convirtió la participación ciudadana en la gobernanza municipal en una obligación, en un mandamiento. Suma y sigue.
Pero más allá de estos y otros muchos logros, hoy quiero destacar que fue el alcalde que reabrió el Teatro-Circo. Es curioso, pero la primera vez que Manuel vino a Albacete, allá por los años cincuenta, de la mano de su padre y desde su pueblo, Villahermosa, no solo visitó al médico, cita obligada para quienes se desplazaban entonces a esta capital de provincia, sino que también se acercó a la fábrica de chocolates Los Muñecos. Quedó asombrado con lo surtidos que estaban los estantes de Legorburo y con el ajetreo de ferrocarriles, pasajeros y cuchilleros en la estación de tren. Pero de todo lo que hizo ese día, lo que más lo conmovió fue la tarde de cine que disfrutó con su padre en ese templo de la cultura que era y es el Teatro-Circo. Tenía cuatro años, y en su imaginación, seguramente ya veía cómo debía ser el Teatro-Circo del futuro. Y lo hizo realidad.
Lo traté mucho, muchísimo, como periodista. Recuerdo sus ruedas de prensa, cuando los periodistas éramos capaces de someter a un tercer grado al político que se nos pusiera delante. Y cuando poníamos en duda, o mejor dicho, cuestionábamos los plazos de cualquier obra o proyecto, recuerdo que siempre me solía contestar: “Hombre de poca fe”. Alcalde, amigo, el tiempo te ha dado la razón. Ojalá hubiera más personas como tú en el complejo mundo de la política. Tu palabra era verdad y tus halagos, energía.
Hace apenas unas semanas, le envié uno de mis artículos sobre historias de la ciudad, 'La ciudad que soñó con una playa'. Y me contestó afirmando que era un artículo espléndido: “Gracias. Eres un periodista genial”. Ahora toca escribir otro artículo: 'El alcalde que soñó una ciudad'.
Gracias, alcalde, gracias amigo. Te recordaré siempre.
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