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Melancolía

Foto y dibujo de Daniel Diaz Trigo

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Sugiere dar un rodeo por las partes más altas y no mirar demasiado las aguas allí abajo, nunca vio bañistas o gente paseando, ellos desaparecen también tras los lugares del Molino del Grajo y Valsinsombra, cuesta recordarlos, pocas personas en largos e innumerables días, solo tú, lo que te atrae no es reconocible, cierto miedo a estar ahí, expuesto al sol y la luz extrema del verano.

Eres tú solo, solo ese tú que no encuentra a nadie, el aire pesa en la boca, te empujan como a una rueda negra, podría cruzarse otra persona rodando, te daría miedo, tú das miedo, solo un lugar así da miedo, de alguna manera ciego e inhóspito, y rezar el Todnauberg en el campo de árnicas, -y lo crudo más tarde, de camino, cuídate- más abajo, en las brañas negras. Otra cosa es cuando nieva y se refunda el lugar.

Es tal vez en el duelo que nos reímos, no mucho, lo suficiente, cuesta llorar, y el gran lugar de noche, más cerca tal vez del límite, ampliado e inabarcable, por el olor a terraplén y a encina seca, o las manchas negras de los árboles. No se debe imaginar otro cielo, es la última esperanza de cielo. Aquí el paisaje es así ¿Los ves? Lleno de sí, esperanzador, pedregoso, rasgado. Lo agreste te deja pasar siempre que vayas despacio. Los ríos aquí ¿El Uso o el Huso? Aguanta la sed, una sucesión de tablas de agua o espejos negros el curso labrado en milenios. ¿Lo ves?

Describir es perder las palabras, las cambiaría por aparejos de pesca, por luces, por una sucesión de relámpagos. Descripción de una tormenta. Tenemos una casa para refugiarnos, más que una casa un cobertizo en una majada lunar de tierra pelada por el sol. Una estructura sencilla, rectangular, el tejado está combado, los materiales son granitos y pizarras, las tejas árabes, las vigas y tablas de la cubierta de fresno. No tardará mucho en caerse. Nos ha pillado la tormenta mientras volvíamos a la Estrella atrochando por sendas lunares.

Este cobertizo o nave donde se guardan ovejas nos ha salvado. Arriba el cielo, apenas hacía una hora un círculo azul, al mediodía, el sol en los límites del verano aún abrasa. La insolación es fuerte, las piedras refractan en la frente. Los animales se duermen con los ojos abiertos, la luz del cielo latía fuerte en la abertura. Sentado en una piedra todavía caliente escribo en el cuaderno de campo “Bebedores de leche”.

Las frases de Simone Weil me rondan alrededor como moscas desde hace ya muchos días: -La imaginación trabaja continuamente tapando todas las fisuras por donde pueda pasar la gracia, cualquier vacío no aceptado, produce odio, acritud, amargura- Había olvidado el sabor de la leche. Hay nubes de nata como castillos negros. Llueve fuerte, escorrentías tupidas de agua azul, se erosiona el cielo. Desde la puerta del cobertizo, al lado, en el escarpado tajo que abre el Uso se clavan los relámpagos, parpadeos celestes, flases, truenos negros, llueve a manta.

Es un buen refugio para pasar el trance. Se bordan las palabras a la piedra, se forman los gigantes. Con una navaja grabo en la madera de la puerta la fecha y la hora exacta. Nos sentimos a salvo. Pasamos la noche tendidos  en posición fetal recostados sobre la tierra llena de hierba seca. Insomnio, el cuerpo no está acostumbrado a un colchón tan duro. Cesa la lluvia por momentos. Es la primera vez que pasamos frío después de tan tantos días. Terminamos abrazados para darnos calor. El mismo verano cada año, irrepetible. Innumerables veranos en el único verano de mi vida. Todo ha sido definitivamente un largo y único verano. El cuaderno de campo se mojó.

Al abrirlo para despegar las hojas mojadas encontré la parte del geógrafo, la frase que te enamora, la que ya no olvidaras: Como en Le Poissón solubre, ir poniéndose poco a poco los trajes del aire puro a los que Julien Gracq aludía. Ojo avizor a lo que queda de siglo. Al día siguiente, ya bajo un sol diletante, las marcas de la tormenta a cada paso. De la Estrella al Puente el Arzobispo por la cañada, siempre paralelo a la carretera. Te asaltan frases, arroyos de agua turbia, cunetas encharcadas. Para su collage de instantes destruía mundos. Magasca, Ayuela, Calamón, Ibor, Gévora, y ya hacia el Salor, los cien cursos de agua que se buscan en el ojo del muerto. Nadie nos busca. Para ella las fechas son clavos a medio hundir. Ahora vive en Anjos y escribe en parques, su miedo cerval a los cementerios.

Nunca se acaba un libro, lo antes y después de ti. Siempre el yo aturdido tras los golpes del siglo. Uno escribe contra sí mismo, se delata, se expurga la gran y superflua cantidad de alegría. Breve parada junto al dolmen de Azutan. Dejo que se seque el cuaderno de campo sobre una piedra al sol. El agua ha emborronado algunos textos. Como todas las fotografías recién tomadas, no sabemos de su calidad, al igual que no sabemos si el pan recién horneado será un buen o un mal pan. No es más que un acto de apropiación. Venerar piedras, objetos y ojivas de platino. No pueden ser muy grandes ¿gigantismo? ni demasiado pequeñas.

Lo totémico debe tener un tamaño apropiado. La sombra al mediodía debe dar cobijo al menos a dos personas, el musgo como es natural se fijará a la cara Norte del pedrusco. Inclinado a medio hundir en la tierra apuntará siempre a un lugar del cielo donde se incrustan de noche tal o cual estrella. En el tótem de platino nos reflejamos todos a la vez, narcisismo al actuar como espejo, en las piedras nos disolvemos. Algunos días después en Berrocalejo: Todo a punto de algo, en este momento, y ahora, el instante se evapora de sí mismo, como si el sol desapareciera para siempre en el animal que muere de-sí-mismo, y nada ocurre en ese-nada-ocurre. En el ahora todo a punto de algo. Mucho más tarde ocurrirá lo que ya sucedió ahora. Las réplicas son más verdaderas.

Se extraña la memoria del mañana. Todo está en aparente calma y situado en su lugar, naturaleza expuesta en el paisaje, armonía a la espera de la tormenta; mis libros nunca en su biblioteca, están sobre una mesa, en una silla, en la mesilla de noche, en la mesa de la cocina, y en verano en el suelo. ¿Están vivos para ella? Imagino que nada se moviera, y que mandas a los perros a explorar el cielo. La luz siempre es la de un niño muerto, y la de, y por tantas cosas. Las arrugas de una sábana, también se podría leer esto cada mañana, como los posos del café, las rayas de la mano o los cielos de cada día. Tú saldrías en un momento, siempre o nunca de las aguas, del agua ¿Se necesita tanto tiempo para el instante?

El movimiento debe ser contemplado y vivido a través de la lejanía, la comprobación se da en el ir del cangrejo del agua al sol, es un movimiento mecánico que tú crees poder dirigir. Es un juguete natural. A mayor altura se pierde el miedo al vacío. Saja cada día su yo. Aún se confronta a sus maestros, estos han dejado de hablarle. El dios ínfimo de ahora ¿estás solo? Muchas veces se nace, morir solo una. No sé cómo era Nueva York, me lo preguntas siempre. No lo sé, iba ciego de drogas, fui un globo de ser como decía Karen Enser. La muerte pasa de un cuerpo a otro, los deshabita pronto, no es más que el huésped del sol. La muerte no habla ¿Y lo muerto?

Unos días antes de San Miguel, paseando por la dehesa Boyal me crucé con un grupo de niños que jugaban en las grandes piedras del berrocal de Las Santas. Uno de ellos ¿de unos seis años? se acercó. El niño no dejaba de hablar, tenía un avión de papel en la mano y lo lanzaba contra mí. ¿Sabe?  Putin es Stalin y Trump herr Hitler, y se reencarnaran pronto en una vaca o Mickey Mouse -dijo el niño-. Todo va muy deprisa, -volvió a decir el niño- He hecho ya más de mil fotografías con mi móvil y estoy aprendiendo a vivir entre dinosaurios. Apunté esto en el cuaderno como si de la visión de un ángel se tratara. El niño siguió jugando con su avión de papel. Arranqué una hoja en blanco de mi cuaderno y se la regalé para que hiciera otro. Me dio las gracias.

En ese instante, entre balbuceos me vino otra de las frases de Simone Weil –Si uno desciende dentro de sí mismo, se encontrará con que posee exactamente lo que desea–   Aquellos niños de un colegio vacío se perdieron entre las grandes piedras del berrocal camino del río. La maestra los dirigía con un globo al que llamaba el sol. Ver es amar. Como la codorniz de Ungaretti que cae muerta en la playa después de haber atravesado el mar nos sentimos en este tiempo. Me ciega ser. Fin de época, han medrado y se han subido las plantas, arrebatadas hasta tocar el techo, trés vite-trés vite. Todo va demasiado rápido.

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